El miedo de los hombres
Sin saber aún si era un hombre nuevo o viejo se vio cara a cara con el ex. Lo miró asustado. El otro le devolvió la mirada más asustado aún
Un colega y su nueva pareja paseaban por Madrid Río, cuando se encontraron con una amiga de ella con un bebé. Era el hijo que el ex de la novia de mi amigo acababa de tener con su nueva esposa, y la chica lo estaba cuidando. Mi colega empezó a notar que se le dormía el brazo. Roosevelt dijo que lo único que da miedo es el propio miedo. Roosevelt desarrolló la bomba atómica pero jamás se decidió a usarla. Mi amigo miró al cielo. Nada. Ningún proyectil. Entonces, sonó el teléfono de la amiga y, como tenía las manos ocupadas con el nene, la novia de mi colega respondió. Era el padre, su ex. Quería recuperar a su hijo. Al colgar, la novia le dijo a mi amigo: “Nos acercamos con el niño y saludamos, ¿no?”. Decían en Asterix que solo debemos temer que el cielo caiga sobre nuestras cabezas. Mi amigo miró de nuevo hacia arriba. Nada. Una nube que, como mucho, soltaría algunas gotas sobre Usera. Desesperado, trató de buscar una última salida. En aras de la nueva masculinidad podía decir que se quedaba allí escribiendo un poema para el neonato. En nombre de la antigua, podía proponer esperar en un bar viendo el Athletic-Granada. Sin saber aún si era un hombre nuevo o viejo se vio cara a cara con el ex. Lo miró asustado. El otro le devolvió la mirada más asustado aún. Menudo alivio. Entonces, envalentonado al recordar aquella frase de Napoleón en la que afirmaba que no hay que temer al pueblo, pues es mucho más conservador que nosotros, propuso que comieran todos juntos. Se hizo un enorme silencio. En el caso de su novia, aún dura.
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