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La paradoja y el estilo
Columna
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Un puntapié divino

El 'show' ha comenzado, cada candidato debe demostrar sus habilidades frente a la cámara de televisión

Boris Izaguirre
Pablo Motos, de espaldas, y Pablo Iglesias, tocando la guitarra en ‘El Hormiguero’.
Pablo Motos, de espaldas, y Pablo Iglesias, tocando la guitarra en ‘El Hormiguero’. gtresonline

Carlota Casiraghi, la bella hija de Carolina de Mónaco, ha aparecido con nuevo novio convirtiendo en pasado al padre de su hijo, el actor y humorista francés Gad Elmaleh. La noticia nos ha devuelto algo de esa vidilla agitada y emocionante de su madre y su tía en los años ochenta. ¡Bien! Siempre nos quedará Montecarlo.

Igual que en el principado de Andorra con sus bancos, algo pasa en el de Mónaco con los actores. Comenzó Grace Kelly, la abuela de Carlota, que aprovechó la oferta de ser princesa para no tener que esperar a que Hollywood le diera la patada. Todos sabemos tristemente cómo terminó todo en una curva. Entre el listado de romances de Estefanía estuvieron Anthony Delon y Paul Belmondo, ambos hijos de actores. Alberto, el soberano actual, tuvo varias novias actrices, como Brooke Shields, aunque ninguna se atrevió a dar el paso y hacer el papelón de su vida. La propia Carolina tuvo un novio actor, Vincent Lindon, pero un día se echaron los trastos a la cabeza y la princesa fue fotografiada gritándole al intérprete durante el intermedio de un estreno de los ballets de Montecarlo, que son la pasión de Carolina que ha sobrevivido a todos sus romances y la ha arrastrado a Cuba esta semana.

Mientras, en el reino de España corremos muy enfadados con Valentino Rossi por sus malas artes en el circuito de Sepang, donde se ha demostrado que dio una patada a la moto de Marc Márquez durante la carrera, poniendo muy altas las expectativas para el circuito de Valencia. Como noticia, solamente la segunda boda de Cayetano Rivera, la primera para su esposa Eva González, va pisándole los talones. Quizás una aparición sorpresa de algún candidato electoral en el debate de Gran Hermano podría rivalizar en curiosidad. Queda algo más de un mes para las elecciones y el show ha empezado, cada candidato debe demostrar sus habilidades frente a la cámara de televisión.

Pablo Iglesias deleitó a la audiencia tocando la guitarra en El Hormiguero como un nuevo flautista de Hamelín. No hace falta ser princesa como Carlota para colarte por un chico con coleta que te canta canciones protesta. Rivera, Sánchez y Rajoy ya piensan en cómo lucirse sin desafinar.

Menos mal que existe Mónaco para lucirse y menos mal que a ese gen Grimaldi no le vence el sueño. Adormilado en mi vuelo de Miami a Madrid, con escala en Barcelona, antes de las típicas turbulencias del Atlántico norte se me ocurrió ver por la ventanilla. Y mi mirada se encontró con un avión de Air France que avanzaba en sentido contrario. Decidí fijarme más y en una ventanilla, la única con luz encendida, pude ver claramente a Carolina Grimaldi. Ella viajaba al Caribe, yo al Mediterráneo y, aunque no podría asegurarlo, me pareció que me saludaba entre nubes. Fue un gesto como esos de Mario Draghi, príncipe del Banco Central Europeo, cuando decide espantar el fantasma de la deflación con un buen chorro de dinero. Una vez en el aeropuerto de El Prat opté por ducharme en la sala vip para aclararme las ideas. Muy amablemente los empleados me explicaron que se cobran 10 euros por ese servicio. Estuve tentado a preguntar si separaban algún 3% pero extendí mi billete como si no lo pensara y esperé a que otra empleada, vestida como el fantasma de la deflación, me abriera el habitáculo donde me ducharía. Decorado con paredes de pizarra gris andorrana, los 10 euros te garantizan una toalla de hotel envasada al vacío, dos botellitas de gel y champú y unas pantuflas de papel. Mientras te duchas, justo en ese momento de relax que disfrutas bajo un buen chorro de agua templada, suena impertinente la megafonía, en catalán, español e inglés para darte la bienvenida y arruinarte ese instante de soberanía y de independencia. Es cierto que al salir de ese bañito no me encontré a nadie de Convergència exigiéndome una comisión, como al parecer hacían a empresarios a través de las fundaciones del partido.

Mientras sacaba el máximo provecho de la toalla, pensé: "¿Cómo habrán hecho las empresas, adjudicatarias o no, para no dar cuenta de estos cobros y, además, por tanto tiempo?". Nadie dijo nada, igual que en el Vaticano, donde no solo se camuflaban los delitos de pederastia sino también caprichos y gastos. A la patada de Rossi ahora se le suman dos más en forma de libro, Vía Crucis y Avaricia, que documentan la codicia, las necesidades de la curia y cómo sus miembros consiguen mantener su principesco ritmo de vida bajo pía complicidad. Ante esto el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, aclaró que "a menudo, diferentes lecturas son posibles a partir de unos mismos datos". Un puntapié divino.

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