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Columna
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Debates de los que depende el futuro

Quizá habría que fijarse en dos: cómo conciliar economía de mercado y democracia y cómo afrontar el problema de los trabajadores pobres

Soledad Gallego-Díaz

¿Cuáles fueron los principales debates de este curso, por detrás de los escándalos y las crisis, y cuáles serán los que sigan convocándonos en la próxima temporada? Quizá habría que fijarse en dos: cómo conciliar economía de mercado y democracia (muy patente como consecuencia de la crisis europea o griega) y cómo afrontar el problema de los trabajadores pobres, presente en todos los países de la Unión, pero también en Estados Unidos, cada vez con mayor impacto.

En ambos casos, la corriente política más comprometida es la izquierda clásica o los llamados en Estados Unidos demócratas liberales, porque han sido ellos los que históricamente se han presentado como defensores de los intereses del mundo del trabajo frente a los del capital y los que más se han identificado, al menos en su discurso, con la vigilancia de los mercados para someterlos al imperio de la política.

Es a ellos a quienes más se reprocha la pérdida de discurso, como brutalmente explicó uno de los asesores norteamericanos llamados en su día para ayudar al problemático líder laborista Ed Miliband: “El laborismo no puede ser un partido cuyo mensaje se identifique con ‘vote labour y gane un microondas”. Son ellos, pues, los integrantes de la izquierda clásica, los que aparecen como más desarbolados.

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El profesor Francisco Rubio Llorente, el más prestigioso jurista español, lo expresó con crudeza en uno de sus últimos artículos: “Más allá de la retórica, las únicas diferencias serias entre los distintos modos de concebir la socialdemocracia son las que resultan de la solución que se propone para conciliar la tensión entre economía de mercado y democracia, que se proyecta en la tensión entre la Unión Europea y los Estados”.

Se pretende revitalizar la añorada movilidad social de los años cincuenta con inversiones en educación

La crisis europea seguirá abierta a la vuelta de las vacaciones, como seguirá abierto el debate sobre el papel del Estado democrático frente a la presión de los mercados y frente a los nuevos instrumentos de la globalización (Tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos). Los dos primeros escenarios donde la izquierda clásica europea debería afrontar ese dilema son la elección del nuevo líder laborista británico, que tendrá lugar el próximo 12 de septiembre, congreso en el que se debería analizar también la formidable derrota de Miliband, y las elecciones generales españolas, previsiblemente a fines de año, con la irrupción de una nueva fuerza, Podemos, que pretende competir con los socialistas.

El segundo gran debate del otoño seguirá siendo, probablemente, cómo afrontar la aparición masiva de trabajadores pobres, que no ganan lo suficiente para mantener una familia ni un nivel de vida decente. Por el momento, se vislumbran dos líneas. Una, más frecuente en Estados Unidos (y presente en el gran discurso económico que pronunció Hillary Clinton este mismo mes), implica subir sustancialmente el salario mínimo y fortalecer a los sindicatos acentuando su papel en la negociación colectiva. Otra, más presente en Europa, supone compensar desde el Estado esos minisalarios con ayudas económicas directas (los llamados impuestos negativos), vivienda subvencionada, planes contra pobreza infantil y, en última instancia, con la llamada renta básica mínima. En los dos casos, se pretende revitalizar la desaparecida y añorada movilidad social de los años cincuenta/sesenta del siglo XX con fuertes inversiones en educación.

Los dos son debates vitales, a los que los españoles deberían prestar más atención. De cómo se resuelvan dependerá, seguramente, su futuro inmediato como ciudadanos y como trabajadores y, desde luego, el de sus hijos. solg@elpais.es

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