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MIRADOR
Columna
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Paraísos

Los líderes de la gestión europea han equivocado su mandato, alimentan a mentirosos y oportunistas cada día que no son transparentes, ágiles y resolutivos.

David Trueba
Partidarios del partido ultraderechista austríaco FPÖ se manifiestan en Viena.
Partidarios del partido ultraderechista austríaco FPÖ se manifiestan en Viena.JOE KLAMAR (AFP)

Billy Wilder fue el austriaco que mejor se atrevió a definir la habilidad de sus compatriotas para vadear la historia, aprovechando los recovecos del cambio fronterizo tras la caída imperial y presumiendo de nacionalismo solo cuando es en propio beneficio. Lo hizo en una frase que contenía toda la ironía lúcida y la acidez demoledora de sus mejores películas. Dijo: “Los austriacos hemos convencido al mundo de que Beethoven era austriaco y Hitler alemán”. Ahora que está tan perseguido ser crítico con el país propio, ahora que todo el mundo desprecia el nacionalismo pero solo cuando es el ajeno, que ser patriotero sigue cotizando al alza en la buena imagen aunque el dinero contante se guarda mejor en Suiza, conviene ensalzar a las personas que son capaces de detenerse a mirar los muros de la patria propia y ver por dónde se desmoronan de verdad.

Billy Wilder, quizá entrenado por el periodismo de calle y el cine documental que practicaba en el Berlín de sus años veinte, decidió abandonar Alemania en el instante mismo en que Hitler sumó un voto más que sus oponentes. No se parapetó tras quienes no parecían enterarse de nada hasta que fue demasiado tarde. Así salvó la vida, gracias al exilio. Aún con casi 90 años, cuando tuve la fortuna enorme de sentarme en su despacho en Beverly Hills durante dos horas maravillosas de conversación, confesaba que miraba los documentales y archivos sobre el Holocausto nazi buscando entre los rostros a su madre, su abuela o su padrastro, todos asesinados por su origen judío. Hoy, cuando un partido de extrema derecha ha acariciado el triunfo en las elecciones austriacas, se echa de menos un telegrama de Wilder.

Es importante sentirse siempre un extraño en el paraíso. El paraíso es ese lugar utópico construido por los sueños de quienes creen que tu patria puede ser perfecta, ajena a los problemas del mundo, protegida de los de fuera, que son inferiores a los de casa. El paraíso es un invento con el que los criminales seducen a quienes sufren, padecen y se enfrentan a las frustraciones, ofreciéndoles recetas mágicas, promesas excluyentes, soluciones sencillísimas a problemas complejísimos. Los líderes de la gestión europea han equivocado su mandato, alimentan a mentirosos y oportunistas cada día que no son transparentes, ágiles y resolutivos. Ignorar los problemas no es buena receta. Conviene encararlos, afrontar la verdad por dolorosa que sea. Así, a lo mejor, alguna vez, conseguimos que a la gente, cuando le ofrecen el paraíso, prefiera exiliarse, marcharse al mundo real, incierto, doloroso y complejo, antes de ser cómplice de la maldad.

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