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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Excepción británica

Cameron deteriora a la UE, pero eso no le garantiza ganar su referéndum

David Cameron, primer ministro británico
David Cameron, primer ministro británicoChris Ratcliffe

El primer ministro británico, David Cameron, ha conseguido, de momento, lo peor de cada lado. Por un lado, la oferta que le ha enhebrado el presidente del Consejo Europeo en combinación con la Comisión supone un deterioro para la Europa a la que Reino Unido pertenece, aunque a veces no lo parezca. Por otro, ese supuesto logro en absoluto le garantiza el apoyo de amplios sectores euroescépticos —que él toleró, alimentó y cuidó—, sino más bien, como se ha visto por las primeras reacciones políticas y mediáticas, su encono.

El paquete Tusk, por el apellido del ex primer ministro polaco que preside las cumbres de la UE, es, ciertamente, un mal signo para la articulación actual de la Unión Europea; para su vocación política, que debe ampliarse en vez de reducirse más; para su cohesión interna, pues da pábulo al primero de los egoísmos nacionalistas, el británico; y como consecuencia, para su futuro como actor mundial de peso, creíble y confiable.

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En efecto, el planteamiento deteriora la pulsión hacia una unión “más estrecha”, otorgando a Londres una excepción en este desiderátum básico, lo que puede estimular a otros Gobiernos refractarios.Da ventajas asimétricas a las monedas nacionales que se oponen al euro, como la libra, más que a las que aún no pueden acceder a él, y en detrimento de la eurozona. Recorta el alcance del débil mercado laboral ya existente al establecer nuevos obstáculos, algunos de ellos —como la erosión de las ventajas sociales a los trabajadores desplazados— minimizadores del principio de no discriminación por razón de nacionalidad y a la más somera justicia social. Y refuerza el papel retardatario, en vez de impulsor, de los Parlamentos nacionales.

Es, pues, una mala oferta. Recorta muchos de los avances conseguidos en más de medio siglo. Y abre la espita a una eventual implosión de la Unión, siquiera de efectos retardados.

Sin embargo, no le será fácil a David Cameron activarla, pues se condiciona a que obtenga el apoyo de una mayoría cualificada de los otros Gobiernos (para cortar las alas a los inmigrantes que eligen a esos Gobiernos). O a una mayoría reforzada de Parlamentos nacionales. Y ya se sabe que es mucho más arduo vertebrar mayorías favorables a un particularismo que urdir una minoría de bloqueo.

Conviene, y mucho, que Reino Unido continúe en la UE, por razones democráticas (su ejemplar Parlamento), defensivas (su potencia militar), financieras (la City) y de equilibrio (ante el eje franco-alemán). Pero no a un precio exorbitante. Los otros 27 deben endurecer la oferta. Y la eurozona, demostrar con hechos que ese socio más lento no cortocircuitará a los más rápidos. ¿Cómo? Acelerando los pasos pendientes para culminar la inacabada unión monetaria (fondo de garantía de depósitos de la unión bancaria, unión fiscal, seguro de desempleo europeo...).

A la postre, Cameron puede perder su referéndum: sería su muerte política, la ruptura de su partido y quizá de su país, dado el europeísmo de Escocia. Pero aunque gane, Reino Unido no será por ello más relevante: con egoísmo y reservas no se construye nada grande ni atractivo.

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