No compartimos demasiado; lo vemos todo
Robbie Williams transmitió con tanto detalle el nacimiento de su hijo que ha activado las alarmas sobre lo que hoy significa privacidad
Respira y empuja
No hay una única convención sobre qué debe hacer un hombre en la sala de parto mientras su pareja da a luz. Los hay que optan por la vía afectiva y dan la mano y ánimos a la parturienta. Otros prefieren quedarse en una esquina, intentando ayudar a base de obedecer órdenes. Y luego está Robbie Williams. El cantante, de 40 años, decidió que su aportación al nacimiento de su segundo hijo sería cambiar el género del acontecimiento y convertirlo en un espectáculo en estricto directo. Empezó así el martes una serie de tuits y vídeos de creciente contenido delirante. Empezó por lo entrañable: en el primero salía la mujer, Ayda Fields, bailando para Williams entre contracción y contracción. Pero la cosa no siguió así. Al poco, los vídeos ya eran de Williams, intentando distraer a su mujer cantando a pulmón batiente mientras ella le mira irritada. Mostró también a Fields rompiendo aguas. Luego, ella durmiendo. Y en un momento cumbre, y probablemente ya icónico, a Fields, drogada en pleno parto y plena agonía, coronando una tremenda contracción mientras Williams le grita la balada de moda de Disney. Ella misma interrumpe el alumbramiento: “Cielo, ¿quieres dejar de cantar Frozen?”.Solo en Facebook, todo este asunto tuvo 17 millones de espectadores.
Un paso adelante
La historia ha sido la comidilla de la semana. A Robbie Williams se le ha acusado de ser un pelma de primer orden; de encarnar el ego masculino, incapaz de no ansiar el protagonismo en un momento en el que es inútil; de usar el nacimiento de su hijo para promocionar su siguiente gira… Pero sobre todo se ha hablado de intimidad. De cómo este ya célebre momento ha pegado un gravísimo mordisco a lo que se considera privado. En un artículo del Daily Mail, una autora se rasga las vestiduras: “Nos estamos convirtiendo en una nación de narcisistas y voyeurs”.
Ojos que no ven
Eso es tan cierto hoy como lo es cada vez que se hace esa observación. Pero esta vez la culpa no es de Williams, como dice la mayoría de los medios. De haber un culpable, seríamos los espectadores. El problema con las redes sociales no es el tópico de que compartamos demasiado de nuestras vidas; es que prestamos demasiada atención a las de los demás. Estamos dispuestos a verlo todo. El selfie de alguien que nos cae mal. Una diatriba que no nos afecta. Somos animales curiosos, lo cual genera exhibicionistas. Y cuando eso ocurre, en lugar de predecir el apocalipsis, siempre se les puede hacer unfollow.
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