Corrientes, la Argentina desconocida
Corrientes, al norte de Argentina, es una tierra rudimentaria y hermosa de horizontes de hierba, inmensos humedales, carreteras sin asfaltar y gauchos a caballo. Preguntarle a un gaucho cuántas vacas tiene se considera allí una impertinencia, algo así como si a ti te dicen que cuánto ganas. Si la curiosidad te puede, has de saber que por una vaca de cuatro años se pagan entre 100 y 140 euros; cuenta con discreción las vacas y multiplica. Foto: Christian Guy / Corbis
Los gauchos son como el cowboy de los anuncios de Marlboro, pero de verdad: centauros capaces de cabalgar descalzos, aferrando las riendas con los dientes y los estribos entre los dedos del pie. Criollos de alma ruda y libre, como el Martín Fierro del poema de José Hernández: "Soy gaucho, y entiendaló / Como mi lengua lo esplica: / Para mí la tierra es chica / Y pudiera ser mayor; / Ni la víbora me pica / Ni quema mi frente el sol".
Después de Martín Fierro, el gaucho más famoso de Argentina es Antonio Mamerto Gil Núñez, más conocido como Gauchito Gil, una mezcla de santo y Robin Hood de las pampas norteñas. Los hechos de su vida son difusos. Nació en Mercedes alrededor de 1840 y murió el 8 de enero de 1878, durante las guerras montoneras que enfrentaron a colorados (federalistas) y celestes (unionistas). Gil simpatizaba con el bando de los colorados, pero fue reclutado por los celestes, se negó a luchar y acabó colgado por los pies de un algarrobo y degollado por desertor. La tradición popular le atribuye varios milagros (el primero, curar al hijo de su verdugo), y el santuario construido en el emplazamiento de su tumba (a unos ocho kilómetros de Mercedes, en el lugar de la ejecución) recibe a miles de peregrinos de toda Argentina, en especial cada 8 de enero, aniversario de su muerte.
Rumbo a los esteros del Iberá
Mercedes, a 270 kilómetros de la ciudad de Corrientes y 700 kilómetros de Buenos Aires, es la entrada a la salvaje naturaleza de los esteros del Iberá, una reserva natural de 1,3 millones de hectáreas que forma el segundo mayor humedal de América del Sur, tras el Pantanal brasileño. Ciudad de aire fronterizo con algunos edificios de estilo colonial y cuatro gasolineras, las últimas antes de enfilar los 130 kilómetros de ripio (camino de arena y cascajo) que restan hasta Colonia Carlos Pellegrini.
En el camino, los gauchos a caballo al frente de los rebaños de vacas se perfilan orgullosos en la llanura. Colonia Carlos Pellegrini, aldea de pioneros, fue fundada en 1911 al calor de la Ley de Colonización. Aquí están las puertas al humedal. Sentados en la casa de comidas El Esquinazo, los trotamundos apagan la sed con una cerveza o un mate muy caliente mientras disfrutan de la complicidad de encontrarse en un lugar único y poco frecuentado.
Como en muchos otros lugares de Argentina, en Colonia Carlos Pellegrini se toman muy en serio los colores. Los de los partidos políticos acompañan a sus votantes en la otra vida. En su pequeño (la gente de allí parece estar muy sana) cementerio, los deudos pintan la tumba del fallecido del color representativo de su partido político: verde para los radicales, rojo para los autonomistas del partido colorado, azul celeste para los unionistas y blanco para los judicialistas. Lo cuenta José Martín, un perspicaz gaucho que colgó la silla de montar y los pantalones camperos. "Para los gauchos, casarse es un accidente, y margimbrarse (arrejuntarse, amancebarse, formar pareja de hecho), el estado natural de la pareja", dice. Martín, contra sus principios, casado, montó con su esposa canadiense una empresa de ecoturismo. Para ello ha vallado una amplia porción de los terrenos familiares, donde se admira el ecosistema original de los esteros, formado por malezales, espinar y chaco húmedo y manchas de selva donde se pueden ver grupos de monos aulladores o carayás. José Martín pronuncia el nombre de las plantas con devoción: i-vi-rá pi-tá. Y nos enseña un árbol de flores amarillas de la familia de las leguminosas.
Sonrisa de caimán
Yacarés (una especie de caimán) de mirada furtiva y circunspectos carpinchos o capibaras (roedores del tamaño de un cerdo) son los animales más fáciles de ver y fotografiar en las excursiones por los esteros. Iberá, agua brillante en guaraní, fue el nombre que le dieron los aborígenes por la espejeante superficie de sus aguas, distribuidas en lagunas, esteros, embalsados (islas flotantes) y camalotes (zonas cubiertas de vegetación acuática).
Comparten cartel con 368 tipos de aves, 40 clases de anfibios, 125 de peces (entre ellos, una variedad gigante de piraña) y 60 especies de reptiles, entre los que destacan la boa curiyú, la multicolor y venenosa serpiente coral y la yarará o víbora de cruz. Más difíciles de vislumbrar son el escurridizo lobito de río (una nutria), el aguará guazú o lobo de crin, el venado de las pampas y el ciervo de los pantanos. Los esteros son también un paraíso para los amantes de la pesca, que aguardan expectantes la floración del árbol lapacho, que suele marcar, en agosto, el comienzo de la temporada de pesca del codiciado tigre: el pez dorado o pirayú.
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