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Columna
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Payasada

Mas se afana en explosionar lo que queda en pie de la Generalitat tras sus medios mandatos

Xavier Vidal-Folch

“Me gusta tanto Alemania que prefiero tener dos”. Esta frase, acuñada por el periodista, escritor y Nobel francés François Mauriac, cosechó mucho éxito, pues escondía recelo u odio en envoltorio irónico. Tanto que se atribuyó a muchos padres. Pero François Mitterrand y Giulio Andreotti, grandes utilitaristas, solo la copiaron.

Artur Mas amaba tanto a la Generalitat, y a su presidencia, que prefería tener cuatro presidentes. El caso era, obsesivamente, seguir figurando entre ellos. A razón de un cuarto de presidente, aunque no se sabe si con derecho a solo un cuarto de sueldo, chófer, pensión y despacho pospresidencial. Así se lo ofrecía a la muchachada de la CUP, que reclamaba una presidencia “coral” —lo contrario de una presidencia— para no tener que investirle y sonrojarse de la vecindad a pujolerías y tresporcientos.

Pero esta respondió con más seriedad a la increíble payasada institucional (¿por qué no 3,14 presidentes, como el número pi; o 41, uno por comarca; o siete millones y medio, tantos como catalanes?) exigiendo no solo el trato protocolario de presidente para el cuarteto (que juzgan cosmético) y poderes de taifas para cada uno de sus miembros, sino repartir las muy potentes competencias clave del president: firmar decretos, nombrar consellers, disolver la Cámara. Y Mas pareció rilarse.

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Empecinado en hundir —amb il.lusió— todo lo que toca, desde la empresa de ascensores de papá a la de curtidos de los excelsos Prenafeta, pasando por la federación CiU, el nacionalismo moderado, la tradicional unidad cívica de la ciudadanía catalana, el universalismo de la senyera por la que tantos sufrieron (ahora vilipendiada con añadidos facciosos), el imperio de la ley, la capacidad catalana de atraer empresas en vez de expulsarlas y hasta su propio partido, Sansón Mas se afana si conviene en explosionar lo que queda en pie de la Generalitat tras sus medios mandatos, de los que nada quedará, porque nada hizo ni emprendió ni propuso, más allá del agit-prop callejero.

El oficio de payaso y los demás circenses son cosa solvente. Consagrados por pintores como los catalanes Josep Amat y Francesc Serra, han dado excelentes artistas como el catalán Charlie Rivel. Ninguno de ellos perpetraría esa payasada. Ellos jamás se reirían ni de su oficio ni de su patria. Gente seria.

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