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PUNTO DE OBSERVACIÓN
Columna
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El debate constitucional no depende del 27-S

Pase lo que pase, en 2016 habrá una negociación muy intensa sobre la Constitución y Cataluña

Soledad Gallego-Díaz

Sea cual sea el resultado de las elecciones catalanas del 27 de septiembre, el debate sobre Cataluña y la reforma de la Constitución será un eje central de la próxima legislatura en el Congreso de los Diputados. Basta con que un quinto de los nuevos representantes (70) o dos grupos parlamentarios presenten una propuesta para que la Comisión Constitucional tenga que incluir el tema en su orden del día. El Partido Socialista pudo hacerlo en esta temporada, porque tiene 109 escaños, pero optó por no tomar la iniciativa, acuciado por sus muchos otros problemas. Pero en 2016, no habrá otra salida. Quede quien quede primero, los partidarios de la reforma constitucional (socialistas, Podemos, minorías nacionalistas o independentistas) tendrán fuerza más que suficiente para imponer ese debate.

Así que quienes hayan creído que una eventual derrota de la lista única independentista el próximo día 27 alejaría largo tiempo el debate catalán tendrán que cambiar de opinión. Las elecciones catalanas van a tener una influencia decisiva en el debate político español de quizás las dos próximas legislaturas.

En el caso de que la lista única independentista obtuviera una mayoría en el Parlamento catalán, pueden suceder dos cosas. Artur Mas y sus aliados pueden esperar a que se celebren las generales y negociar, en el nuevo Parlamento español, el inicio de ese debate, manteniendo su propuesta independentista y explorando otras vías. O pueden iniciar por su cuenta un proceso no legal de proclamación unilateral de independencia que llevaría, necesariamente, a que el Gobierno central aplicara el artículo 155 de la Constitución y suspendiera los órganos autonómicos. En cualquier caso, la única salida sería, de nuevo, una reforma constitucional que encontrara un camino negociado.

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En el caso de que la lista única no obtenga la mayoría necesaria, la propuesta de reforma constitucional seguirá estando vigente, porque prácticamente todas las fuerzas políticas saben que la norma fundamental necesita cambios. Y porque el nuevo Parlamento, mucho más fragmentado, va a modificar radicalmente el debate político.

Las elecciones catalanas van a tener una influencia decisiva en el debate político español de las dos próximas legislaturas

Así que, pase lo que pase, en 2016 habrá una negociación muy intensa sobre la Constitución y Artur Mas no tiene ninguna razón cuando asegura que “si no gana su lista única, el Estado pasará por encima de Cataluña, de manera inmisericorde”. Nada entrará en vía muerta, como amenaza, porque eso no depende, afortunadamente, de Artur Mas sino de otros muchos protagonistas.

Al margen de todo esto, las elecciones del 27 de septiembre son difíciles de clasificar. Formalmente son unos comicios autonómicos, pero no tiene sentido negar que Mas y los independentistas las han impregnado de un objetivo plebiscitario: la secesión. Pero como las elecciones plebiscitarias, que en algunos libros de Derecho se vinculan a regímenes de partido único, sirven normalmente para refrendar a un líder, es inevitable que tengan ese aire personal que se quiere negar con el curioso recurso de colocar al candidato a presidente en cuarto puesto de la lista.

Aún más llamativo es que Mas quiera hacer equivaler en su discurso secesión y emancipación. La emancipación atañe a ciudadanos que se liberan de la servidumbre y se consigue mediante la democratización de sus Gobiernos, algo que los catalanes y todos los españoles consiguieron en 1978. La secesión, legítima o no, no tiene que ver con la emancipación sino con una elección institucional. Todo lo emocional que se quiera, pero, como decía Jean Monnet, los intereses nacionales no son, en el fondo, otra cosa que los intereses de sus élites nacionales. solg@elpais.es

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