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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No es cuestión de bolas calientes, sino de alcurnia

El Wolfsburgo estaba predestinado al Madrid; entre el Barça y el Atlético, sólo puede quedar uno

Jesús Mota
Gianluca Zambrotta muestra la tarjeta del Vfl Wolfsburgo
Gianluca Zambrotta muestra la tarjeta del Vfl WolfsburgoCHRISTIAN BRUN (EFE)

Nunca un sorteo de la Champions (Sampionlí, decía Jesús Gil, como Villar dice fúrbol) resultó tan cantado ni fue acertado por tanta gente como el de ayer en Nyon. El emparejamiento de los tres equipos españoles lo dice todo: Barça-Atlético de Madrid y Wolfsburgo-Real Madrid. El casticismo futbolístico desplegó el jueves la batería de humor negro y resignado para pronosticar que: 1. Al Real Madrid le tocaría (los sorteos se identifican mucho con la lotería) el equipo más débil de los supervivientes, es decir, Benfica o Wolfsburgo, preferiblemente el segundo; 2. Al Barça le tocaría un equipo duro de roer, y 3. El Bayern sería compensado por su endiablada eliminatoria con la Juventus. El punto 3 impedía que el Bayern fuese el rival del Barça. Dicho y hecho. El Bayern resultó agraciado con el Benfica, excedente de cupo de los equipos débiles, esos comodines que alivian la mala coyuntura de los grandes, y para el Madrid el Wolfsburgo predestinado. La burlona presunción de los entendidos tuvo pleno al 8.

A la pregunta de si el sorteo de la Champions es puro, la respuesta es no. El camino hacia la final de algunos clubes resulta empedrado con cómodos rivales chusqueros, prescindibles para los ingresos televisivos, mientras que otros, con menos seguidores, menos inversiones certificadas en el Comité de Intermediarios o menos prosapia, sufren la que debería ser norma general de la competición: cada nuevo rival es más difícil que el anterior. Sudor versus colonia. Las almas bellas sostienen que todo esto son maledicencias. Si el sorteo estuviera dirigido no se hubiesen repetido finales entre equipos de un mismo país; pues eso es lo que se intenta minimizar ahora. Entre el Barça y el Atlético sólo puede quedar uno.

Casi desde las primeras tablillas sumerias se sabe que el azar existe, pero puede ser incentivado por procedimientos mecánicos, físicos, metafísicos o mesméricos. De eso vivieron los casinos de Bugsy Siegel y las loterías amañadas por la mafia (y no sólo estadounidense). El fútbol es un negocio, pero no como otro cualquiera, sino más próspero; la suerte debe ser erradicada o reducida a la mínima expresión. Todo el mundo entiende que la Champions se sostiene porque a las semifinales y a la final llegan los equipos con más dinero y seguidores, y no se opondría a un sistema de cabezas de serie en las fases medias y finales de la competición. Algo así pedía Rumenigge, afectado por la eliminación de la Juventus, con su congestionado rictus habitual. El procedimiento estaría más claro y remitirían las aguas de la rechifla.

Lo esencial es el método que se sigue para orientar el sorteo. ¿Se calientan las bolas, como en tiempos de Raimundo Saporta, ilustre prócer del Real Madrid, o se ha digitalizado la orientación? ¿Tienen rugosidades perceptibles al tacto? ¿Ha contratado la UEFA a Gandalf o a Harry Potter para que vayan cambiando a voluntad los nombres de las papeletas que se enseñan al público? Los aficionados quieren saber, necesitan saber el truco. La grandeza de las instituciones está en cuidar los pequeños detalles. Así siempre cae el Wolfsburgo.

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