Donald ya ganó
La aberración de que haya sido posible que esté donde está es la prueba más clara
Pensaba el otro día, viendo los resultados de las elecciones presidenciales en Perú, ese arañado 50,12% de Pedro Pablo Kuczynski contra el 49,88% de su rival Keiko Fujimori, que a veces ganar casi perdiendo es una aberración. Quiero decir que quizás habría que prestarle más atención al hecho de que casi haya ganado la hija de Fujimori —a que casi haya ganado la mujer que, entre otras cosas, hace poco pidió el indulto para su padre, condenado a 25 años de prisión por delitos de lesa humanidad— que a la victoria de Kuczynski. Porque, ¿cómo llegó esa mujer hasta ahí, cómo fue posible? La misma pregunta habría que hacerse con respecto a Donald Trump, el hombre del pelo raro, candidato republicano a las elecciones presidenciales de Estados Unidos. ¿Hay manera de cuestionar aquello de “vox populi, vox Dei” (la voz del pueblo es la voz de Dios), aquello de que “el pueblo nunca se equivoca”, sin ser tildado de reaccionario? No lo sé. Un periodista vive de tratar de entender, pero no sé si tengo comprensión para entender por qué tantos ciudadanos apoyan a un sujeto que planea hacer un muro entre México y Estados Unidos, que acusa a los mexicanos de violadores, que propone impedir la entrada de musulmanes a su país, que tiene la solidez intelectual de una pelota de tenis, la sensibilidad hacia su prójimo de una mancha de humedad y el refinamiento político de un dinosaurio. No sé si tengo comprensión para entender qué hartazgos o qué miedos se mueven detrás de esos votos porque no estoy dispuesta a aceptar que alguien se sienta con derecho a hacer, en nombre de sus miedos y de sus hartazgos, cualquier cosa. Probablemente gane Hillary en noviembre. Pero no importa: aunque pierda, Donald ya ganó. La aberración de que haya sido posible que esté donde está es la prueba más clara.
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