_
_
_
_
Tentaciones
_

Yo estuve en el Mercado de Fuencarral hace 15 años

Hoy cierra sus puertas uno de los lugares básicos del Madrid de los 90. Repasamos todo lo que nos dio el Mercado de Fuencarral

Abraham Rivera

De templo de la modernidad a una convencional tienda, ese parece el futuro del Mercado de Fuencarral, uno de los espacios más singulares que aparecieron en el Madrid de finales de los noventa. Desde su inauguración, un 10 de diciembre de 1998, el edificio dio cobijo a todo tipo de adolescentes que querían ser diferentes, sus 50 establecimientos simbolizaban la novedad y renovación que ya otras ciudades estaban conociendo. Peluquería, calzado, complementos, tatuajes y, en definitiva, cultura urbana, formaban parte de sus tres plantas, además de salas de exposiciones, cine, teatro y sesiones ininterrumpidas. Un gran centro comercial de capital privado que reactivó por completo la degradada zona de Chueca. Al calor del mercado crecieron o se desarrollaron otras muchas tiendas alternativas de la zona, posteriormente vendidas o realquiladas a las grandes marcas que ocupan la nueva calle peatonalizada. El espacio cierra hoy sábado, llevándose consigo muchos recuerdos y una forma de ocio hoy casi en desuso, donde lo comercial y lo cultural formaban parte de un mismo proyecto. Así era en sus comienzos este centro atípico:

Tiendas de moda: En los primeros establecimientos podías descubrir las nuevas tendencias que en ese momento llegaban de Londres, el rollo tecnológico era lo que se llevaba. Marcas de zapatillas desconocidas (Acupuncture, Fly, Gravis, No Name), nuevos vaqueros (G-Star, Evisu) o diseñadores nacionales (Loreak Mendian, Bad Habits, La Casita de Wendy) era lo que uno encontraba en aquellos comercios. Lucíamos gafas de Killer Loop y Black Flys, y cadenas y cinturones de firmas como Locking Shocking o E-Play. No había miedo a exhibir anillos de plástico, mochilas de pinchos o relojes futuristas.

Cabina Central: En la parte central de su última planta se encontraba una enorme cabina por donde pasaban continuamente, mañana y tarde, diferentes DJs locales. De la programación se encargaba Jazzin Club y AMA Records, que eran quienes regentaban la tienda de al lado. Break beat, jungle, drum ‘n’ bass, lounge, nujazz, easy listenning, ambient eran los registros preferidos por discjockeys como Fly, Watch TV, Paco Buggin, Nava, Junglehead, Chopsuey, Ivan Smoka, Hermanas Gilda, Kasol, Stereolove, Junglehead o Fernando Mástil

La peluquería del mercado: Era uno de los pocos lugares a los que acudir cuando querías llevar un corte distinto y no parecer Eduardo Manostijeras. Los chicos de su peluquería, Bigoudi International, realizaron todo tipo de cortes, rasurados, mechas y tintes. Si estás leyendo esto seguro que alguna vez quisiste probar y cortarte el pelo allí

Cibercafe y Chillout: 500 pesetas te daban acceso a 45 minutos de conexión a lo que en aquel momento era Internet. El tablero de las mesas era de cristal para poder ver la pantalla de los ordenadores, unos Imac G3 recién aparecidos y que se encontraban en la mayoría de locales de la zona.

Sala Mix: Estancia abierta al cine, la performance y el teatro. A primera hora de la mañana se podía disfrutar de las diferentes entregas de Scratching Movies, una propuesta donde diferentes DJs (Tony Rox, Paz Corral o Silvania) ponían banda sonora a películas como Ed Wood o Vampiros Lesbos. En su cine se vieron ciclos de lo más variopinto, un día tocaba South Park, otro Dario Argento y al siguiente Jean Vigo. Alguno, no me cabe duda, se dejaría caer por la adaptación teatral de Clerks, de Kevin Smith, por saber de qué iba aquello.

Espacio F: La sala dedicada a exposiciones, que aguanto hasta hace bien poco, albergó en sus inicios muestras de lo más diverso, cada quince días rotaban sus artistas. Dentro de las más significativas estuvo Existencias agotadas, una colectiva de artistas electrónicos en formatos hoy tan desfasados como el CD-ROM.

La Rave del Mercado: Sus tres primeras ediciones se celebraron en el recinto ferial agropecuario de Colmenar Viejo, una nave de enormes dimensiones dividida en varias salas: Zona Dance, Chill Out, con visuales de Tektum, y una bongo área, no es broma. Para muchos madrileños fue una inicial aproximación al mundo de la electrónica y las drogas, pastillas de éxtasis de gran calidad, como las conocidas Mitsubishi.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Abraham Rivera
Escribe desde 2015 para EL PAÍS sobre gastronomía, buen beber, música y cultura. Antes ha sido comisario de diversos festivales, entre ellos Electrónica en Abril para La Casa Encendida, y ha colaborado con Museo Reina Sofía, CA2M y Matadero. También ha presentado el programa Retromanía, en Radio 3, durante una década.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_