Más demagogia
El coste de la independencia irrumpe del peor modo en la campaña catalana
En cada final de campaña nos quejamos, con razón, de que apenas ha habido verdadero debate de ideas y proyectos. Sin embargo, en la recta final del proceso hacia las elecciones catalanas se están batiendo récords con el recurso por parte de la candidatura independentista a la demagogia más soez contra los datos que se acumulan sobre el disparate económico que supondría la secesión. La última prueba es la intimidación de Artur Mas a sus adversarios consistente en no asumir la parte que corresponde a Cataluña en la deuda del Estado español.
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Negarse a pagar es una amenaza demasiado gruesa. Dibuja un escenario de inestabilidad financiera perjudicial para todos y lo hace quien todavía es presidente de la Generalitat, pero no tiene garantizado seguir en el cargo por las reservas que se mantienen hacia él en una parte del mundo independentista. Es como si Mas presentara su continuidad como un hecho consumado y adelantara sus próximos pasos.
Hay que recordar, sin que eso sirva de atenuante, que Mas reaccionaba a una advertencia del gobernador del Banco de España, Luis María Linde, sobre el riesgo de corralito en caso de independencia. Un exceso, sin duda, de alguien que ocupa un cargo institucional de la máxima responsabilidad y que no puede, por tanto, actuar como un simple analista o, peor aún, como un tertuliano más. Pero la reacción del presidente de la Generalitat es un órdago inaudito que multiplica exponencialmente la preocupación sobre las consecuencias del proceso rupturista y demuestra una vez más que Mas se ha instalado en la provocación y la desesperación.
Es habitual que en las campañas muy polarizadas se recurra a la agresividad de alto voltaje contra el adversario, y en todos los partidos hay personas que, a falta de servir para otra cosa, se ocupan de las reyertas verbales que atraen la atención del respetable y le distraen de la batalla de ideas y proyectos. Lo que resulta más extraño es que la tarea sea asumida por quien, además de candidato, sigue siendo la máxima autoridad de la comunidad en la que se vota. Imposible olvidar esa condición ante el grosero disparate cometido por Mas al pedir “un gran corte de mangas, gran botifarra” a “los jefes de Madrid”, en alusión a los principales dirigentes del PP, PSOE y Podemos, que estos días intervienen en la campaña a las elecciones catalanas. No le van a la zaga el candidato número uno de la lista que aloja al president, Raül Romeva, que ha frivolizado la eventual marcha de la banca fuera de Cataluña con la frase “Bon vent i banca nova” (“buen viento y nueva banca”); o el cabeza de lista de la CUP, Antonio Baños, a quien le parece estupendo que los bancos “vayan haciendo las maletas”.
La demagogia y la frivolidad aparecen demasiado unidas. Pero la política no puede resumirse en charlatanería ni en desfogues cuando se juega con las cosas de comer. Las invocaciones del independentismo y del propio Mas (“vamos muy en serio”) chocan con las amenazas y ramplonerías desatadas en medio de un proceso que puede romper al mundo político, pero, sobre todo, que están erosionando la convivencia en una de las sociedades más convivenciales de Europa.
La irrupción del riesgo financiero en la recta final de la campaña tiene aspectos positivos y negativos. Es positivo que salga a relucir el problema del coste económico que las tensiones independentistas van a imponer a los ciudadanos. Pero la cara negativa es que todo eso debería haberse explicado mucho antes y planteado con toda la seriedad que el asunto requiere, en vez de jugar con el 20% del PIB de España y, en el fondo, con practicar la toma de rehenes entre los ciudadanos que apoyen al adversario.
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