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Cuando el refugio no borra el prejuicio del refugiado

Los homosexuales recién llegados a Holanda son amenazados por sus compatriotas

Isabel Ferrer

Antes de que los refugiados sirios y de otros países llegaran a Holanda, el ministro de Interior, Ronald Plasterk, propuso traducir al árabe la Constitución “para que comprendan que hay cosas intocables, como la no discriminación”. Cuando sus asesores le indicaron que su plan sería poco efectivo, la idea fue desechada. Ahora que el flujo de migrantes es un hecho, el Gobierno afronta un dilema inesperado: entre los recién llegados hay homosexuales amenazados por sus propios compatriotas. Algunos temen incluso salir de sus habitaciones en los centros de acogida, y han pedido el traslado a un lugar seguro. Para el Ejecutivo, la situación es delicada porque la postura oficial es la del ministro Plasterk. Es decir, en Holanda no se discrimina y por tanto no caben mudanzas. Los agresores, eso sí, merecen una sanción. “Si los homosexuales, lesbianas o transexuales no están seguros, hay que garantizar su integridad. Pero sin ceder ante los violentos”, en palabras del primer ministro liberal, Mark Rutte. Los afectados, sin embargo, no entienden por qué no se asegura su integridad, cuando algunos huyeron de una muerte cierta a manos de los yihadistas por su condición sexual.

El organismo que centraliza la ubicación de todos los acogidos en el país certifica que avisa a las fuerzas del orden en cuanto observa la menor “agresión, ya sea física o verbal”, y han afinado la vigilancia. A pesar de ello, el colectivo LGBT holandés (que reúne a lesbianas, gais, bisexuales y personas transgénero) ha pedido al Ejecutivo que cambie a los amenazados y explique las normas y valores irrenunciables de esta sociedad. Como ello llevará tiempo, el Ayuntamiento de Ámsterdam ha preferido no arriesgarse a que ocurra algo grave y ha instalado ya a cinco varones homosexuales de Siria, Irán e Irak en un apartamento. Otros cuatro residirán en breve en otro piso similar. Una medida necesaria, según Ossama Abu Amar, asistente social palestino, gay y antiguo refugiado, que anima a las autoridades a dejar de pensar que la homofobia no existe en Holanda solo porque las leyes la penalicen.

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