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Tribuna
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Juntos por una Europa flexible

No debemos caer en el desánimo sino sacar las conclusiones correctas: necesitamos una UE que respete las diferencias y admita distintas velocidades sin excluir a nadie

NICOLÁS AZNÁREZ

Quien siguió de cerca la fase caliente de los debates percibió que el referéndum sobre la permanencia de Gran Bretaña en la Unión Europea no podía acabar bien. Qué enormidades se dijeron y escribieron sobre Europa y cuánta gente las creyó. Aun viéndolo venir, también yo me siento todavía profundamente conmocionado. El voto de los británicos a favor de la salida de la Unión Europea ha causado pesar, desconcierto y decepción en toda Europa. Es una grieta profunda, diría que histórica.

 A pesar de todo ello, no debemos caer en un desánimo paralizante o una vorágine voluntarista. Antes al contrario, lo que tenemos que hacer ahora todos juntos es sacar las conclusiones correctas para la Unión Europea.

Antes de nada un balance honesto de la situación actual. Para buena parte de la ciudadanía europea en estos tiempos la Unión Europea no cotiza al alza. Mucha gente está decepcionada y algunos también se distancian porque piensan que la Unión Europea no ha cumplido o en el mejor de los casos solo ha cumplido en parte sus principales promesas de bienestar, democracia y paz. La crisis económica y financiera ha abierto profundas heridas, que aún están lejos de haberse restañado. La afluencia de cientos de miles de refugiados y migrantes a Europa ha evidenciado algo más que meras discrepancias. A muchos las decisiones europeas les resultan muy alejadas de sus propios anhelos, pensamientos y referencias vitales. Hasta la paz y la seguridad se han vuelto más frágiles en Europa; baste pensar en el conflicto de Ucrania oriental y los horrendos atentados terroristas de París y Bruselas.

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Con todo, también hay muchas cosas que van bien en Europa. Esto es algo que no podemos perder de vista, por muy justificada que esté la autocrítica: hemos superado la fase más grave y peligrosa de la crisis económica y financiera, la eurozona ha mantenido su cohesión e incluso ha crecido. Europa puede hacer el mundo más seguro y pacífico, como a través del acuerdo negociado por la política exterior europea sobre el programa nuclear iraní. Europa exporta estabilidad y seguridad, por ejemplo en los Balcanes Occidentales, donde siguen firmes la fe en Europa y el deseo de acercamiento. Hemos demostrado a nivel internacional lo que es capaz de lograr la UE cuando habla con una sola voz en el escenario mundial. E incluso en la crisis migratoria hemos hecho importantes avances, aunque se haya tardado demasiado.

A muchos las decisiones europeas les resultan alejadas de sus anhelos y referencias vitales

No obstante, para muchos la Unión Europea en estos momentos ha perdido fuerza de atracción. Esto no debe darnos igual. Tenemos un bagaje sin precedentes de 70 años de paz y estabilidad. Hace más de 25 años superamos la división de nuestro continente. El proceso de la integración europea es una historia de éxito sin parangón. Su núcleo, el acuerdo sobre un marco político que llevara a los Estados miembros a regular sus relaciones y conflictos en el edificio del Consejo en Bruselas y desde luego en modo alguno a combatir en el campo de batalla, no ha perdido un ápice de su utilidad y significación. No debemos ponerlo en riesgo. Nuestro deber es dejarles a las generaciones que vienen detrás un proyecto de paz europeo intacto.

Muchos critican a Europa desde un sentimiento de impotencia y a la par con un sentimiento de pérdida de control. Ello es comprensible en un mundo que parece desquiciado y en unos tiempos en los que la globalización se va adentrando en numerosas esferas de la vida, pero el miedo no es buen consejero. Y replegarse en el caparazón nacional tampoco ofrece protección duradera contra los riesgos y peligros de un mundo percibido como amenaza.

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¿Qué hacer, por tanto? Tenemos que mostrarles a las personas que la Unión Europea no es la causa de ese sentimiento sino, al contrario, el mejor instrumento de que disponemos para modelar activamente el mundo a nuestro alrededor, la globalización, en nuestro interés europeo. Si en Europa jugamos en equipo, nos coordinamos estrechamente y actuamos con dinamismo, podemos vencer conflictos y superar muchos obstáculos. Por el contrario, ningún Estado miembro, tampoco Alemania o Francia y por cierto tampoco el Reino Unido, puede afianzarse a nivel internacional con tanto éxito como podemos hacerlo actuando juntos, como comunidad fuerte y solidaria.

Hoy queda claro: quien pretende acabar con Europa no resuelve sus problemas sino que incluso los agrava. Las turbulencias políticas y económicas que atraviesa ahora mismo Gran Bretaña así lo evidencian. Y también ponen de manifiesto que aquellos que no cesan de gritar “¡Fuera!” o “¡Abajo la UE!” de hecho no tienen una respuesta a la pregunta de cómo seguir adelante tras una salida o incluso tras la disolución de la UE. Esto no solo es insensato e irresponsable sino que también supone jugar con fuego. François Mitterand nos lo recordó a todos nosotros al final de su vida, tan llena de experiencias políticas y de vivencias de la guerra y el sufrimiento: “Le nationalisme, c'est la guerre!” [“¡El nacionalismo es la guerra!”].

Hay que mostrar que la UE no es causa de los sentimientos de riesgo, sino la solución

A quienes se comportan destructivamente y alimentan las ansias de encontrar un supuesto refugio en lo nacional tenemos que desenmascararlos y contraponerles soluciones verdaderas.

Defendemos una Europa mejor que atienda cabalmente a las necesidades de la ciudadanía. Este es el objetivo de las propuestas que presentamos la semana pasada el ministro francés de Asuntos Exteriores, Jean-Marc Ayrault, y yo. Tenemos algunas ideas concretas, con toda intención en aquellas áreas en las que la gente espera con razón más de nosotros, en aras de una mejor seguridad interna y externa, una política migratoria decidida y una política de crecimiento y empleo. Y esperamos poder contar con muchas otras propuestas valiosas y constructivas.

Pero escuchar el sentir de la ciudadanía también significa que tenemos que implantar un nuevo sistema de funcionamiento en Europa. Una Unión Europea mejor, flexible, que respete las diferentes ideas acerca del futuro camino de Europa y admita diversas velocidades de desarrollo, sin excluir ni dejar atrás a nadie. En lugar de discutir por cuál ha de ser la meta última de la integración europea, deberíamos trabajar por resultados tangibles, ¡hoy mismo!

Cada cual está llamado a contribuir. Defendamos todos juntos a Europa haciéndola mejor.

Solo avanzamos si caminamos juntos. Por eso es tan importante que deliberemos en el ámbito de los 27, nos escuchemos atentamente los unos a los otros y después actuemos juntos.

Frank-Walter Steinmeier es ministro de Relaciones Exteriores de Alemania.

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