Los Trussardi, de cómo superar la tragedia y levantar un imperio
El patriarca y su heredero se mataron, en diferentes momentos, en la misma carretera. Tomaso tomó las rientas, se casó con la ex de Eros Ramazzotti y ahora es el ejecutivo de moda más mediático
A Tomaso Trussardi le gusta lanzar órdagos, aunque no siempre calcule bien sus consecuencias. Uno de los más osados lo lanzó hace tres años, cuando, recién nombrado consejero delegado de la empresa familiar, Trussardi (una de las grandes firmas que han convertido a Italia en una superpotencia de la moda), se inventó una excusa para no protagonizar la campaña del nuevo perfume de la marca. “No quería hacerlo, así que pedí un imposible: que la dirigiera Wim Wenders”, cuenta. Dos semanas después, recibió una llamada: su cineasta favorito había aceptado. Y, claro está, tuvo que rodar el spot.
Así son las familias: una fuente inagotable de compromisos. También de giros inesperados. Cuando le entrevistamos en la Embajada de Italia de Madrid, minutos antes de una cena ofrecida en su honor, aquel joven reticente a emplear su imagen se ha convertido, contra todo pronóstico, en el ejecutivo más mediático y fotografiado del Made in Italy. Tomaso disfruta hablando de su trabajo, defiende su gestión y reivindica el legado de su padre, Nicola, que en los años setenta supo transformar la fábrica de guantes de su abuelo en una empresa de moda con todas las de la ley. A sus 32 años, Tomaso ha superado la trágica muerte de su padre y su hermano, se ha casado con la ex mujer del cantante Eros Ramazzotti (modelo y presentadora estrella de la televisión) y ha conseguido levantar una de las firmas más emblemáticas de la moda italiana. Demasiados elementos sabrosos: la pareja es la preferida de los 'paparazzi'.
La visibilidad que generamos mi mujer y yo es buena para la marca. Es así. Sería cínico si no lo reconociera"
Tomaso nació en 1983, el mismo año en que Trussardi ponía patas arriba la plaza del Duomo de Milán para celebrar el primer desfile de de prêt à porter de la marca. “Mi padre solía llevarnos a la fábrica cada fin de semana, así que siempre pensé que acabaría trabajando allí”, recuerda. Durante aquellos primeros años noventa, los propios Trussardi empezaron a ejercer como imagen de la marca. No hay mejor recurso de mercadotecnia que unos buenos genes, y los Trussardi los tienen. Para muestra, la fotogenia de Francesco, el primogénito, o del propio Tomaso que, junto a su hermana Gaia, posaba junto a los signos de la herencia de vida familiar: perro de raza, coche de lujo y finca. Fue en 1998, un año antes de que su mundo familiar se desmoronara. Con sólo cuatro años de diferencia, en 1999 y 2003, Nicola y Francesco fallecían en accidentes de tráfico: el padre a bordo de su Mercedes-Benz 200 Kompressor y el hijo en su Ferrari 360, mientras cubrían la distancia entre Milán y Bergamo, sede histórica de la familia.
Tiempos difíciles — En un momento en que el lujo italiano pisaba el acelerador, el fin de siglo estuvo a punto de convertirse también en un fin de raza para los Trussardi. Mientras la familia superaba el duelo, los directores creativos externos se sucedían sin éxito y Tomaso y Gaia estudiaban empresariales y sociología. Hoy, pasada la treintena, han vuelto a casa: Gaia es la directora creativa y Tomaso el consejero delegado. Y sus nombramientos, como suele suceder en los grandes negocios, no gustaron a todos.
Cuando le preguntamos por su primer día al frente de la empresa, ignoramos que hemos tocado una cuestión espinosa. Sin embargo, Tomaso la explica con franqueza. “Aquel día el director general presentó su dimisión”, recuerda con una sonrisa irónica. ¿Le pilló por sorpresa? “En el fondo nos lo esperábamos, queríamos generar una ruptura respecto a lo anterior, y por eso hicimos lo que hicimos”, explica. Otro órdago. Los inicios nunca son fáciles, pero en su caso se convirtieron en un campo de minas, o una catarsis corporativa, según se mire. “En estos primeros tres años ha cambiado el 90% del consejo de administración, así que imagino que no les gustaba mi presencia”, bromea.
La jungla de los medios — Lo que sí parece claro, ahora que las aguas han vuelto a su cauce, es que el joven Tomaso ya tenía algo en mente: una dirección “más joven y más adaptada al siglo XXI”, explica. “No podíamos seguir manteniendo un modelo de negocio propio de los años ochenta y noventa, cuando una estrategia acertada podía funcionar por inercia durante cinco años”.
Hoy, la juventud y la rapidez (la proverbial cualidad del galgo que la marca tiene como emblema) se han convertido en su lema. Le recordamos a Tomaso que hace cuatro años declaraba que las únicas prendas de su armario que no eran Trussardi eran los pantalones vaqueros. “Por suerte las cosas han cambiado”, responde. Desde la llegada de Gaia a la dirección creativa los patrones de la marca se han rejuvenecido y, nos cuenta, por fin puede encontrar vaqueros Trussardi aptos para su edad. “Ahora ya soy un hombre Trussardi incluso durante el fin de semana”, ríe.
Volvemos a la campaña de Wim Wenders en la que Tomaso no sólo ejercía como hombre Trussardi, sino como dueño y señor de Milán; su salón era el Castello Sforzesco y su vestidor la Galleria Vittorio Emmanuele II. ¿Una metáfora del poder de la industria? “Si nos lleváramos la moda, Milán moriría, porque el diseño de muebles es bueno, pero la moda es mejor”, sentencia. Desde su nombramiento, ha abandonado Bergamo. “Vivo en Milán por mi trabajo, pero sigue sin gustarme su vida social”, afirma. ¿Demasiada competitividad?, inquirimos. “¡Toda la del mundo!”.
Las tres líneas principales de la casa (Trussardi, Tru Trussardi y Trussardi Jeans) se dirigen a segmentos que lo abarcan casi todo: el lujo, la gama media-alta y los vaqueros. “Hay muchas empresas de moda en Milán y compartimos algunos espacios, pero en el fondo estamos solos”, explica Tomaso. “Prada tiene su estrategia, Armani, la suya, y nosotros, la nuestra. Todos competimos con todos, así que es fácil hacer contactos, pero muy difícil hacer amigos”.
“ El director general presentó su dimisión”, recuerda con una sonrisa irónica. ¿Le pilló por sorpresa? “En el fondo nos lo esperábamos, queríamos generar una ruptura respecto a lo anterior, y por eso hicimos lo que hicimos”
Si la competitividad es un rasgo esencial de la moda italiana, otro igualmente importante es la exportación no sólo de moda, sino de un estilo de vida. “Hay que expresar el lifestyle italiano a través de la comida”, explica. Una de las apuestas personales de Tomaso es la revitalización del restaurante que Trussardi tiene en su tienda milanesa frente a La Scala. Nicola lo concibió en 1996 con el objetivo de incorporar la gastronomía a una identidad corporativa que ya coqueteaba con la cultura, delegaba en Dario Argento la dirección de un desfile en el Castello Sforzesco, o invitaba a Pavarotti a sus aperturas internacionales.
Hoy aquellos fastos quedan lejos. Tomaso tiene un sentido del espectáculo más mesurado, quizás porque le ha tocado vivir la celebridad muy de cerca. “Pero eso es por mi mujer”, se adelanta antes de que saquemos el tema. Ese tema. El de su mujer, Michelle Hunziker, presentadora estrella de la televisión italiana (ella, de 38 años, nació en Suiza, pero ha desarrollado buena parte de su vida en Italia) y exmujer del cantante Eros Ramazzotti, con el que tiene un hijo. Desde su boda, el año pasado, forma con Tomaso una pareja idílica y profusamente fotografiada por la prensa del corazón.
Han tenido dos hijos y, siguiendo sus consejos, el joven empresario se ha animado a cruzar la línea de fuego de la respetabilidad para participar en programas televisivos como la versión italiana de Project Runway, donde aporta su visión empresarial a los aspirantes. También ha dejado de agobiarse por la presencia de los paparazzi en un momento en que la marca familiar está adquiriendo, por fin, una identidad clara. “La visibilidad que generamos es buena para la marca y muchas personas en mi posición la querrían para ellos. Es así. Sería cínico si no lo reconociera”, explica con vehemencia. Y tiene razón. Pocas empresas tienen tan clara cuál es su mejor imagen. ¿Por qué buscar fuera lo que ya se tiene en casa?, piensan en Trussardi. Y quizás en ello resida la clave de la longevidad de la firma: en creer firmemente que todo funciona mejor si lleva el apellido familiar.
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