No ceder al terror
Ejercer las libertades es la mejor defensa de Europa contra los criminales del pensamiento
Los asesinos de París han disparado contra el corazón de nuestras libertades individuales y colectivas. Este crimen refuerza la certidumbre de que es necesario luchar contra la ignorancia, el oscurantismo y el fanatismo religioso, en este caso el que practica el islamismo radical, probable responsable del último crimen. Por eso, ante los cuerpos destrozados del director del semanario Charlie Hebdo, de sus dibujantes principales y de los policías fríamente asesinados, hay que renovar con más firmeza que nunca la decisión de seguir trabajando por la causa de la democracia.
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Los inductores de la matanza de París tratan de desestabilizar a Europa, agudizando el conflicto que se vive en este continente a propósito de las comunidades islamistas. Y lo hacen golpeando en la capital del país donde la existencia de millones de personas de confesión musulmana es uno de los temas favoritos del debate público. Más allá del duelo que afecta al país víctima de la brutalidad del zarpazo, he aquí una trágica demostración de que Francia se ve empujada hacia la incertidumbre, en medio de tensiones sociales exacerbadas y políticamente dislocado por el desgarro de la izquierda, la desorganización de la derecha y los avances de la extrema derecha; precisamente la fuerza política que viene denunciando a la inmigración como una de las amenazas que pesan sobre su país.
Hay que apoyar a los dirigentes de Francia para que sean capaces de mantener la “unidad nacional” proclamada ayer y manejar con cuidado las emociones creadas por la tragedia, de forma que no desate reacciones incontrolables. Y constatar la reacción de su comunidad musulmana, demostrada en la rápida condena del Consejo francés del culto musulmán de “un ataque contra la democracia y la libertad de prensa”, y en las declaraciones rotundas de varios imames frente al salvajismo de la acción que ha diezmado a Charlie Hebdo.
España es uno de los países con más experiencia reciente para afirmar que el terrorismo no prevalece contra los deseos de vivir en paz y en libertad, por duros y reiterados que sean sus golpes. La inmediata y enérgica repulsa registrada a lo largo del planeta demuestra no solo la claridad con que comprendemos hoy la naturaleza de la amenaza, sino la voluntad de evitar que las matanzas acaben con las libertades, por mucho dolor y tristeza que sus abyectos autores sean capaces de sembrar. Corresponde al conjunto de la ciudadanía la reacción frente a este hecho criminal. Y las manifestaciones celebradas anoche en múltiples lugares de Francia y de otros países europeos dan cuenta de la conciencia de la intimidación planteada por quienes pretenden instalar un estado de miedo que cercene las libertades o provoque una regresión en el mundo democrático, además de sojuzgar a los propios pueblos musulmanes.
El terrorismo mantiene una relación esquizofrénica con los medios de comunicación. De una parte, ataca a los que no difunden la imagen que ellos quieren; de otra, los necesitan para que su acción criminal llegue a todos los rincones de la sociedad y haga eficaz su acción de amedrentamiento. Pero la necesidad de “combatir el terror con la palabra” sigue siendo tan cierta como en 1978, cuando EL PAÍS utilizó esa expresión en un editorial tras haber sido víctima, a su vez, de un atentado terrorista en plena transición de España a la democracia.
Aunque los autores de la matanza de París son otros, responden al patrón común de todos los poderes tiránicos de la Tierra. El mundo democrático tiene que resistírseles con medidas de seguridad, naturalmente; pero, sobre todo, ejerciendo las libertades inherentes a nuestra cultura y forma de vida.
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