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Sí, quiero ser gay cuando juego

Ellie y Riley, personajes del videojuego The last of us.

Por ÁNGEL LUIS SUCASAS

Me llamo Arthur y soy director y productor de cine en los años 50. Estoy a punto de terminar mi primera película, El tercer sol, una fábula fantástica con el amor entre una hechicera y una campesina como centro de mi película. Amo la libertad, la mía y la de cualquiera. Cuando vinieron a preguntarme por mis amigos, por cuáles eran rojos y cuáles buenos americanos, los mandé a paseo. Y ahora, tras sentirme atraído por mi protagonista femenina, Vera, una ella, descubro que en realidad quiero a Zeke, operario. Y un él.

Me llamo Ángel y, al otro lado de la pantalla —smartphone, en este caso, el juego se llama Hollywood Visionary y te deja crear tu propia película en la época de la blacklist—, soy periodista. Heterosexual, si es que queremos aplicarle las etiquetas por las que nos regimos, algo que no quiere decir nada más que (hasta ahora) nunca me ha atraído ni sexual ni románticamente un hombre. Casado y con un hijo en camino. Pero cuando juego, es decir, cuando me convierto en otro alguien, no me importa enamorarme de un operario de Hollywood si siento que esa es la elección adecuada para mi personaje. No me crea ningún complejo tampoco. Es más, me ayuda a entender una perspectiva distinta a la mía. Y no puedo agradecerlo más.

La suerte es que el videojuego ahora me lo permite. Y me lo permite porque vive una revolución cultural que nada tiene que envidiar a lo que fue la Nouvelle Vague o, más aún, la contracultura de los sesenta. Ha estado dominado por un arquetipo humano —el héroe caucásico, musculoso, ligón y heterosexual— durante varias décadas y está eclosionando ahora, tanto para el gran como para el pequeño público, en una diversidad de opciones tan grande como las que ofrece la vida. Cualquier calle en cualquier ciudad con todos sus miles de rostros.

Es tema de portadas también. En medios especializados y generalistas. Solo en el último mes, han pasado estas cosas: El gobierno francés valora dar subvenciones a los juegos que den una “imagen positiva de la mujer”; Los Sims eliminan las barreras de género en su última actualización; Una trabajadora transgénero de Valve [la líder del mercado en venta de juegos para PC] demanda a la empresa por referirse a ella como “cosa” tras su operación; el juego online Rust se actualiza y elige por el jugador el sexo que tendrá, sin posibilidad de cambiarlo, para fomentar la inclusión de otras identidades sexuales. Y si ampliamos las miras a los últimos años nos encontraremos hasta con una portada del The New York Times: la dedicada a la feminista y ensayista del videojuego Anita Sarkeesian que tuvo que suspender una charla en la Universidad Estatal de Utah por amenazas de muerte.

Krem, el personaje trans del videojuego Dragon Age Inquisition.

Flashback a un par de momentos que he podido vivir en primera persona. El primero más o menos por estas fechas en el Gamelab de Barcelona, la oportunidad al año que tenemos en España los periodistas de encontrarnos con hasta una docena de figuras claves del sector. Estoy charlando con David Gaider, casi dos décadas escribiendo videojuegos para una de las compañías más valoradas por la calidad artística y narrativa de sus obras: Bioware. Le pregunto por el personaje trans que ha incluido en Dragon Age Inquisition, última entrega de un universo fantástico con el enfoque adulto de Juego de Tronos pero mucho más mágico y colorido. Su respuesta cae a plomo: “Si caminas por cualquier calle de cualquier gran ciudad del mundo, es fácil encontrarse con gente gay, gente trans, gente bisexual. Si te asquea o te irrita que exista en un videojuego, en un mundo virtual ¿qué pasará contigo cuando salgas a la calle?”.

Nuevo flashback a un momento más reciente, hace un par de semanas, en Helsinki, en el evento de startups Artic 15. Habla Monique Morrow, ejecutiva de Cisco y miembro activo de la ONU Mujeres, habla de algo que suena como lo más natural del mundo. Parafraseo: “Hay que alcanzar no la paridad, sino la neutralidad entre géneros. Hay que llegar a un punto en el que ya no tenga que hablarse de esta cuestión porque solo valga el talento de cada uno”. Neutralidad. Bella palabra.

Pero mientras tanto, seguimos necesitando momentos como este beso entre dos chicas adolescentes, Ellie y Riley, en The last of us. Un beso que se percibe no como sexual, sino como puro, una demostración de afectos tan natural que desarma cualquier crítica. Necesitamos momentos como el leer los diarios de Sam, la hermana menor de la protagonista de Gone Home, que pasa por un momento de crisis de identidad retratado con una belleza y valentía magistral. Necesitamos momentos como el último mundo del aparentemente inane juego de saltos y carreras Super Meat Boy, donde la damisela en peligro (Bandage Girl) liberada una y otra vez por el caballero salvador (Super Meat Boy), invierte los roles y rescata ella a su amado. Lo necesitamos porque los videojuegos son el único medio cultural que permite un acto que aún no ha sido comprendido en toda su dimensión: ser el otro. Ver lo que ve y lo que siente un extraño.

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