Guardianas de la educación
Conseguir que las niñas vayan a la escuela en Afganistán y Nigeria es un reto de alto riesgo. Dos profesoras comparten su experiencia
No sólo ponen en riesgo sus vidas, sino que se exponen a ser excluidas de sus propias comunidades. Su único pecado es defender el derecho de las niñas a la educación, un derecho fundamental que en pleno siglo XXI no está garantizado en países como Nigeria y Afganistán. A las anacrónicas normas patriarcales que permiten que adolescentes de 15 años sean casadas con hombres de 60, se suma la inseguridad en las zonas de conflicto donde el secuestro y la violación son ya reconocidos como un arma de guerra. Las profesoras Habiba Mohammed, nigeriana, y Shabana Basij-Rasikh, afgana, se enfrentan día a día a sus conservadoras sociedades con el fin de retrasar la edad de casamiento de las niñas y ofrecerles un futuro mejor. Aseguran que no abandonarán su causa pese a las duras circunstancias que les rodean.
Habiba y Shabana participaron a finales de noviembre en Londres en Trust Women Conference, un encuentro internacional al que fueron invitadas para compartir su experiencia y trabajo en una mesa redonda titulada Cómo mantener a las niñás en la escuela. Durante su intervención, ambas destacaron el papel de los líderes de las comunidades locales y el de la figura paterna para avanzar en la educación de las niñas: “Detrás de la mayoría de nosotras, quienes hemos tenido éxito, hay un padre que reconoce el valor de su hija y su educación”, indicó la afgana.
Casi 16 millones de niñas son casadas anualmente antes de los 18 años en los países más empobrecidos, dicen los últimos datos del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) Una vez casadas, la mayoría de ellas abandona sus estudios. En casos como Nigeria, escolarizar a las niñas no sólo supone un desafío a las normas culturales, sino también a grupos extremistas como Boko Haram, que en los estados musulmanes del Norte de Nigeria se oponen radicalmente a la educación de las menores. Habiba Mohammed conoce bien el terreno donde pisa. Esta profesora nigeriana lleva enseñando más de 15 años y actualmente es co-directora del Centro para la Educación de las Niñas en el norte de Nigeria, al que acuden más de 5.000 jóvenes. El proyecto se desarrolla con éxito en nueve comunidades rurales gestionadas por cuatro gobiernos locales.
“Todo el mundo está de acuerdo en que Boko Haram está en contra de la escolarización de las niñas, de ahí que muchos padres están asustados y se muestren reticentes a la hora de enviar a sus hijas al colegio; tienen miedo de que no vuelvan a casa de la escuela”, lamenta Habiba. “Creo que en el norte de Nigeria las carreteras son más peligrosas que Boko Haram, ocurren accidentes y violaciones. La realidad es que no hay seguridad en ningún lado, pero no podemos negar la educación a las niñas, negarles la capacidad de ser independientes y de saber defenderse”.
Nigeria: Educando en las comunidades rurales
Habiba reconoce que su labor no es fácil y destaca el importante rol que juegan los líderes religiosos y de las comunidades para convencer a los padres de los beneficios de escolarizar a sus hijas. “Cuando visitamos a uno de los líderes, nos dijo que su hijo había completado la Educación Secundaria y que aún así no tenía trabajo, entonces nos preguntó qué sentido tenía enviar a las niñas a la escuela”, explica esta profesora nigeriana.
Otro de los argumentos en contra es que la educación occidental no es adecuada para sus hijas, que son musulmanas. En este sentido, Habiba defiende que debe respetarse la religión. “Las niñas deben ser educadas en el sistema islámico, pues de lo contrario no podrían practicar su religión, pero también creo que deben tener una educación occidental, es complementaria”, afirma Habiba, quien comenta brevemente lo útil que fueron las clases que recibió este año en Ohio (EE.UU.) y cómo sus conocimientos repercutirán en su comunidad.
Habiba insiste en que el problema no es la religión: "Es cultural”. Un problema cultural que viola los derechos fundamentales de millones de niñas, desterradas de sus hogares familiares y forzadas a convertirse en esposas, madres y amas de casa a edades demasiado tempranas. “Cuando hablas con ellas no quieren contraer matrimonio. Recuerdo a una chica que fue casada a los 15 años con un hombre que tenía 60. Volví un año y medio después a visitarla y estaba con su hijo, parecía que tenía 10 años más y tanto ella como el bebé estaban mal nutridos. Rompí a llorar”, relata Habiba.
Esta profesora nigeriana reconoce que en muchos casos es imposible evitar estos matrimonios. Por ello, su organización también negocia con los maridos para que les permitan ir a la escuela. “Ni el estar casada ni la edad deben ser una limitación para estudiar”, subraya Habiba que, a sus 46 años y con cuatro hijos, recuerda brevemente cómo comenzó a estudiar su carrera en la Universidad Ahmadu Bello de Zaria cuando estaba embarazada de su primogénito.
La suerte de Habiba fue tener una madre con estudios, un privilegio que muchas mujeres de las zonas rurales del norte de Nigeria no pueden permitirse. Éstas no sólo no están alfabetizadas, sino que soportan enormes cargas de trabajo. De ahí que en las zonas rurales las mujeres se resisten más que los hombres a la hora de aceptar que sus hijas vayan a la escuela, según afirma la profesora.
“¿Quién va a hacer las labores de la casa?, ¿quién va a ir a vender la leña? y ¿quién va a cuidar de sus hermanos? Estas son las preguntas que nos hacen las mujeres cuando organizamos los grupos de debate con ellas en las zonas rurales. Allí las circunstancias son difíciles y a mujeres no alfabetizadas a veces es difícil hacerles entender los beneficios de que sus hijas permanezcan ocho horas fuera de casa para asistir a la escuela”, añade la nigeriana, quien explica que su organización ayuda a las niñas a pagar las tasas del colegio, compra sus libros y ofrece orientación laboral y apoyo psicológico.
Habiba es muy crítica con el sistema público de educación de su país. La calidad de los profesores y de las instalaciones es muy baja, denuncia la educadora, que reclama al Gobierno más inversión. “Hubo un tiempo en el que los hijos de los gobernadores y los hijos de los trabajadores íbamos al mismo colegio. Hoy en día existen escuelas privadas y al sistema público sólo van los niños de las familias más pobres. Esto tiene que cambiar”, subraya.
Habiba Mohammed sabe que queda mucho camino por recorrer hasta que todas las niñas de su país vean sus derechos respetados. Asegura que seguirá trabajando para lograrlo, sin miedo: “¿Por qué voy a temer? El conflicto de Nigeria vería una solución si todos los niños y niñas fueras educados y tuvieran oportunidades de empleo. Creo que el problema de la violencia debería introducirse en el currículo educativo en Nigeria”.
Afganistán: oasis educativos para chicas en una tierra de hombres
Asus 24 años, Shabana Basij-Rasikh co-dirige SOLA School, el primer colegio internado femenino de Afganistán. Localizado en Kabul, allí acuden más de una treintena de jóvenes entre 11 y 19 años procedentes de casi todos los grupos étnicos, religiones y tribus. El objetivo es prepararlas para que estudien en el extranjero y vuelvan a Afganistán, donde muchas se convierten en las primeras mujeres trabajadoras de su sector. Entre 1996 y 2001, durante el régimen talibán, se prohibió la educación a las niñas y jóvenes. Hoy, la educación está permitida a niños y niñas, pero las barreras culturales y, sobre todo, la falta de profesoras, son los principales obstáculos. “No podemos negar que vivimos en una sociedad muy conservadora, por ello, son necesarias más profesoras”, remarca Shabana.
Shabana es una joven brillante en los estudios y pragmática en el terreno. “Nosotros debemos reconocer la realidad en la que vivimos y por ello debemos buscar soluciones mirando a las comunidades locales y al rol de los padres”, insiste la joven, quien relata cómo un día presenció la conversación entre “un hombre con barba y turbante” que le preguntaba a otro hombre residente en la comunidad cómo podía seguir vivo permitiendo a su hija ir al colegio SOLA. “El hombre contestó: mátame ahora si quieres, pero no voy a dejar a mi hija sin educación y sin futuro”, explica Shabana durante su intervención en Londres, al tiempo que subraya que estos hombres son los que pueden convertirse en modelos a seguir por otros padres en las comunidades para que permitan a sus hijas ser educadas.
Shabana que sufrió en sus propias carnes la opresión del régimen talibán: fue educada en la clandestinidad y una vez en Estados Unidos se graduó en el Middelbury College (Vermont) en Relaciones Internacionales y Estudios de Género y Mujer. Pudo quedarse en América, pero la joven, fuertemente comprometida con su país, decidió volver a Kabul y fundar el colegio internado SOLA, que en lengua Pashtun significa paz.
Esta afgana es consciente de los riesgos que corre su vida ayudando a otras jóvenes de su país para que tengan la educación que ella tuvo. “Estas jóvenes son la generación que puede devolver la paz y la prosperidad a nuestro país”, declaró recientemente a la revista National Geographic, la cual le nominó con el galardón Exploradora emergente del año 2014 que reconoce a los visionarios del mañana. Por ello, esta joven tiene claro que no cejará en su empeño de luchar por su país.
Lo cierto es que las tasas de analfabetismo entre las mujeres afganas son de las más altas del mundo. Sólo el 6% de las mujeres de 25 años o mayores reciben algún tipo de educación formal, mientras que el 90% de las que viven en las zonas rurales no saben leer ni escribir. SOLA School es un primer paso hacia la prosperidad que sueña Shabana para su país. Es una especie de oasis en tierra de hombres, en medio de una sociedad conservadora. Actualmente, estudian más de una treintena de jóvenes, pero con un presupuesto de 10 millones de dólares procedentes de donaciones esperan formar en los próximos cinco años a más de 300 estudiantes.
En el centro, las jóvenes no sólo estudian las asignaturas comunes para acceder a la universidad, sino que también practican regularmente actividad física en un espacio, como describe Shaban, “reducidísimo”. “Pero es importante destacar que la actividad física empodera a las mujeres, mejora su autoestima. Por eso, aunque no tengamos espacio, nosotras andamos en bicicleta dentro del colegio; no es común que una chica circule en bici o motocicleta por las calles de Kabul”, afirma sonriente, para añadir que, sin lugar a dudas, “mantener a las niñas en el colegio las convierte en personas independientes y seguras, capaces de cuidarse y protegerse de casamientos tempranos y otras violaciones”.
Shabana Basij-Rasikh es consciente de largo camino que le queda por recorrer, pero está firmemente convencida de que la forma más efectiva de luchar contra el terror es disponer de la mejor generación educada de Afganistán para liderar un futuro próspero y una paz sostenible.
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