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MIRADOR
Columna
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A la pata coja

Lo dramático es asistir a una negociación extremada, que tiene más que ver con la idea del póker que nos hacemos los que no sabemos jugar, que con el ideal de unión política y social.

David Trueba

Sería bueno que el presidente del Gobierno español, en plena crisis de la deuda griega, no repitiera tanto que nosotros no somos Grecia y se autoaplicara su ley mordaza, infame ya en el mundo entero. Incluso si fuera cierto, si nosotros hemos hecho los deberes económicos y andamos camino de la excelencia financiera, es grotesco que los dos países de Europa con mayores cotas de paro y la más enorme catástrofe de empleo juvenil anden midiéndose a ver quién lo hace peor. La solidaridad es también un gesto, no solo una palabra gastada.

Por más que nos tengamos que morder las ganas de presumir cuando nos va mejor que al vecino, no está de más recuperar la anécdota del pagano que retó al gran sabio fariseo Hillel a que le resumiera la Torá mientras se sostenía a la pata coja. El sabio acertó a sintetizarla en una sola frase: “No le hagas a otro lo que no quieras que se te haga a ti”.

Los españoles, frente al problema griego, debemos intentar colocarnos en su lugar. La convocatoria del referéndum busca apuntalar a un Gobierno que no quiere traicionar las esperanzas que despertó. Pero en contra de lo que creemos, las votaciones no traen la solución, sino tan solo un reparto de las culpas en caso de que todo salga mal. El gobernante del futuro tiende a ser una persona que elude la responsabilidad y por ahora no se ha encontrado mejor método para llevarlo a cabo que apoyar sus decisiones trascendentales sobre el acuerdo mayoritario. Pero, a lo mejor, también los gobernantes europeos podrían convocar un referéndum entre sus ciudadanos y hacerles la misma y enrevesada pregunta para saber qué quieren hacer mayoritariamente con el asunto de la deuda griega. Y así un aparente ideal democrático se transformaría en un estúpido enfrentamiento patriótico.

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Lo que está en juego es una idea de Europa que no representan los acreedores griegos ni la rapiña financiera. Tampoco la verdad geográfica del conflicto avala esta especie de referéndum donde el pie decide si quiere seguir formando parte del cuerpo al que no puede dejar de pertenecer. A una duda imposible, le sucede una respuesta imposible.

Lo dramático es asistir a una negociación extremada, que tiene más que ver con la idea del póquer que nos hacemos los que no sabemos jugar, que con el ideal de unión política y social. La única respuesta es que no queremos jugar a ese juego.

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