_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Carcajadas

No hay que confundir las instituciones del Estado con las personas concretas que en un momento determinado las representan

Manuel Vicent

Si la democracia de un país tiene las raíces bien arraigadas puede soportar que el jefe de Estado sea un frívolo; que el presidente del Gobierno sea un inane; que el Parlamento esté lleno de golfos; que algunos jueces del Tribunal Supremo sean manipulables; que un capitán general personalmente sea, tal vez, un cobarde, e incluso que un papa no crea en Dios. No hay que confundir las instituciones del Estado con las personas concretas que en un momento determinado las representan, una equivocación peligrosa que se produce a menudo entre los arribistas ambiciosos.

El Estado con sus tres patas, el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial, junto con el brazo articulado del Ejército, las garras de la banca y la gran chepa espiritual de la Iglesia, forman el Leviatán, un dragón que expulsa una nube de azufre por sus fauces para sulfatar a cuantos se le acercan con la intención de derribarlo. Los servidores de este dragón normalmente ejercen el poder a través de ornamentos, uniformes, adornos y atributos. Un rey es ese señor que está debajo de una corona; un papa es el que hay entre las sagradas pantuflas bordadas y la mitra; un magistrado es el que palpita en el interior de la toga; un diputado es un ser que tiene un escaño de cuero rojo pegado a los riñones; un militar son sus medallas; un presidente del Gobierno es ese individuo de paisano cuyo poder viene determinado por la cantidad de guardaespaldas que necesita para demostrarse que manda. Todo poder es un simulacro, pero el Leviatán es algo muy serio, a ese dragón solo se le puede derribar a cañonazos, salvo que sus servidores sean tan frívolos, ineptos y corruptos que los cañones sean sustituidos por las carcajadas, como está sucediendo en este país, donde ya no es el cabreo sino la risa general la que puede hacer saltar por los aires el sistema democrático.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_