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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Destruir Tombuctú es un crimen de guerra

La Corte Penal Internacional de La Haya va a pronunciarse contra un terrorista que destruyó mausoleos y tumbas sagradas

José Andrés Rojo
Militantes islamistas radicales destruyen un antiguo oratorio en Tombuctú en julio de 2012.
Militantes islamistas radicales destruyen un antiguo oratorio en Tombuctú en julio de 2012.AFP

La Corte Penal Internacional de La Haya ha decidido estudiar la acusación que pesa sobre Achmad al Mahdi, miembro del grupo terrorista Ansar Din, vinculado a Al Qaeda, de haber derruido en 2012 diferentes mausoleos y tumbas sagradas, y de haber dañado la mezquita de Sidi Yahia, del siglo XV, en Tombuctú (Malí). La fiscalía ha calificado de crimen de guerra la destrucción de bienes culturales, y el tribunal debe pronunciarse en 60 días sobre si abre por fin juicio contra Al Mahdi.

La barbaridad se produjo durante el avance de las milicias islamistas que, procedentes de Libia, tomaron Tombuctú e instauraron allí una versión particularmente radical de la sharía, la ley islámica. Para los miembros de Ansar Din, aquellos lugares vinculados al sufismo eran blasfemos y por tanto había que borrarlos de la faz de la tierra.

La idea de que cargarse unas cuantas construcciones de adobe —aquellos mausoleos de Tombuctú no eran mucho más que eso— pueda convertirse en un crimen de guerra, cuando son miles y miles las víctimas reales que caen fulminadas durante las más diversas mareas de violencia que agitan el mundo, puede resultar para algunos escandalosa. ¿Por qué tanto arrebato por unas cuantas piedras mientras no se hace nada para evitar el derramamiento de sangre de tantas y tantas personas? ¿Cómo es posible rasgarse las vestiduras porque los talibanes dinamiten los Budas de Bamiyán, por ejemplo, y no abrir la boca por los millares de afganos que murieron por esas bombas que cayeron despistadas desde las alturas?

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Cuando se plantean así las cosas, seguramente hay poco que decir. ¿Cómo andarse con minucias a propósito de unas viejas construcciones si no se hace nada por salvar a las personas? Pero la disyuntiva es diabólicamente perversa. El desafío más urgente, el fundamental, debe ser siempre el de proteger la vida. Pero no debe ser incompatible con el afán de evitar la destrucción de los lugares que forman parte del patrimonio de la humanidad.

Hay lugares que se levantaron por impulsos religiosos y otros que se construyeron para usos civiles o incluso para conmemoraciones políticas. Existen también espacios, ahora protegidos, que simplemente formaron parte de la vida cotidiana de algunas viejas civilizaciones: un mercado, un jardín, una plaza, unas cuantas casas. Esos restos, mejor o peor conservados, cuentan la historia del hombre, de los hombres; hablan de su manera de relacionarse con sus circunstancias, recogen sus obsesiones, sus sueños, sus temores, hablan de su amor por los detalles y recogen sus inquietudes. Seguramente están ahí para revelar una lección bien sencilla: que somos muy diferentes pero que a todos nos aguarda el mismo destino. Son las huellas de los afanes que tuvieron otros en sus vidas.

Así que los que sean verdaderamente significativos deberían permanecer ahí: para seguir previniéndonos justamente contra cualquier fanatismo.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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