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Cuando se desata la fiebre del oro

El inicio de las actividades de Newmont en Kenyasi ha provocado la irrupción de cuatro explotaciones artesanales donde miles de personas se juegan la vida por unas pepitas

José Naranjo
Un trabajador se introduce en una mina ilegal.
Un trabajador se introduce en una mina ilegal.Alfredo Cáliz

“Si estás ahí abajo y ves oro, te puedes volver loco. Yo he llegado a estar 24 horas sin salir del agujero”, asegura Bright, un joven minero que procede del otro extremo de Ghana y que llegó hace cuatro meses hasta Kenyasi, en el oeste del país, atraído por la fiebre del oro. El agujero al que se refiere apenas tiene un metro por cada lado y por él descienden decenas de chicos a diario para ir sacando, cubo a cubo, toneladas de piedras en las que podría encontrarse, en pequeñísimas partículas, el preciado metal. En total hay cuatro explotaciones artesanales como esta en la zona, todas surgidas después de que la compañía estadounidense Newmont comenzara a operar en la mina Ahafo, en 2006. “Si los americanos sacan el oro, ¿por qué no coger nosotros nuestra parte?”, se pregunta Bright.

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El problema del galamsey (así llaman al minero artesanal) es que se trata de una actividad con escaso control gubernamental, muy peligrosa y que genera una gran contaminación. Por la carretera que separa al pueblo de la mina artesanal transitan a diario cientos de personas, la mayoría jóvenes que sueñan con hacerse ricos en un golpe de suerte, pero también mujeres que venden comida o que se encargan de procesar las piedras para ver si hay oro, intermediarios, compradores, los propietarios de las máquinas necesarias para extraer las preciadas partículas, niños. Kofi es uno de ellos. Apenas tiene 11 años y desde que sale el sol se le puede ver hasta arriba de barro con las manos en el agua. Es una parte más de la cadena de un complejo y organizado sistema en el que todos desempeñan su papel.

Para llegar hasta la mina hay que desviarse del camino principal y atravesar una veintena de chamizos y construcciones improvisadas que han surgido al calor de esta actividad, siempre arropados por el ruido de los generadores que proveen la necesaria electricidad. Aquí están los desheredados. Jóvenes sin demasiadas expectativas que pasan el día fumando marihuana y bebiendo cerveza o un tipo de alcohol local que tira para atrás, chicas que ejercen la prostitución por unas monedas, mineros llegados de fuera que doblan la espalda a oscuras en el agujero durante horas y horas, buscavidas, ladronzuelos, mujeres que cocinan arroz con salsa de pollo para quien se lo pueda permitir. Y al frente de todo este universo paralelo, los señores de la mina, liderados por un tipo llamado Dallas (“como la ciudad de Estados Unidos”, recalca) por el que hay que pasar, sí o sí, para poder seguir adelante.

Se calcula en en todo el país unas 200.000 personas viven de las extracciones artesanales

Detrás de una pequeña montaña se abren los agujeros. Hay algo así como una veintena. Cada uno ha ido haciendo donde mejor le ha parecido. El ruido aquí se hace más atronador porque los motores deben suministrar oxígeno a los que están abajo. Los pozos pueden llegar a medir hasta 50 metros de profundidad. Hay polvo y barro por todos lados, en una mina que da trabajo e ilusión, dos cosas que escasean mucho por aquí, a unas 1.000 personas. Isaac es uno de ellos. “Si la cosa no te va muy bien puedes ganar unos 40 euros a la semana, pero si tienes suerte puedes ganar más del doble, hasta 500 euros en un solo mes. Eso no lo ganas trabajando en una finca”, explica.

Los mineros artesanales usan pólvora para sus explosiones y van colocando unos pilares de madera de apenas un metro y medio de alto para ir asegurando su avance. Sin embargo, los accidentes están a la orden del día. El 12 de noviembre de 2009 el hundimiento de una mina mató a 18 personas en una explotación artesanal en la región de Ashanti. “Hay momentos que te entra el pánico, piensas que vas a morir allí abajo y que nadie va a sacar nunca tu cuerpo. Yo trabajo día y noche, duermo a ratos cuando ya no puedo más”, añade Bright, que en realidad sueña con ser futbolista de éxito. A sus 24 años la vida no parece sonreírle demasiado.

El alcalde de Kenyasi habla por teléfono en su domicilio.
El alcalde de Kenyasi habla por teléfono en su domicilio.Alfredo Cáliz

Para muchos, sin embargo, es una opción. Sobre todo después de que Newmont se quedara con buena parte de las tierras de cultivo. “Era la tierra de nuestros abuelos y la hemos entregado como si tal cosa”, opina Bless Asante, de 42 años que se encarga de comprar el oro a los mineros tradicionales y venderlo en la ciudad. Él sabe lo que es emigrar, estuvo tres meses en España recogiendo uvas y tomates, pero decidió volver a su país. “Esta es una tierra rica, tenemos cacao, fruta, buena madera. Y también minerales, oro, manganeso. Si las grandes empresas extranjeras no estuvieran aquí, ninguno de nosotros tendría que irse al extranjero”, añade.

Si la cosa no te va muy bien puedes ganar unos 40 euros a la semana, pero si tienes suerte, más del doble

La actividad de los galamsey no es ilegal en sí misma, se calcula que en todo el país unas 200.000 personas viven de esta actividad en miles de explotaciones como esta. Sin embargo, está prohibida allí donde hay una concesión a una empresa minera. Además, requiere de una enorme cantidad de permisos y autorizaciones que, en la práctica, provoca que muchos inicien los trabajos de manera ilegal. El Gobierno casi siempre lo tolera y mira para otro lado. En la mina de Kenyasi, al igual que en la mayoría del resto del país, se usa mercurio líquido en el proceso de separación del oro, lo que genera altísimos niveles de contaminación de aguas y tierra. Miles de personas han sufrido envenenamiento por ingesta accidental de mercurio en grandes dosis.

Una vez salen las piedras del agujero las mujeres escogen algunas de ellas y las machacan en una especie de mortero. Es lo que llaman la prueba. El polvillo resultante lo mezclan con agua sobre unos soportes de plástico y con una serie de movimientos circulares el oro se va decantando hacia los extremos. Si aparece el brillo del metal, esas piedras se llevan a unas máquinas, situadas a unos metros de distancia, que hacen todo el proceso. Es una técnica bien conocida por todos y que da para mantener el sistema en pie y que tiene la capacidad de atraer empleo. Casi todos tienen la idea de estar tres o cuatro años para luego, con el dinero que puedan ahorrar, emprender su propio negocio. Pero el oro engancha y muchos se gastan lo poco que obtienen simplemente en el camino de vuelta a casa porque piensan que al día siguiente será, una vez más, un día de suerte.

Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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