Por un país justo y limpio

Impotencia, tristeza, desilusión, hartazgo, mucho hartazgo al desayunar cada día con más casos de corrupción que tapan a los anteriores. Ya no hay quien aguante más. Ya no vale pedir perdón, ni hacer dimitir, ni rasgarse las vestiduras ante tanta indecencia. Hemos caído en las tinieblas más profundas. Huele mal en este país. Huele a codicia, a mezquindad, a latrocinio, a avaricia. Pero no quiero salvapatrias, no quiero que “el cielo se tome por asalto”, no quiero más engaños. Solo deseo gente honesta, trabajadora y honrada. A algo parecido se refería Orwell cuando pedía como objetivo de la sociedad la hermandad entre los hombres, idea que todo el mundo comparte pero no se suele decir, o no lo suficientemente alto. Y yo añadiría que solo a partir de ello se podrá construir una sociedad justa y limpia.— Ana Alonso Castrillo. Madrid.

En España tenemos deportistas campeones, cineastas famosos, arquitectos de renombre, escritores ilustres, profesores y médicos abnegados, científicos de primer nivel, cocineros de fama mundial y políticos de tercera división. ¿Qué hemos hecho mal para merecernos unos políticos tan mediocres? ¿Por qué las personas valiosas eligen otras profesiones y se alejan de la política? ¿Por qué los que saben idiomas, dominan los entresijos de la economía, saben hablar en público y buscan el bien común no se dedican a la política? ¿Por qué los que asumen sus responsabilidades y no echan las culpas de los errores propios a los demás y no emplean el argumento incompetente del “¡y tú más!” no se presentan a las elecciones? ¿Por qué los imparciales que no justifican las equivocaciones de los suyos y amplifican las de sus contrarios, los honestos que administran con lupa el dinero público, y los que siempre dicen la verdad —aunque les cueste— no entran en las listas de candidatos? Que alguien me responda a estas preguntas y quedaría solucionada gran parte de la crisis.— Juan Bosco Rey-Stolle. Getafe, Madrid.

Yo también robaría si tuviera ocasión, pero no la he tenido. Yo también robaría si lo tuviera a mi alcance, también lo haría si supiera que nadie iba a decir nada y si mi jefe también robara. Yo no soy mejor ni peor que Urdangarin, Rato, Pujol o incluso que el pequeño Nicolás. Por eso pido que antes de que me elijan para un cargo desde el que pueda robar, se creen todos los mecanismos que me hagan sentir controlado y que este sistema no dependa de mí.— Carlos Bardón. Alcalá la Real, Jaén