Cuando el ‘homo digitalis’ se pone al volante
Casi un 40% de los accidentes de tráfico se deben a distracciones y el teléfono móvil juega un papel cada vez mayor en ellas
Que la tecnología digital está cambiando nuestras vidas es una obviedad. La mayoría de las veces la cambia para bien, pero algunas también para mal. Por supuesto, ya no sabemos vivir sin el móvil y si por casualidad se nos ha olvidado en casa volvemos a buscarlo, aunque se caiga el mundo. Tal es la sensación de vacío y desprotección que nos produce vernos de repente sin el aparato que nos conecta con los demás, que es como decir que nos conecta con la existencia.
Ciertamente, llevar siempre la oficina en el bolsillo, como reza la publicidad de los teléfonos de última generación, es una gran ventaja, sobre todo para nuestros empleadores, porque aumenta nuestra productividad a costa de ocupar espacios de nuestra vida antes reservados al ocio o a las musarañas. Pero sobre todo implica un cambio en el modo de vivir y trabajar que exige estar permanentemente conectado. Ya no hay huecos para la contemplación, ni siquiera cuando caminamos por la calle. En cuanto tenemos la ocasión, nos sumergimos en la pantalla. Lo malo es que si lo hacemos en el metro, no pasa nada. Pero a base de convertir esta posibilidad en hábito, y el hábito en patrón de conducta, tendemos a aplicarlo siempre y en todo lugar. También cuando vamos al volante. Y eso ya no es tan positivo. Las distracciones al volante son la causa de casi el 40% de los accidentes de tráfico, y el tercer motivo de distracción es hablar por el móvil. Aunque el código de circulación lo penaliza severamente, el hábito está tan arraigado que la amenaza de sanción apenas resulta disuasoria.
En realidad, somos víctimas del exceso de confianza. Creemos que podemos hacer varias cosas a la vez, pero conducir ya es, en sí mismo, hacer muchas cosas a la vez. Conducir de forma segura exige que todos los sentidos estén en alerta y pendientes de lo que ocurre en la carretera. Recibir una llamada implica desconcentrarse. Y teclear en una pantalla no solo supone apartar la vista, sino también apartar la mente de la conducción. Lo que seguramente no saben los conductores que lo hacen es hasta qué punto hablar por el móvil merma la capacidad cognitiva y de concentración. Incluso por el sistema de manos libres, que a efectos de distracción es igualmente peligroso porque retrasa el tiempo de reacción ante cualquier imprevisto. Por ejemplo, si ya en condiciones normales no vemos alrededor del 15% de las señales de tráfico, cuando llevamos un minuto hablando por el móvil dejamos de percibir más del 50%. Diferentes estudios han constatado que conducir hablando por teléfono equivale a hacerlo con una tasa de alcoholemia de entre 0,8 y 0,10 gramos por litro de sangre. Para hacerse una idea, el máximo permitido es 0,5.
Todo ello se resume en un dato: hablar por el móvil incrementa en un 23% la probabilidad de tener un accidente. Los coches más avanzados ofrecen conexión a Internet y múltiples aplicaciones digitales. En la publicidad resaltan que con ellas “podrá mantener la productividad en sus desplazamientos”. El problema es que el precio a pagar puede ser la propia vida.
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