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MIRADOR
Columna
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Agria leche

Los grandes problemas humanitarios precisan respuestas que reconcilien a las naciones

David Trueba

“En cualquier tiempo y en cualquier terreno siempre hay un hombre que anda tan vagabundo como el humo, bienhechor, malhechor, bautizado con la agria leche de nuestras leyes. Y él encuentra su salvación en la hospitalidad”. Así comienza la Oda a la hospitalidadque escribió nuestro poeta Claudio Rodríguez. La agria leche de nuestras leyes llovió ayer sobre los refugiados que se hacinan en la orilla griega, también vagabundos, también humo, para quienes carecemos del don de la hospitalidad. Esta es una larga historia, que comenzó con la destrucción de algunos países bajo las bombas humanitarias y prosiguió con la sanguinaria guerra civil a tres bandas en Siria. La mayoría de los que escapan del desastre no tenían, cinco años atrás, planes de fuga, sino un empeño humilde por sacar adelante la familia y el futuro raquítico que su país les ofrecía. Su plan ahora es distinto, escapar, llegar al norte, sacrificarse hasta la última gota de sudor para que sus descendientes tengan una perspectiva decente. Este es el único plan de un emigrante.

A estas alturas ya sabemos que la magnitud de la ola de refugiados resultó insostenible para las políticas nacionales que se aglomeran en Europa. Los líderes locales responden a electores preocupados, acosados por la crisis, la inseguridad y el pánico. Sin embargo, desde el verano pasado la ausencia de un plan razonable, de un digno sentido de la solidaridad, ha ido propiciando que tarde y mal se llegara a esta solución siniestra que incluye un socio nada de fiar como Turquía, una contención fronteriza en un país tan roto como Grecia y un chorreo de millones de euros que no se destinará a las necesidades básicas de las personas, sino a su zarandeo. El reparto ordenado de unos cuantos miles habría servido para garantizar la autoestima de una Unión Europea que ahora solo aspira a ser comprendida en su impotencia. Y así entendemos el silencio de Merkel tras su apoteósico cuarto de hora como reina madre de la hospitalidad. La hicieron callar, nos hicieron callar y el miedo se puso al mando.

Los grandes problemas humanitarios precisan respuestas que reconcilien a las naciones, que permitan a los ciudadanos mirarse en el espejo de sus instituciones y encontrar rasgos de dignidad. Nadie aspira, salvo los iluminados, a resolver un problema de magnitud tan inabarcable, pero sí a dar signos, por pequeños que sean, de auspicio y generosidad. Se confirma lo que Claudio Rodríguez también escribió en otro poema: “Es el tiempo, es el miedo, los que más nos enseñan nuestra miseria y nuestra riqueza”.

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