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MIRADOR
Columna
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Humanos

Venezuela se ha convertido en un país que ya tiene forma irremediable de programa electoral

Manuel Jabois
Albert Rivera posa sosteniendo camisetas con la imagen de Leopoldo López acompañado por la madre y la esposa del dirigente opositor venezolano.
Albert Rivera posa sosteniendo camisetas con la imagen de Leopoldo López acompañado por la madre y la esposa del dirigente opositor venezolano.MIGUEL GUTIÉRREZ (EFE)

Llorar es una actividad de prestigio que en política resulta especialmente provechosa. Tanto es así que cuando un cargo público llora suele decirse que eso “lo hace humano”, una expresión que describe el divertido concepto que se tiene de la clase política.

En su visita a Venezuela al candidato de Ciudadanos Albert Rivera le dio tiempo a llorar. El titular elegido por la mayoría de medios fue “Rivera llora por el hambre en Venezuela” con su imagen llevándose las manos a la boca. Pero en la noticia se explicaba que Rivera no lloraba por él, Argentina, sino tras escuchar los testimonios de venezolanos que sufrían las consecuencias de las políticas de su Gobierno.

Al regresar a España —al continuar su viaje por España, más bien— Rivera dio una entrevista en la que dijo que Venezuela no era una dictadura, sino algo peor. Las emociones suelen tener un lugar privilegiado aquí, sobre todo cuando se explican. Rivera no volvía de un país, sino de una estrategia electoral, y ese camino de vuelta se le hizo tan tortuoso como el de Martin Sheen cuando se metió en el corazón de las tinieblas para conocer “el horror”. Así que Rivera dijo que en las dictaduras no había libertad pero sí cierta paz y orden, cosa que no existía en Venezuela, una “tiranía arbitraria”.

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Es curioso porque esa frase prueba que Venezuela efectivamente no es una dictadura, no porque se pase sino porque no llega. En las dictaduras no hay “cierta paz y orden”; suele haber una extraordinaria paz y un extraordinario orden, producto precisamente de la primera premisa: no existe la libertad. Como los derechos están conculcados, el Estado no sólo se arroga el monopolio de la violencia sino el del terrorismo. Por eso en las últimas décadas españolas ha habido pocas sociedades con más paz y orden en su interior que la banda terrorista ETA.

La declaración en cualquier caso prueba que a falta del miedo han sido las emociones chavistas las que han cambiado de bando. A las entrevistas, los informes y el Orinoco triste a la muerte del comandante de Monedero, Iglesias y Errejón antes de arrepentirse de los excesos y los asesoramientos —y hasta de la fiscalidad elegida—, le ha sucedido la pantomima actual, en la que son sus adversarios los que explotan sus lágrimas en un país que ya tiene forma irremediable de programa electoral. De ahí que todo termine en forma de gag, desde Bertín Osborne prefiriendo entrevistar a Hitler antes que a “delincuentes” como Maduro, hasta Rivera inventando una forma de Gobierno peor que la dictadura.

Pocas veces los que necesitan ayuda han servido tanto a los que se la quieren dar.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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