Derecho a existir
El problema de la trata es precisamente la invisibilidad de la misma. Mientras discutimos sobre el tema, millones de mujeres alrededor del mundo son engañadas o amenazadas
Hace algunos meses nos encontrábamos discutiendo con una colega la forma de explicar el irreparable daño que la trata de seres humanos hace a las niñas y a las mujeres. Ella, comunicadora y periodista, se oponía férreamente a todas mis explicaciones jurídicas sobre los bienes jurídicos tutelados como la vida, integridad, salud, libertad, igualdad; o las violaciones a derechos humanos o las obligaciones de protección que le competen a Estados y otros muchos argumentos entendibles en el mundo jurídico e irrelevantes para la vida diaria de niñas, niños mujeres y hombres de la sociedad en la que vivimos.
La discusión me dejaba cada vez más frustrada y molesta, ella trataba de hacerme entender que lo que yo decía era ininteligible y yo luchaba por cambiar mis palabras y mi perspectiva, pero por más que trataba, no lograba expresarlo.
Yo quería que ella supiera que las imágenes de mi mente no se correspondían con mis palabras. Mientras la palabra trata salía de mi boca, las imágenes de mi mente eran las de una escena del crimen que presencié hace años, lo que veía era el miedo y el desamparo en los ojos de unas chicas, casi niñas; el terror frente a cualquier persona que se les aproximaba, tanto si eran sus captores, los dueños del bar que las tenían esclavizadas, los policías que las llamarían putas y solamente las cambiarían de lugar de encierro o los fiscales, que en el mejor de los casos las ignorarían y después de obtener una declaración las dejarían a su suerte, sólo para que después, el castigo de sus jefes/dueños fuera más brutal que nunca. Miedo a todos, miedo frente a todos, el miedo fundado y justificado de que después de que pasara la bulla todo sería igual o peor que antes.
Yo quería decirle a mi compañera que el problema de la trata era precisamente la invisibilidad de la misma, que mientras nosotras discutíamos, millones de mujeres alrededor del mundo eran engañadas o amenazadas, captadas por personas de su entorno y comunidad, trasladadas de un pueblo a otro, golpeadas brutalmente, invadidas en su cuerpo de formas inimaginables, humilladas verbalmente hasta hacerlas desaparecer hasta para sí mismas, condenadas a dejar de existir. Puestas luego a disposición de otros, en otro lugar, donde el ciclo y el miedo volvían a comenzar, sin ningún punto de referencia o persona a quien recurrir.
Una mujer víctima de trata deja de existir, pero no muere. Su cuerpo se convierte en propiedad de alguien y es usado a todas las escalas
Finalmente, le dije que el problema de la trata es que una niña, una adolescente o una mujer víctima, es obligada a dejar de ser una persona, desaparece del mundo y se convierte en una mercancía, un objeto, una cosa productiva. Deja de tener nombre y apellido, deja de ser la hija querida, la hermana a quien acudir, la tía alegre, la madre fuerte y valiente, la amiga confidente, deja de tener derecho a vivir su vida y cumplir sus sueños.
Una mujer víctima de trata deja de existir, pero no muere. Su cuerpo se convierte en propiedad de alguien y es usado a todas las escalas, produce ganancias, poder y autoridad para un grupo de hombres. Vive cada día un infierno, pero nadie lo ve y a nadie le importa.
La conversación con mi colega terminó así. Lo más terrible de todo esto es que esa realidad de millones de mujeres víctimas de trata no termina, sigue ocurriendo a cada minuto, lo queramos ver o no.
El 17 de octubre es el Día Europeo de Lucha contra la Trata de Personas y en Women’s Link Worldwide trabajamos, ese día y el resto del año, para visibilizar y documentar las situaciones de extrema vulnerabilidad en las que se encuentran las mujeres y las niñas que son víctimas de trata, y las violaciones de derechos humanos que sufren.
Evelyn Recinos Contreras es abogada en Women’s Link Worldwide.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.