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Las niñas no quieren ir al súper

Miles de jóvenes en Ghana trabajan como porteadoras de mercancías, sobre todo en la capital, con graves consecuencias para su salud y su seguridad

Aisha quiere ser costurera. Tras seis meses de trabajo como kayayei (porteadora de mercancías) deseaba volver a casa.
Aisha quiere ser costurera. Tras seis meses de trabajo como kayayei (porteadora de mercancías) deseaba volver a casa.M.S.B.

Aysha se pelea con un trozo de hilo rebelde que se niega a entrar en la aguja de la máquina de coser. Ella no se da por vencida, y tras diez minutos de intentos fallidos, consigue su objetivo. Luego Aysha se centra en que la aguja recorra la tela multicolor en una sola línea, que no logra ser recta en más de cinco centímetros consecutivos. En medio de esta faena, el hilo salta, y la aguja queda huérfana de nuevo.

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En una mañana, esta chica de manos grandes y ojos curiosos, repite el ciclo tantas veces como el grueso rollo de hilo verde le permite. Ella estima, entre risas, que tal vez se haya tenido la pelea descrita unas 30 veces en las últimas dos horas.

Aysha quiere ser costurera y en ello está. Hace dos años comenzó recorrer el camino para este sueño. En su primer intento, esta chica de 15 años siguió los pasos de sus hermanas mayores y la gran mayoría de adolescentes en su comunidad: escapó de su casa en un camión que tras 12 horas de carretera de tierra la llevó hasta Accra, donde tenía la firme convicción de trabajar y ahorrar los 50 euros que le permitiesen comprar una maquina de coser.

Old Fadama fue el primer lugar que pisó Aysha en Accra. Este es el barrio más pobre de Ghana, y se sitúa al lado de Agbogbloshie, el principal mercado de la ciudad. Esta adolescente recuerda que la primera noche durmió a la intemperie, abrumada entre tanta basura, ruidos y personas discutiendo a su alrededor. En cuanto amaneció, Aysha fue invitada por un hombre a trabajar como Kayayei, que en lengua hausa significa "mujeres que transportan mercancía".

“Cuando en Ghana nos referimos a las kayayei, estamos hablando de niñas que pesan un promedio de 30 kilos, y se les contrata para llevar hasta 90 kilos de mercancía que trasladan en sus cabezas, desde el mercado hasta locales situados a varios kilómetros de distancia. A los pocos meses, estas niñas ya son adictas a fármacos que las ayudan a frenar el dolor en sus cuerpos” explica Victoria Safura, directora de la ONG Youth Development Resource Centre (YDRC).

Según el Ministro de Género, Infancia y Protección Social, en Accra trabajan como kayayei un promedio de 60.000 niñas y adolescentes. Pero las asociaciones sociales que atienden en los mercados a estas jóvenes calculan que la verdadera cifra podría ser el triple. A nivel nacional, las organizaciones estiman que existen más de 200.000.

“Cada día llegan camiones y autobuses con por lo menos mil chicas, quienes dejan sus comunidades en el norte del país para tener un trabajo como Kayayei, y ganar un poco de dinero para casarse, reunir dinero para un negocio o incluso para seguir estudiando”, explica Mohammed Salifu, director de la ONG Kayayei Youth Association of Ghana.

— Durante tres días deambulé por el mercado, no tenía casi dinero para comer y me sentía perdida, con mucho miedo. Algunos chicos me gritaban insultos que me ponían muy nerviosa. Ni siquiera pude ducharme, ir al baño. Hasta que una señora me contrató para llevar 40 kilos de plátanos hasta otro negocio que estaba muy lejos.

Así fue como Aysha comenzó a trabajar 12 horas diarias a cambio de siete cedi (1,44 euros), a comer dos veces al día, y a alquilar una habitación de 10 metros cuadrados que compartía con otras 25 chicas.

— La mayoría de las noches no podíamos ni dormir, porque había tantos cables colgando que cuando llovía se incendiaba la habitación y teníamos que salir corriendo. En otras habitaciones había casos de chicas que eran violadas por hombres que entraban en medio de la oscuridad y las forzaban.

La adolescente trabajó durante seis meses sin descanso. Su cuerpo débil ha quedado lleno de cicatrices y aún siente fuertes dolores en su espalda. El sueldo nunca alcanzó para comprar la anhelada maquina de coser, y Aysha se encontró sumergida en una realidad de la que quería escapar para volver a casa.

Las niñas y adolescentes como ella viven hacinadas alrededor de los principales supermercados. En la ciudad son víctimas de violencia sexual, embarazos no deseados, y de trabajos cuyas condiciones son de verdadera esclavitud. Una vez llegan al mercado, abandonan la escuela, y comúnmente son blanco de estafas y engaños. “Cuando cumplen los 18 años, estas niñas se encuentran con sus cuerpos destrozados, con hijos, en situación de más pobreza de la que llegaron del norte, y con pocas posibilidades de salir de ese gran agujero negro”, resume Victoria Safura, quien lleva dos décadas trabajando con las kayeyei.

Estamos hablando de niñas que pesan un promedio de 30 kilos, y se les contrata para llevar hasta 90 de mercancía Victoria Safura, activista

Especialmente en Accra, la situación de las kayeyei es una de las más graves a nivel de derechos humanos” explica la abogada Sheila Minkah, quien añade que a nivel legal hay tres áreas específicas que el gobierno debe abordar. “El primero de ellos es que la Constitución exige al Estado a proteger a los menores de edad, y las kayayei en su mayoría son niñas que viven en los mercados sufriendo calamidades. En segundo, están los derechos laborales que establecen que el trabajo no puede basarse en la explotación, mucho menos de menores. Y por último, está el tráfico humano, pues ha demostrado que existen mafias que transportan a las niñas desde el norte hasta la capital para que trabajen a sus servicios”.

El reto es amplio. Pero el gobierno nacional ha decidido dar los primeros pasos. Desde 2013, el Ministro de Género, Infancia y Protección Social organiza programas de cooperación con las organizaciones y asociaciones que trabajan directamente con las kayayei en los principales mercados de Accra.

Para la ministra Nana Oye Lithur, la difícil situación de kayayei no es sólo un problema de gobierno, sino una cuestión de interés para todo el país, porque es una realidad que condiciona el desarrollo social de la población. “Estas niñas quieren volver a casa. Estamos buscando ofrecer políticas que se adapten a esta demanda real de las kayayei. Para ello hemos puesto en marcha una sesión de interacción con las asociaciones, porque si usted no es capaz de darles exactamente lo que quieren entonces seguirán viniendo o regresando niñas a los mercados”.

La primera etapa de ese regreso a casa de las kayayeis pasa por tres Centros de Asistencia Social que el gobierno nacional ha creado en Accra y Ashanti, las dos principales regiones con más jóvenes trabajadoras en los mercados. El Ministro de Género, Infancia y Protección Social genera un censo, evalúa la condición actual de la kayayei y establece una ruta de vuelta a su comunidad.

Para atacar el alto índice de embarazos no deseados, o de enfermedades de transmisión sexual, la organización Marie Stopes International (MSI) coordina con el Gobierno un programa de asistencia de clínicas móviles que ha logrado atender a 135 mil kayayeis en todo el territorio ghanés, según datos de 2014.

Lisah huyó de su casa hace 15 años para evitar un matrimonio obligado. Llegó a Accra con 15 años, y narra con resignación cómo fue dormir las primeras tres semanas en la calle, con apenas una comida al día, tras períodos de trabajo que nunca bajaban de las diez horas. Ahora es una de las 75 educadoras de calle en Agbogbloshie que ha formado la coalición de organizaciones junto al Gobierno.

— Las Kayayei creemos que somos invisibles ante las enfermeras o policías. Y mi trabajo es ser el puente entre las chicas y el Gobierno, el médico o el policía. Mi teléfono suena durante todo el día, las kayayei tienen dudas sobre todo. Para ellas es normal que los hombres sean violentos, cuando alguna sufre una violación quieren ocultarlo porque su sueño sigue siendo volver a casa y poder casarse, montar un negocio.

En otras habitaciones había casos de chicas que eran violadas por hombres que entraban en medio de la oscuridad y las forzaban Víctima de esclavitud infantil

La joven educadora es la visión que tiene el gobierno y las asociaciones sobre el destino que se merecen las kayayei. Ahora Lisah se beneficia de un programa de educación que le permite asistir a la universidad, donde estudia enfermería. Ella no duda ser la próxima enfermera de su poblado en Tamale.

Sanatu Nantogma es una activista por los derechos de las mujeres en Ghana desde hace más de tres décadas. Para ella, este panorama de violencia que viven las kayayei puede acabarse a fuerza de educación. “La clave está en brindar formación para que puedan tener acceso a oficios con que ganarse la vida. Muchas dejan la escuela por falta de dinero, van a los mercados y vuelven embarazadas, pues hay que pelear para que sigan estudiando, así sea junto a sus hijos. Hay que luchar para que las que estén a punto de irse no lo hagan, y las que ya se han ido que vuelvan”.

Aysha sigue en su lucha por ser costurera. En su segundo intento ha abandonado el mercado y ha vuelto a casa. Ahora está convencida que la clave está en estudiar la costura como una profesión. Por eso no titubeó en ser parte Centro de Oficios que ha creado la organización española Educo con apoyo de Youth Development Resource Centre (YDRC).

Se trata de una escuela situada en una zona rural de Tamale. El objetivo de ambas organizaciones es que cada vez más niñas tengan la oportunidad de estudiar un oficio, y así evitar que siga creciendo el éxodo de las jóvenes a los mercados de Accra. En este centro, las jóvenes como Fadija pueden asistir a clases de alfabetización, educación sexual y a los talleres de costura, peluquería, carpintería, entre otros.

"Ahora cuento a las chicas de comunidad lo que se vive en los mercados. Ya algunas de ellas se olvidaron de la idea de escapar a la ciudad. Algunas de ellas estudian conmigo en los talleres de costura. Me alegro que algo esté cambiando", comenta Aysha con la vista puesta en su maquina de coser.

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