La legitimidad de nuestra democracia
Un grupo de jóvenes niega representatividad entre su generación a un discurso que habla de 'rupturas' y de 'asaltos'
La política española muestra una inquietante desfiguración. Después de siete años de crisis económica, política e institucional, y cuatro de brotes populistas, incluso algunos sectores constitucionalistas empiezan a hacer suyo un diagnóstico peligroso: el de que nuestro sistema está agotado.
La Constitución española de 1978 tiene una particularidad esencial respecto a las anteriores, y es que no fue impuesta por un bando sobre otro, precisamente para que dejara de haberlos. No se llegó a ella mediante pronunciamientos ni desconexiones. Fue el producto de una evolución diseñada dentro de la ley. Ese fue el principal legado que nos dejó la generación de nuestros padres y abuelos. La Transición no fue, como muchos afirman, un ejercicio de amnesia colectiva, sino lo contrario: fue el permanente recuerdo de la Guerra Civil en el ánimo de quienes la habían sufrido lo que espoleó un esfuerzo transversal que, si bien no fue perfecto –ninguna empresa humana lo es–, sí fue modélico y admirado en todo el mundo. "Esto sería la Guerra Civil, y tú y yo ya la hemos hecho", le respondió Quintana Lacaci, capitán general de Madrid, a Milans del Bosch al negarse a sacar los tanques en la capital el 23-F.
Treinta y siete años después, vivimos en un país cuyos problemas, con ETA derrotada, son homologables a los de cualquier democracia occidental. Con una salvedad: la del intento de la actual Generalitat de Cataluña de destruir la convivencia entre los españoles, una vez ya dañada la de los propios catalanes.
Un grave error de concepto está encontrando cada vez más acomodo en la corriente general. Es el de creer que la democracia resuelve por sí misma todos los problemas, y que si en España hay paro, pobreza y corrupción es porque no vivimos en una auténtica democracia. Quienes promovemos este manifiesto, hombres y mujeres nacidos a partir de 1978, hacemos nuestra la afirmación simbólica del catedrático de Historia Juan Francisco Fuentes cuando parafraseó a Azaña: “La Transición no hizo felices a los hombres; los hizo hombres”.
Decepciona la propuesta de promover 'procesos constituyentes'
Nos decepciona que la propuesta estrella de algunos líderes políticos de nuestra generación sea culpar de traición a las que nos preceden, convertir el Estado de derecho en el régimen del 78 y promover “procesos constituyentes”. En otro plano radicalmente distinto, nos parecen un tanto desproporcionados los reclamos de las segundas transiciones o las transiciones ciudadanas para adornar cualquier propuesta de cambio de liderazgo político. En lugar de enfrentarnos a los retos de la vida adulta, parece que la ocurrencia sea la de nacer otra vez.
Ante la impugnación frívola y arrogante de nuestro orden constitucional nos negamos a aceptar que se dé por supuesta la representatividad entre los jóvenes de un discurso predemocrático que habla de rupturas y de asaltos. Nos negamos a que se nos inscriba, por desidia, oportunismo o condescendencia, en una corriente narcisista incapaz de comprender que toda iniciativa democrática futura deberá dar continuidad a la decisiva iniciativa del 78.
Por último, rogamos a las generaciones de nuestros padres y abuelos que no pierdan la compostura.
(*) Además de Mariano Alonso Freire (1979), firman también este artículo: Mikel Arteta (1985), Jorge Bustos (1982), Juan Antonio Cordero (1984), Laura Fàbregas (1987), Juan Fernández-Miranda (1979), Daniel Gascón (1981), Marcel Gascón (1985), Sergio González Ausina (1978), Pedro Herrero Mestre (1980), Chema Larrea (1983), Andrea Martínez Molina (1993), Aurora Nacarino-Brabo (1987), Guillem Pericay (1981), Ignacio Peyró (1980), Verónica Puertollano (1978), Yaiza Santos (1978)
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