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MIRADOR
Columna
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Concordia

La Fundación Abogados de Atocha y el proceso de paz en Colombia optan a un premio que merecen ambos

Jorge M. Reverte
El líder de las FARC, Rodrigo Londoño Echeverri, alias "Timochenko" declara en en La Habana el alto el fuego definitivo.
El líder de las FARC, Rodrigo Londoño Echeverri, alias "Timochenko" declara en en La Habana el alto el fuego definitivo.Ernesto Mastrascusa (EFE)

Hay dos hombres de bien revolviendo Roma con Santiago, o mejor dicho, Madrid con Oviedo, a cuenta del premio Princesa de Asturias de la Concordia y de que el jurado se lo otorgue a la Fundación Abogados de Atocha. Se trata de Pablo Benavides, diplomático y hermano de una de las víctimas, y de José María Mohedano, amigo y colega de casi todos los asesinados.

La candidatura de la fundación tiene argumentos realmente poderosos, como es el de que, después del asesinato masivo, nadie pidió venganza, la sangre no pidió sangre por este capítulo de nuestra Transición. La sangre solo pidió que en España dejara de correr por la política. La sangre pidió paz, justicia y democracia.

La Fundación Abogados de Atocha sirvió para concentrar ese mensaje de más democracia y más libertad para luchar contra la intolerancia del régimen franquista, pero también de sus herederos, los fascistas cada vez más exiguos en número en nuestro país, por fortuna. La fundación, por tanto, es presentada al premio como la institución que encarna estos valores de tolerancia y concordia.

Desde el mundo del castellano viene también pidiendo paso para el mismo premio el proceso de paz que vive Colombia, que aún no ha culminado con el referéndum que le dé absoluta validez. Desde el punto de vista de las armas, el acuerdo de cese definitivo de la violencia sí la tiene, porque las partes enfrentadas son ejércitos que han de obedecer a sus comandantes en jefe. El Ejército colombiano, al presidente Santos, y las FARC, a su jefe, llamado Timoshenko. Pero queda por hablar la sociedad civil colombiana.

Dos candidaturas que no pueden dejar a nadie indiferente. Sin la actitud de los herederos de los abogados de Atocha, la Transición española difícilmente podría haberse llevado a buen puerto. Gracias a los supervivientes, a Comisiones Obreras y al PCE, y a todo ese mundo que trabajó por la concordia, llegamos a construir un país en el que se puede convivir y discrepar sin miedo. Pero compite con un proceso que también afecta a millones de personas, que ha culminado con la liquidación de una guerra que se llevó por delante a más de 200.000 colombianos. Ahí es nada.

La candidatura de la fundación significa el premio a una actitud que supuso el final de un periodo de casi 40 años que fue la victoria, que no la paz, de Franco. Fue el final de su sangrienta posguerra. Lo de Colombia es el final de una sangrienta guerra.

Dos candidaturas que piden a gritos un ex aequo. ¿Es posible?

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