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Niños cobijados por el proyecto Quijote

En un asentamiento a 30 kilómetros de Lima, un proyecto educativo para formar a niños y jóvenes centrado en la expresión artística y la lectura inaugura un centro cultural autogestionado

El profesor Espinoza dirige a los participantes de la escuela de música.
El profesor Espinoza dirige a los participantes de la escuela de música.Eddy Ramos

Durante sus vacaciones escolares, unos 40 niños y adolescentes empiezan el día a las ocho de la mañana con un cine-foro: participan de los talleres del proyecto Quijote para la vida en el asentamiento humano Santa Rosa, a 30 kilómetros al norte del centro de Lima (Perú). Es un lugar con 50 años de historia desde que los fundadores llegaron a un pedazo de desierto y roca. Hoy tiene 15.000 habitantes.

“Cuando empezamos hace nueve años, abrimos la biblioteca comunal Don Quijote y su Manchita (pequeño grupo) y convocamos a jóvenes y adolescentes, pero no resultó, tenían otros intereses. Entonces descubrimos que teníamos que dirigirnos a los niños e incluir más actividades, como la música, la danza y el deporte, pero todo atravesado por la lectura”, comenta Eddy Ramos, el gestor de la idea.

Castillo y su esposa, la educadora Lis Perez, lideran una iniciativa que se sostiene con los aportes de los padres de los participantes, la colaboración de colectivos de danza, cine y muralismo y la venta de miniesculturas del Quijote a base de metal reciclado preparadas por un artista plástico de la comunidad, Miguel Mejía. Además, el colegio Fe y Alegría número 12 y el estadio de la comunidad les ceden los campos deportivos para fútbol y atletismo.

Eddy Castillo y su mujer, Lis Pérez, gestores del proyecto.
Eddy Castillo y su mujer, Lis Pérez, gestores del proyecto.Jacqueline Fowks

“Sin embargo, si hay papás que no pueden pagar los talleres, conseguimos amigos o familiares que lo hacen por ellos, apadrinando un niño, pero les pedimos a los padres que se comprometan para que los chicos no falten”, aclara Lis. “Les enseñamos que todo lo que empiezan lo tienen que acabar”.

“Ahora pasamos a una nueva etapa con la inauguración del centro cultural Luis Berger. El nombre es en homenaje a un sacerdote francés que en la década de los 60 vivió ocho años en el distrito de Puente Piedra, al que pertenece Santa Rosa”, refiere el director del proyecto. Berger promovió la fundación del colegio Fe y Alegría Nº 12, impulsó la organización de la comunidad para lograr la red de agua potable y transmitió el mensaje de la teología de la liberación al abrir la parroquia de Santa Rosa.

La familia Castillo-Pérez se ha endeudado a cinco años para construir el centro cultural, de tres pisos y 300 metros cuadrados. Si bien lo inauguran el 27 de febrero, el primer nivel ya está listo y es la sala donde se imparten clases de marinera norteña, una de las danzas típicas de la costa peruana. El segundo albergará la sala de música y un pequeño estudio para la radio comunal, y el tercero, el espacio para gimnasia deportiva.

Los talleres se complementan con actividades deportivas.
Los talleres se complementan con actividades deportivas.Eddy Ramos

Los niños, separados por grupos de edad, rotan cada hora por las clases de música, oratoria, lectura-escritura, pintura, la danza marinera y deportes. “La música es todos los días. Queremos que en vez de que estén pegados a una tableta o al televisor, estén con su flauta. Nuestro sueño es tener una banda sinfónica dentro de unos años”, agrega la educadora.

“El objetivo es formar líderes de 6 a 12 años para que sean buenos ciudadanos”, precisa Castillo en la sala de la clase de oratoria, donde proyectan las películas. El proyecto Quijote para la Vida pretende que los niños aprendan a tener sueños. “Hoy vimos una película que enseñaba a no rendirse”, cuenta Erick, del grupo de nueve años.

Cuando el año escolar empiece en marzo, el centro cultural proyectará películas por las noches. “Para continuar el trabajo, tenemos que ajustarnos a los horarios de los niños con pequeños paquetes de actividades”, añade Pérez.

Los niños y sus educadores

“Bien. ¡Vuelta! ¡Sonrían, sonrían!”, dice con autoridad Wilin Alcalá, el profesor de marinera norteña, uno de los 12 mejores bailarines peruanos de ese género en la categoría junior noveles (menores de 17 años).

“El trabajo con este grupo de niños de nueve años es muy interesante: hemos avanzado rápido; por más que son hiperactivos aprendieron los pasos básicos, bailan solos y desarrollaron su oído. Van a dar una sorpresa en la clausura”, augura Alcalá.

El profesor de oratoria, Julio Yauri, orienta a un grupo de infantes de 6 a 7 años que recortan vocales y sílabas de revistas y periódicos para pegarlas en un papel. “Nuestra realidad es que no entonan ni vocalizan bien, entonces, les enseñamos a que aprendan a elaborar su discurso y que este sea acorde a su accionar en la vida”, describe el juvenólogo (especialista en juventud).

A unos 50 metros, en el segundo piso del salón parroquial, tienen lugar las sesiones de la Escuela de Música Brigid Mac Carty: es otro espacio cedido que utilizan hasta que esté listo el centro cultural. Mac Carty trabajó una década en Santa Rosa como voluntaria y donó algunos instrumentos musicales antes de dejar Perú.

Los niños se llevan los libros a casa y luego los cuentan en público.
Los niños se llevan los libros a casa y luego los cuentan en público.Eddy Ramos

El profesor de música y clarinetista Henry Espinoza prepara al solista de la batería, Sandro, para el día que inauguren el centro cultural, mientras otro grupo trabaja por separado. Espinoza plantea de manera clara cómo el aprendizaje musical sirve para la vida cotidiana. “Los niños siempre tienen distracciones, pero aquí les pedimos que se concentren en la música de fuera y la que tienen dentro: eso les ayuda a tener un control corporal y visual. Les enseñamos a reconocer sonidos. Como aquí se escucha mucho el ruido de los camiones y de los mototaxis, a la par que escuchan van viendo, distinguiendo lo bueno de lo malo. La música enseña a sentir, y hasta para caminar hay que sentir”, asegura.

Espinoza también reside en Santa Rosa, y recuerda que antes de que surgiera el proyecto Quijote había "mucho pandillaje" en la zona. "No había grupos ni talleres, pero desde entonces ha cambiado”, afirma.

Los niños muestran los libros cartoneros que hacen y se despiden con el lema de la biblioteca comunal “la lectura cambia tu vida”; los adolescentes preguntan cómo inspirarse para escribir un texto. Uno de ellos ha encontrado el título: La vida es un regalo, pero tiene el resto de la página en blanco.

En el barrio, ocho murales y una escultura a tamaño real de El Quijote, sentado sobre una banca, completan el panorama. La articulación de ocho colectivos culturales con el Barrio Quijote abre oportunidades en la vida de los habitantes de Santa Rosa.

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