Bowie y la moda: una relación irrepetible
Los constantes cambios de estilo del músico británico se debían a que quería que su música “se viese como sonaba”
Hace apenas unos días se popularizó una web que dice al usuario qué hacía David Bowie a su edad. El efecto era devastador: en cualquier momento, iba por delante o directamente no tenía a nadie detrás. Lo mismo se podría hacer con la relación del músico con la moda. No importa qué límite quiera explorar un diseñador, qué tabú quiera romper una estrella del pop. Bowie siempre habrá llegado antes y mejor.
El músico, que murió ayer a los 69 años en Nueva York víctima del cáncer, solía decir que no le interesaba la moda, que la explicación de sus constantes cambios de estilo se debía a que quería que su música “se viese como sonaba”. Pero a la moda sí le interesaba Bowie, rozando la idolatría. Están los homenajes evidentes, la americana que Riccardo Tisci calcó de Aladdin Sane en 2010, la vez que Jean Paul Gaultier basó una colección entera en Ziggy Stardust, los trajes que Dries van Notten, un Bowie-obseso como casi toda la industria, creó inspirándose en la etapa berlinesa del cantante, pero más allá de esas réplicas, que siguen y seguirán apareciendo varias veces por temporada, lo que la moda adora del músico es su capacidad para tomar una prenda, ya sea una blusa con lazada eduardiana o un mono de lamé rojo, y conjurar a través de ella un universo entero. Transmitirlo todo sin decir nada. Por algo la exposición que el museo Victoria & Albert le dedicó en 2013, un gigantesco éxito de público y casi una canonización en vida, se tituló “David Bowie es”, dejando que cada visitante completase la frase a su gusto. David Bowie es un mod entre 1965 y 1967, con impecable corte de pelo moptop a lo Brian Jones y trajes de tres botones; es un adelantado a la confusión de géneros en 1971, en la etapa de Hunky Dory, con pose lánguida, pelo largo y pantalones de cintura estrecha y pernera ancha; es una criatura del espacio exterior en 1972, cuando engendra a su alter ego Ziggy Stardust, con estrechísimos monos escotados, botas de plataforma y aquel corte de pelo desfilado en rojo, mil veces mal emulado; es un hombre con vestido de satén y purpurina y con un maillot mínimo (tan pequeño que cuando hace un par de años se lo puso Kate Moss, tuvieron que ensanchárselo) en la noche en la que entierra a Ziggy en el Hammersmith Odeon de Londres; es un bucanero en culottes –los mismos que están hoy en las rebajas del Zara– en la etapa de Rebel Rebel, una lagartija en plataformas en su etapa glam, un dandy esquelético cuando fue el Delgado Duque Blanco y, quizá por primera vez en su vida, una víctima de su época en los ochenta, cuando no pudo escapar a las cazadoras con volúmenes y los pantalones abombachados.
No se puede decir que la moda fuese una parte del personaje Bowie, un complemento a su brillante carrera musical, sino un prisma que lo afecta todo, una manera de entender el pop que el resto de estrellas tardó décadas en comprender e imitar y que él intuyó ya de adolescente. Cuando era un crío y estudiaba en la Bromley Technical High School, el protomod David Jones se teñía el pelo con colorante alimentario –lo que ya le separa del resto en las fotos de su banda de la época, The Konrads– y pintaba a mano las rayas de su americana escolar, que vista hoy parece algo diseñado por Raf Simons. Aunque colaboró con distintos creadores y diseñadores a lo largo de su carrera de seis décadas, no hay duda que la fuerza creativa detrás de todas sus etapas de estilo fue el propio Bowie. A principios de los 70, cuando él y su mujer, la no siempre justamente valorada Angie, vestían túnicas a juego, encontró un aliado en Michael Fish, que tenía en la londinense Marylebone una tienda especializada en bucólicos “vestidos para hombre” y poco después se adelantó más de diez años al reinado de los diseñadores japoneses confiando en Kansai Yamamoto muchos de los trajes más memorables de Ziggy Stardust, incluido el espectacular mono como de Pierrot del espacio exterior con gigantescas perneras. Se alió con los grandes modistos en ocasiones, como en los setenta, cuando se alimentaba básicamente de cocaína y vestía trajes de Yves Saint Laurent, pero sobre todo tenía talento para identificar a los emergentes con talento. Por algo en 1997 le pidió a un joven Alexander McQueen que le diseñase una levita con la tela de Union Jack repleta de quemaduras de cigarrillo.
Casado con la modelo Iman, a la moda le ilusionaba considerar ingenuamente a Bowie “uno de los suyos” y a él se invocan sus mejores talentos en sus momentos más ambiciosos. Cuando Phoebe Philo se enfrentó a la tarea de refundar Céline en 2011, basó toda su primera colección femenina en una imagen del músico enfundado en un memorable traje color mostaza. Cuando Hedi Slimane se hizo cargo de Dior Homme, dispuesto a cambiar la silueta masculina para toda una década, colgó una sola foto en su estudio, una del autor de Starman en 1975, entregando un Grammy a Aretha Franklin y vestido con un traje de solapas anchas, pajarita blanca y fedora negra. Ya no habrá nuevos looksde Bowie que saquear, pero quedan, al lado de los inmensos discos, cientos de imágenes que cortan la respiración, fotos de un hombre que supo que la moda, bien manipulada, puede ser mucho más que ropa.
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