La dieta
Se trata, como la nave 'Rosetta', de salir a la caza de cualquier cometa que pase por delante de casa
Al final de una buena comilona siempre hay alguien que lanza ritualmente este mantra: mañana sin falta me pongo a dieta. A continuación el glotón de turno, que acaba de zamparse un codillo o una fabada, en señal de arrepentimiento, pide el café con sacarina. En las copiosas y pesadas sobremesas se suele hablar mucho de dietas. Cada comensal aporta la suya: la de semillas de calabaza, la del melocotón, la del astronauta. Ante el firme propósito de adelgazar, alguien decide comer de todo y ayunar por completo un día a la semana, otro piensa en hacerse vegetariano. Estar gordo o flaco es solo cuestión de metabolismo, sentencia el sabiondo. En medio de la discusión dietética hay un punto de acuerdo: el único enemigo es la grasa del colesterol malo. Ahora bien, si este saludable deseo de limpieza se traslada de la barriga a la mente, es evidente que en este caso la grasa más perniciosa para el cerebro es esa sensación de que la política está podrida hasta la médula, el ambiente irrespirable creado por un escándalo diario, la asfixia moral que genera la corrupción. Mañana sin falta me pongo a dieta: esta necesidad de higiene mental se produce por hartazgo de la sobrecarga mediática repleta de titulares agobiantes, declaraciones estúpidas y chismorreo inane. Para limpiar el cerebro de esa basura también existen dietas muy variadas. Es recomendable pasar al menos un día a la semana sin periódicos, la radio y televisión apagadas, con la idea de que eres tú el único dueño de tu vida y elegir la dieta más conveniente, por ejemplo, unos versos de Safo, una sonata de Bach, un ensayo de Montaigne, el silencio en una playa desierta, el aire puro de alta montaña. Ese día descubrirás que el futuro no es tan negro, que no todo está perdido. Se trata, como la nave Rosetta, de salir a la caza de cualquier cometa que pase por delante de casa.
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