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Tribuna
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Las dos preguntas del Brexit

La permanencia del Reino Unido en la Unión Europea no supondría el fin de sus reclamaciones, pero la salida sería mucho peor y reforzaría a quienes quieren recuperar parcelas de soberanía en detrimento de la política común europea

Javier Solana
NICOLÁS AZNÁREZ

Dentro de tres meses, aproximadamente, se preguntará a los ciudadanos británicos si desean permanecer en la Unión Europea o abandonarla. Aunque solo ellos están llamados a contestar, el referéndum nos plantea —en cierto modo— dos cuestiones al resto de europeos.

En primer lugar, nos hace preguntarnos qué opción deseamos que resulte vencedora. Hay quienes han sugerido que a la Unión Europea no le interesa tener un socio como el Reino Unido. Aun sin compartir esta opinión, no podemos ser ingenuos y debemos considerar uno de sus argumentos: aunque el resultado del referéndum fuera un “sí” a la permanencia, Reino Unido mantendría su intención de recuperar soberanía. Es indudable que todas las consideraciones sobre las desventajas de pertenecer a la Unión, así como las promesas sobre los beneficios de una eventual escisión, se mantendrían en el discurso y en la opinión pública. Aunque gane el “sí” a la UE, habrá un porcentaje de la población —elevado, según las previsiones— que seguirá pensando que el “no" hubiera sido mucho más deseable.

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Por tanto, cabe esperar que, durante los próximos años, los límites y las condiciones a la Unión Europea estén presentes en los debates y las negociaciones, dentro y fuera de Reino Unido. A la Unión Europea no le bastaría con evitar este bache, que no es precisamente pequeño, sino que tendría que mantener durante años una labor constante de reafirmación.

Sin embargo, esta asunción no puede llevarnos a desear que venza la campaña por la salida del Reino Unido. Si la respuesta fuera negativa, es decir, si la mayoría de los británicos decidiera abandonar la UE, las consecuencias serían mucho peores, para unos y para otros. El impacto económico es el analizado con mayor frecuencia, pero no es el único. En términos de seguridad, un ámbito que en la actualidad requiere toda nuestra atención, la salida del Reino Unido debilitaría la política exterior y de seguridad europea y también la británica.

Las amenazas a la seguridad, comunes a todos los europeos, son difícilmente abordables en solitario. Es precisamente ahora cuando vemos, de manera más palpable que nunca, la urgencia de desarrollar decididamente una política exterior y de seguridad común. Los últimos desafíos han puesto en evidencia la dificultad de alcanzar consensos entre los países europeos en torno a nuestra acción en el exterior. La considerable agitación que causaría en los demás Estados miembros la salida del Reino Unido de la Unión Europea reduciría, en mayor medida, la voluntad de cooperación entre ellos, con el correspondiente deterioro de la seguridad y la influencia internacional de todos los países europeos.

Las amenazas a la seguridad de todos los europeos no pueden abordarse en solitario

Durante los últimos años, tan marcados por la crisis económica, los Estados miembros han descuidado la política exterior, perdiendo peso en algunos foros y liderazgo en la toma de decisiones. Esta desatención también ha afectado a las políticas de defensa, reduciendo los presupuestos y la actividad. El Reino Unido, la mayor potencia militar de Europa que, tradicionalmente, ha sido un actor comprometido y fundamental en la política internacional, ha seguido la misma tendencia. Fuera de la Unión Europea, tendría que hacer frente a las amenazas globales en solitario, con unos medios reducidos y unos socios menos dispuestos a cooperar.

La segunda cuestión que el referéndum nos plantea a los europeos es la misma que flota en la campaña británica: ¿merece la pena formar parte de la UE? Hoy más que nunca, las fuerzas centrífugas son más intensas, no solo al otro lado del canal de la Mancha sino en cada punto cardinal del mapa europeo.

Son muchos los movimientos y los partidos que piden “recuperar” parcelas de soberanía en detrimento de una acción o una política común europea y algunos Gobiernos han tomado medidas unilaterales y contrarias a las decisiones europeas. Las intenciones de debilitar los principios fundamentales sobre los que se basó la Unión proceden de la falta de solidaridad entre los miembros, el rechazo de los valores fundacionales y la consideración del Estado-nación como la solución a todos los problemas.

Sin la existencia de la UE también tendríamos migraciones, refugiados y crisis económicas

Si el resultado del referéndum fuera un “no” a la UE, la primera consecuencia sería el impulso a todas las fuerzas nacionalistas y euroescépticas de Europa. Con el paso del tiempo llegarían las evidentes dificultades de implementar la separación y los efectos adversos pero, durante los primeros meses, reinaría la sensación de victoria de quienes han situado a la Unión Europea como el obstáculo para la prosperidad de su nación. Es importante tener en cuenta que un año después del referéndum, habrá elecciones presidenciales en Francia y federales en Alemania. Un aumento de las fuerzas antieuropeas en estos países, como el que anuncian los resultados de las recientes elecciones regionales alemanas, tendría consecuencias desastrosas.

Todas las tensiones nacionalistas que amenazan el proyecto europeo se sostienen por la misma idea errónea: la Unión Europea es la causa de los grandes problemas que nos amenazan y nuestra separación (o el actuar unilateralmente) tendrá como consecuencia segura una solución inmediata. Este eslogan no es exclusivo de la campaña por Brexit, ya lo hemos oído en la gestión de la crisis económica y de los flujos de refugiados.

La campaña en contra de la UE debe ser contestada con franqueza: el origen de los problemas a los que nos enfrentamos los europeos no es nuestra pertenencia a la Unión.

Los movimientos migratorios, la afluencia masiva de solicitantes de asilo o las crisis económicas globales seguirán llegando a nuestras fronteras con independencia de nuestra integración. Sin embargo, la efectividad de nuestra respuesta sí depende de que ésta sea colectiva o individual.

Ante estas cuestiones, la respuesta europea no puede ser solo la confirmación de los beneficios particulares que ha supuesto la Unión a sus miembros, ni tampoco la rebaja de las condiciones para hacerla más conveniente. Este momento tan delicado requiere avanzar decididamente hacia una Unión a la que es deseable pertenecer por el proyecto político que propone.

Javier Solana es distinguished fellow en la Brookings Institution y presidente de ESADEgeo, el Centro de Economía y Geopolítica Global de ESADE.

© Project Syndicate, 2016.

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