Mensaje a Cataluña
El moderantismo de Urkullu, la mejor alternativa al rupturismo de Mas
De la evolución del nacionalismo vasco en los últimos tres lustros se deducen dos consecuencias que pueden ser de utilidad para el nacionalismo catalán: que en política nada es irreversible, y que en un contexto nacionalista, la moderación acaba dando votos a quien la practica. El último Euskobarómetro refleja el retroceso del independentismo vasco, especialmente entre los electores del PNV: sienten “grandes deseos de independencia” el 30% de los vascos, siete puntos menos que hace dos años; y no superan el 27% entre los votantes del partido de Urkullu. A comienzos de 2001, la radicalización soberanista de Ibarretxe se trasladó a sus votantes, el 53% de los cuales se definían como independentistas; pero en el conjunto de la población el porcentaje apenas varió, manteniéndose en torno al 33%.
La política de moderación de Urkullu (y otros nacionalistas, como el fallecido alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna) ha llevado al PNV a alcanzar en las elecciones de mayo los mejores resultados y la mayor acumulación de poder institucional de su historia. Esto es en parte consecuencia de su política de alianzas, preferentemente orientada hacia los socialistas; pero también de la valoración positiva de Urkullu y su gobierno que recoge el estudio. Y sobre todo, de su apuesta por canalizar el sentimiento nacionalista hacia la mejora del autogobierno (reforma del Estatuto) y no hacia experimentos radicales como el fracasado de Ibarretxe o el actual de Artur Mas.
Editoriales anteriores
La situación catalana ha actuado como factor disuasorio de recaídas en soberanismos y alianzas frentistas (con EHBildu), pese a que el PNV no ha renunciado, en el terreno ideológico, a la identificación de la singularidad vasca con el derecho a decidir. Pero ese principio ideológico no se traslada tal cual a la política práctica, sino que se supedita a valores como el respeto de la pluralidad, el consenso transversal y el acatamiento de la legalidad.
El sondeo de Metroscopia que hoy publica EL PAÍS vuelve a constatar una de las características más llamativas del actual proceso catalán: el escepticismo sobre su desenlace en los mismos que lo apoyan. El objetivo independentista lo ve posible el 32% de los consultados, y poco probable el 63%. A la vez, el 60% considera que ya es demasiado tarde para intentar un acuerdo que evite una ruptura que el 39% considera mala para su país.
La distancia (y su repetición en sucesivos sondeos) es demasiado grande para atribuirla a circunstancias coyunturales. Por el contrario, puede ser indicativa de la contradicción entre lo que dicen en público los impulsores del proceso y su convencimiento íntimo de que se han metido en un callejón sin salida; y de que, como ya defiende un sector del moderantismo catalanista, es falso que no haya salidas intermedias entre la independencia y el statu quo. Por el contrario, las encuestas (y el resultado de la consulta del 9-N, con sus cuatro millones de abstencionistas), alertan de una demanda de opciones —federalismo, autonomía reforzada— capaces de conformar una mayoría alternativa a la de los rupturistas. Es decir, una salida pactada en el marco de la legalidad y que no lleve a Cataluña fuera de la Unión Europea.
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