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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Turquía retrocede

El autoritarismo de Erdogan plantea serias dudas sobre el futuro democrático del país

Muy atrás han quedado los tiempos en que Recep Tayyip Erdogan era visto como la gran esperanza para la democratización de Turquía y su salvoconducto para el ingreso en la Unión Europea. Durante una buena parte de sus 11 años como primer ministro, el ahora presidente turco dirigió una notable recuperación económica y elevó la estatura internacional de su país. Ya no. Turquía cabalga ahora hacia el aislamiento de la mano de un dirigente autoritario.

Erdogan eligió abiertamente la vía represiva tras la filtración hace un año de unas devastadoras conversaciones telefónicas que le implicaban, junto con su círculo íntimo familiar y político, en escándalos de corrupción. Detuvo a decenas de periodistas y abortó la investigación con una purga masiva de jueces, fiscales y policías. Todo era, dijo, una maquinación de su archienemigo Fetulah Gulen, un clérigo exilado en EE UU, para destruir el Estado.

En los últimos días, coincidiendo con el aniversario de aquellos hechos, han sido detenidos casi una treintena de periodistas, acusados de conspiración gulenista. Con lenguaje inadmisible, Erdogan ha defendido el arresto de estos “traidores” y ha aconsejado a la UE que se ocupe de sus propios asuntos y deje en paz a Turquía con sus renovadas críticas.

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La escalada de Erdogan plantea interrogantes muy serios sobre el futuro de la democracia en Turquía, cuya Constitución pretende reescribir para hacerla presidencialista. La guerra despiadada del presidente turco contra su antiguo aliado Gulen puede ser una pelea entre islamistas, pero sus víctimas son las libertades turcas y el descrédito y vaciamiento de sus instituciones. La intolerancia de Erdogan y sus declaraciones son más preocupantes porque preside un país de la OTAN que aspira a integrarse en la UE.

El líder turco considera las urnas fuente exclusiva de legitimidad, pero prefiere ignorar que una democracia es cáscara vacía sin contrapesos, sin libertad de prensa, un poder judicial independiente o el imperio de la ley. Todo ello va desapareciendo de la Nueva Turquía, donde el Estado laico se ve progresivamente arrinconado por otro confesional. Y donde la deriva de Erdogan adquiere ribetes inquietantes en otros ámbitos; por ejemplo, cuando no se ruboriza al inaugurar un palacio presidencial faraónico o mientras cuenta a los suyos que los musulmanes descubrieron América.

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