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EN PRIMERA LÍNEA

Aislamientos preventivos

Diario de un cooperante en Liberia. La primera entrega cuenta que no puede salir de Bruselas por una resfriado. Allí hay que estar sano y con todas las fuerzas posibles para enfrentarse al ébola

Control de temperatura en el centro de pacientes de Bo, Sierra Leona.
Control de temperatura en el centro de pacientes de Bo, Sierra Leona.Douglas Lyon (MSF)

A estas horas debería estar volando hacia Monrovia (Liberia). Y sin embargo, todavía estoy en Bruselas. No me encuentro mal, pero sí estoy muy resfriado y me duele la cabeza. Es posible que también tenga unas décimas de fiebre. Estos síntomas tan comunes son los culpables de que siga aquí y, hoy, me toque descansar. “Si fueras a RCA o a Zimbabue no habría problema. Te habrías subido al avión y ya está, pero con esto del ébola tenemos que ser sumamente precavidos. Has hecho bien en decirnos que no estabas al 100%. Y yo, como responsable médica, no puedo permitir que te vayas hasta que estés del todo recuperado”, me decía mi compañera Cécile de Walque, referente de ébola de Médicos Sin Fronteras en Bruselas, esta mañana.

Su decisión tiene toda la lógica del mundo. Ayer, en la formación que recibimos todos los trabajadores humanitarios antes de partir hacia África occidental, no se cansaron de repetirlo una y otra vez: “Cuando estés allí, tu salud debe ser siempre lo primero. Vigílate y vigila a tus compañeros. Si no te encuentras bien, comunícalo inmediatamente. Si ves que un compañero no está bien o que está demasiado cansado y sigue trabajando, primero háblalo con él y pídele a su vez que también se lo diga al responsable médico. Si no lo hace, comunícalo inmediatamente. No toques a nadie, no corras riesgos innecesarios, mantente sano. Por ti y por todos los demás. No puedes permitirte poner en riesgo al resto del equipo”.

Así que, esta mañana, sin ni siquiera haber pisado terreno, ya me ha tocado aplicarme la regla: “Si ese pequeño catarro acaba convirtiéndose en una gripe, no solo no vas a poder trabajar, sino que vas a generar inquietud entre tus compañeros", me explicaba Cécile. "Y no te olvides de que, además, podrías contagiárselo. Aunque solo sea un resfriado, imagínate lo que supone para alguien que está sometido al estrés de enfrentarse al ébola el sentir síntomas similares, al menos inicialmente, al virus contra el que está luchando. Así que, lamentándolo mucho, te quedas por aquí hasta que veamos cómo evolucionas”.

Pues nada, entendido. Y a ver si mañana me levanto bien del todo y por la tarde logro salir de mi encierro preventivo.

No estoy solo: esta mañana en el desayuno he coincidido con otro compañero que está igual de recluido que yo, aunque por motivos bien diferentes. Se llama Douglas Lyon, es epidemiólogo y acaba de regresar de Sierra Leona, donde ha pasado las seis últimas semanas tratando a pacientes de ébola. Se encuentra aquí por dos razones: por un lado, está deseando compartir su experiencia con el personal médico de la oficina de Bruselas. Ha escrito un informe de fin de misión muy detallado del que está seguro que podrían extraerse muchas lecciones aprendidas.

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La segunda razón para que aún esté aquí, y creo que esta tiene al menos tanto peso como la primera, es que no quiere volver a Estados Unidos. Está al corriente de lo que le ha pasado a nuestra compañera Kaci Hickox en Nueva Jersey, a la que algunos han criminalizado por no querer quedarse encerrada en su casa durante el periodo de cuarentena, y no está dispuesto a correr su misma suerte. Además, ayer recibió una carta del Departamento de Salud del Estado de Oregón, en la que le pedían que firmara una especie de contrato si insistía en volver: se quedaría quietecito durante los próximos 15 días, no iría al cine o a lugares en los que hubiera mucha gente y se limitaría a hacer las compras estrictamente necesarias en establecimientos cercanos a su casa. Douglas no sabe qué hacer. Duda sobre si debe firmarlo o no, y de hecho se está decantando por quedarse en Europa e ir a visitar en Ginebra a un amigo de la Organización Mundial de la Salud que también ha estado trabajando en Sierra Leona. “Allí, es suficiente con estar cerca de un hospital certificado para atender a pacientes con Ébola y, siempre que mantengamos informados a nuestros compañeros en Bruselas de cómo estamos, no creo que me pongan problemas para por lo menos salir a la calle”.

Así que aquí estamos los dos: perdidos en la transición que hay entre nuestro hogar y el terreno, compartiendo vivencias e ilusiones en una cafetería del centro de Bruselas, mientras el ébola continúa dirigiendo nuestras vidas y acabando con las de miles de personas a unos pocos miles de kilómetros de aquí, ante la indiferencia generalizada de unos Gobiernos que siguen mostrando su incapacidad para reaccionar, y ante la desgana de unos dirigentes políticos que se muestran sumamente perezosos a la hora de enviar los medios y recursos humanos necesarios para acabar con esta terrible epidemia. Es lamentable que, en lugar de poner el foco donde tendría que estar, pierdan el tiempo debatiendo sobre los riesgos que entraña el regreso a casa de un profesional que ha estado jugándose la vida para atender a cientos de pacientes. Y que por cierto no tiene signos de haber contraído la enfermedad.

Fernando G. Calero es periodista y trabaja en Médicos Sin Fronteras.

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