Guerra civil islámica
El enfrentamiento entre Arabia Saudí e Irán agrava los conflictos entre suníes y chiíes
Al peligro creciente del Estado Islámico se añade ahora la escalada entre Arabia Saudí e Irán. La zona más peligrosa del planeta, en la que arden al menos tres guerras civiles —Siria, Irak y Yemen—, no cesa de acercarse a un abismo que afecta a la estabilidad de todos.
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Europa no puede contemplar imperturbable cómo Riad y Teherán, ya enzarzados en dos guerras por procuración en Siria y Yemen, avanzan hacia un horizonte que no excluye la confrontación directa. La ejecución por el régimen de los Saud de un clérigo chií —hostil a la monarquía pero sin vinculación con actos violentos— y el asalto a la Embajada saudí en Teherán, así como otros actos terroristas contra suníes en Irak, demuestran que la dinámica está en manos de los radicales. En el caso saudí se hallan en la misma cúpula de la casa real, desde que el rey Salman sucediera al fallecido Abdala, y su hijo, el joven príncipe Mohamed, tomara las riendas del poder. En el iraní, es el propio líder supremo, Alí Jamenei, y los Guardianes de la Revolución quienes quieren imprimir su dinámica radical por encima del reformista presidente Rohani.
La actual confrontación echa sus raíces en las rivalidades religiosas entre chiíes y suníes, pero lo que está en juego es la hegemonía en la región del Golfo e incluso en el mundo islámico. La rivalidad alcanza a las relaciones con Washington, en el caso de Riad especialmente privilegiadas hasta ahora, aunque cuestionadas por el acuerdo nuclear alcanzado con Teherán.
Difícil dirimir entre dos dictaduras teocráticas, que en algún momento han patrocinado el terrorismo. Arabia Saudí juega con la ventaja de su interpenetración con los intereses económicos occidentales, que utiliza como palancas para actuar impunemente. Dos son los peligros que se ciernen en la zona: que la guerra fría se convierta en caliente y que el Estado Islámico siga avanzando gracias a que quienes pueden frenarlo se dedican a combatirse entre sí.
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