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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una catáfora en el momento más duro del año

Una pregunta sobre una figura retórica desencadena el pánico en las pruebas de selectividad de Cataluña

José Andrés Rojo

Esto es lo que hay: que son muchos los que no tienen ni idea de lo que es una catáfora, ni siquiera muchos de los que van por ahí de sabiondos. Vaya por delante, por tanto, la definición de esa figura retórica: “tipo de deixis que desempeñan algunas palabras, como los pronombres, para anticipar el significado de una parte del discurso que va a ser emitida a continuación; p. ej., esto en lo que dijo es esto: que renunciaba” (RAE). Y luego está el asunto que nos ocupa: que en los exámenes de acceso a la universidad se pidió en Cataluña, en la parte de Lengua Castellana, que se definiera en 30 palabras qué es una catáfora, y que se pusiera un ejemplo.

Por lo que se ha contado, la dichosa pregunta produjo en muchachos y muchachas un estruendo de proporciones bíblicas, que fue tomando forma a través de fórmulas categóricas del tipo “van por nosotros” o “querían pillarnos” o que, para los más exagerados y dolientes, se manifestó recurriendo a largas consideraciones en las que se refirieron a un plan cuidadosamente orquestado para arruinar sus futuras carreras y condenarlos a atravesar un desierto lleno de tribulaciones, y todo por culpa de una palabra que no le importa a nadie, que no conocen nada más que cuatro gatos, que en realidad no sirve para nada, que ni siquiera se llegó a explicar bien en clase —o la olvidó el profesor por irrelevante— y que nunca volverán a utilizar. Además: ¿a quién diablos le interesa la retórica? En Twitter, alguien resumió el horror en una sola frase: “Maldita catáfora, no existes ni para el corrector del móvil”. Un finísimo diagnóstico que resume la desolación.

La selectividad es una pesadilla. Todos los exámenes en los que hay que estudiar demasiadas cosas lo son, y todavía más si te juegas qué carrera elegir y andas persiguiendo una calificación que puede condicionar tu futuro. Los encargados de poner las preguntas deben saberlo y por eso sacan el colmillo para hacer sangre. Luego seguro que andan mirando por una rendija para observar la devastación. Podían, siempre que estuvieran en el programa, haber elegido otras figuras retóricas: anadiplosis, epínome, quiasmo, enapalepsis, mempsis, sinatroísmo, zeugma o lítotes. Es verdad que también se podían haber inclinado por otras: ironía, sarcasmo, interrogación. Pero eligieron catáfora. Si la palabra no la conocen ni siquiera los que van de sabiondos, ¿no estaban, por tanto, en lo cierto esos chicos y chicas tan agobiados, tan estresados, tan al borde de un ataque de nervios? No se diga más: querían destruirlos, iban a por ellos.

Lo que resulta revelador es que, una vez realizado el primer balance general, y tras haberse contado todos los cadáveres en el campo de batalla, los que se enfrentaron en Cataluña a las pruebas de las primeras asignaturas comunes convinieron en que no habían resultado demasiado complicadas. El de Lengua Catalana fue, al parecer, más duro que el de Lengua Castellana. En Filosofía preguntaron por Platón y Nietzsche; en Historia, por la Guerra de Cuba. Y por algún lado se coló también la catáfora. Pues por eso: porque estaba en el programa.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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