Sigue la primavera
Los jefes militares de Burkina Faso han echado del poder al presidente Compaoré
Hay una primavera que siempre asoma en el crepúsculo de las dictaduras. Cuando son unánimes los responsos por la ola de revueltas democráticas que empezaron en el mundo árabe en 2011, primero ha surgido, el pasado domingo, la excepcional confirmación electoral del papel pionero y vanguardista desempeñado por Túnez y ha seguido a los pocos días una protesta popular en el vencindario saheliano que amenaza a otro veterano dictador, justo en el momento en que pretendía perpetuarse en el poder.
Blaise Compaoré, 63 años, capitán golpista en sus años mozos y ahora presidente y autócrata de Burkina Faso, llevaba 27 años en el poder, pero quería optar a una nueva reelección en los comicios de 2015, exactamente el mismo tipo de movimientos que realizaron varios dictadores árabes antes de las revueltas de 2011. Como sus vecinos derrocados, Compaoré combinaba su oportunismo geopolítico en sus alianzas con los países occidentales, ofreciéndose como garante de la estabilidad en la región, con un comportamiento autocrático e incluso criminal apenas maquillado en las formalidades electorales y parlamentarias y en la existencia de una oposición tolerada.
Los señores del statu quo deberían tratar con mayor respeto las aspiraciones democráticas de los pueblos, por más pobres que sean
El libio coronel Gadafi y el militar dictador de Sierra Leone, Charles Taylor, fueron sus amigos y aliados en su día, como lo eran hasta ayer mismo François Hollande e incluso Obama en los esfuerzos occidentales para combatir a Al Qaeda en el Malí vecino. Compaoré, como otros dictadores del continente, se ha perpetuado en el poder gracias a una astuta combinación de golpes de Estado, elecciones trucadas y reformas constitucionales para permitir su reelección una y otra vez. El objetivo, en este como en aquellos casos, es la presidencia vitalicia y como corolario la sucesión dinástica, que en Burkina Faso debía correr a cargo del brazo derecho y hermano menor del presidente, François, de 60 años, con sus pretensiones de sucederle en las elecciones de 2015.
También como los autócratas árabes, Compaoré ha respondido a la protesta popular con el compromiso de desistir en sus pretensiones de reelección para 2015, a cambio de seguir presidiendo la transición. Y al igual que les sucedió a todos ellos, los jefes militares han preferido echarle del poder y abordar sin su influencia un período nuevo.
La lección burkinesa es sencilla. Los señores del statu quo, incluidos los otros presidentes de la región, deberían tratar con mayor respeto y cuidado las aspiraciones democráticas de los pueblos, por más pobres que sean como es el caso de Burkina Faso, y evitar sobre todo que los dictadores en ejercicio añadan el insulto a la injuria con sus pretensiones de legalizar su perpetuación en el poder o la creación de auténtica dinastías. Así es como han surgido y seguirán surgiendo las primaveras democráticas, fruto en muchas ocasiones más de la desmesura de los autócratas que de la auténtica fuerza de los ciudadanos rebeldes.
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