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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

El médico 'para todo' de Sierra Leona

Lola Huete Machado
Manuel García Viejo operando en el hospital de Lunsar, en Sierra Leona. Médico, internista, ginecólogo, hombre múltiple llevaba tres lustros en este centro gestionado por los hermanos de San Juan de Dios desde hace cuatro. Es el único centro sanitario del norte. Fotografía: Alfredo Cáliz.
Manuel García Viejo operando en el hospital de Lunsar, en Sierra Leona. Médico, internista, ginecólogo, hombre múltiple llevaba tres lustros en este centro gestionado por los hermanos de San Juan de Dios desde hace cuatro. Es el único centro sanitario del norte. Fotografía: Alfredo Cáliz.
Esta es la historia de un hospital y un encuentro accidentado con Manuel García Viejo, médico polifacético y entregado, misionero, quien hasta hoy ha peleado por su vida en el hospital Carlos III de Madrid. Fue repatriado desde Sierra Leona hace unos días enfermo de ébola. Acaba de morir. Nunca ya podremos contarle en persona las peripecias de ese texto nunca publicado que habla sobre él y el hospital de Lunsar, en Sierra Leona, donde trabajó tan intensamente durante tantos años. Nunca podremos terminar la conversación que un día iniciamos.
Así sucedió en el tiempo.
Invierno 2007
Sierra Leona fue mi bautizo subsahariano. Viajé hasta allí en enero de 2007 junto al fotógrafo Alfredo Cáliz para realizar el reportaje Concierto africano de Bisbal. No fue asunto de prensa rosa. En él se recogían las vivencias del cantante en su visita a Madina, aldea en el Norte del país, allí donde los misioneros javerianos, de la mano de Chema Caballero (autor hoy de este mismo blog) tienen abierta misión y habían llevado a cabo proyectos de reinserción de niños soldado tras la guerra que masacró el país. El cantante de Almería quiso conocer a algunos de estos jóvenes. Incluso les dedicó una canción, Soldado de papel, la llamó. Este país subsahariano, pobre hasta la saciedad, fue para mí, desde el punto de vista personal y profesional, un antes y un después.
Invierno 2008
Regresamos en un segundo viaje, Cáliz y yo, ya solos, hasta la selva de Madina para recuperar esa historia que se había quedado en suspenso en el reportaje anterior: la increible labor que realizan esos miles de religiosos, hombres y mujeres, repartidos por el mundo. Quisimos contar lo que hacían los javerianos, en este caso, en Madina, como una suerte de espejo de los demás. Y en ese segundo reportaje, titulado Hombres de dios y de la tierra, hablabamos del misionero y médico, Manuel García Viejo, a quien vimos en acción una tarde en el hospital de Lunsar, el único centro médico a cientos de kilómetros a la redonda, entre Madina, Kambia y Freetown. Nos quedamos asombrados. Tan implicado y atareado estaba que apenas podíamos enhebrar la conversación. Lo intentamos, pero siempre debía marchar a quirófano. No pudo ni quitarse el traje verde ensangrentado. Nada. El fotógrafo tomó imágenes del hospital y una (arriba) de García Viejo en plena operación.
La historia del hospital de Lunsar y ese hombre, el único médico para todo en kilómetros a la redonda quedo ahí, pendiente de escribir.
Primavera de 2010
Encuentro casualmente la libreta de notas sobre el hospital de Lunsar y un archivo con las fotografías tomadas por Alfredo Cáliz tiempo atras. Todo cambia tan poco y tan despacio en Sierra Leona, que la historia, me digo, seguro que no ha perdido actualidad. Y así es. Lo compruebo al llamar a la Orden de los Hermanos de San Juan de Dios. Hablo por teléfono con Fernando Aguiló, uno de ellos, quien me pone al día sobre el país, sobre su hospital sierraleonés y sobre lo mucho que tienen entre manos en la orden. Lo redacto a grandes rasgos. Pero se queda, una vez más, en archivo, apenas pespunteada la conversación y la historia.
Hoy lo traigo aquí. Un texto inédito que he preferido dejar tal cual quedó guardado, escrito a borbotones, y sin pulir demasiado. Decía así
El único hospital del Norte
Un ecógrafo a la última. Eso es lo que se va a llevar consigo el fraile y médico Fernando Aguiló como equipaje de mano en su próximo vuelo de Barcelona a Freetown (Sierra Leona). “Es portátil, de los que usa el Ejército, resistente, no se rompe al caer al suelo... Claro que yo no pienso comprobarlo…”, se ríe al otro lado del teléfono.
El destino de aparato diagnóstico tan manejable es el hospital San Juan de Dios de Lunsar (en la provincia del Norte, en Sierra Leona) que regenta desde 1967 la orden homónima, a la que pertenecen Aguiló y otros 1.500 hermanos repartidos en medio centenar de países. “En Lunsar hemos sufrido, digamos, ausencias temporales e involuntarias: los rebeldes, durante el tiempo de guerra, nos echaron, y luego las fuerzas paquistaníes de la ONU lo convirtieron en su sede”, puntualiza, sin desvelar que muchos misioneros fueron entonces y allí tomados como rehenes.
En él, en este edificio de color claro, planta baja funcional, limpia y fresca hasta donde permite el techado en un lugar donde se sobrepasan los 30 grados, ha pasado Aguiló veinte años de su vida (de 1982 a 2002), hasta que hubo de retirarse por enfermedad. “Hemos tenido otros ecógrafos, pero se han quedado antiguos; necesitan mantenimiento y en Sierra Leona no existe tal posibilidad, ni piezas de repuesto, ni técnicos que lo entiendan”. En Sierra Leona, todo, aunque sea poco, es necesario.

Tan necesario es este instrumento, que le parecerá mentira al hermano Manuel García Viejo, doctor todo en uno (internista, cirujano, ginecólogo). Él es el encargado, junto a dos compañeros sierraleonenses, Robert y John, de las operaciones que puedan necesitar las “93.000 personas”, dice, de población de referencia que habita en esta zona, la más pobre del país más pobre entre los pobres del mundo, según la ONU.

Cuando en los años sesenta, la Órden de San Juan de Dios se hizo cargo de este centro era "un hospitalito de unas 30 camas hecho con ayuda holandesa, prefabricado, una suerte de jaula de hierro y fibra de vidrio", sigue Aguiló, quien se detiene largo y tendido sobre esa fase de guerra, entre 1994 y 2002, en que tuvieron que 'ausentarse' del centro por la presión 'rebelde'. "Nos instalamos en Lungi, cerca de Freetown, la capital, donde intentamos montar clínicas para atender a los refugiados; Lungi nunca cayó en manos rebeldes; lo intentaron mucho, sí, pero no lo consiguieron al estar protegido por el río".

En 2002, tras aquel infierno guerrero ("los desplazados al regresar no tenían viviendas, ni tierras, había miles de heridos.. la guerra nos pilló por sorpresa, dos meses antes nadie lo hubiera creído)"), los misioneros volvieron a su casa madre, al hospital de Lunsar. Y fue Manuel Garcia Viejo quien reabrió el centro hospitalario, tras haber acumulado gran experiencia en Ghana, en Camerún y en la propia Sierra Leona desde 2000, en Lungi, como se ha citado.

Sobra decir lo que les parecerá el aparatito para escanear el cuerpo a los pacientes de este centro médico, quienes invierten horas y horas caminando desde la aldeas para llegar hasta él, el único de la zona de Tonko Limba. Una hilera de andantes siempre en el horizonte por las mal llamadas carreteras. Desde Freetown a Madina (el Norte) sólo hay una vía, un puro badén, por donde circulan los coches avejentados haciendo eses y a duras penas las personas. Para un análisis o cualquier otra prueba de esas rutinarias que en el mundo civilizado se hacen en un ambulatorio, decenas de seres humanos esperan uno o dos o tres o cuatro días, lo que haga falta, en la puerta del hospital (este y otros), sentados o en cuclillas, tirados sobre una tela o sin ella, directamente sobre la tierra. Morir aquí es asunto bien cotidiano.

García Viejo aparece ahora mismo secándose las manos, con su bata verde cubierta de sangre por uno de los pasillos de este edificio funcional, austero, ordenado, repleto de mujeres con vestidos y tocados coloristas; niños y hombres muy quietos que miran en silencio; un cieto oasis interior ante el calor impenitente exterior (37 grados, alguien comenta). El médico español suda entre el sudor de todos, los enfermos, los visitantes... Se ven habitaciones límpias, llora un bebé, hay una recién parida en una sala, los familiares aguardan...

Garcia Viejo enumera detalles de su vida africana. “Tengo mi corazoncito en Ghana, seis años estuve allí”, susurra, antes de contar que acaba de operar una hernia. “Muy frecuentes”, musita mientras una enferma recorre a duras penas el pasillo cubierta de vendas ensangrentadas, ayudada por Montse Juanos, de 25 años, MIR reciente, a la espera de plaza en España y aquí voluntaria.

Tanta escasez hay aquí, nos cuentan unos y otros, que, dependiendo de la hora del día, de si hay luz natural o no, te podrá operar o no el hermano médico para todo (como lo llaman), pero sólo cuando hay energía: un par de horas por jornada. Entonces García Viejo atiende a todos los que puede sin pausa, sólo los generadores deciden el destino de la vida de muchas personas. Y junto a él se afanan, seis voluntarios de Barcelona y Manresa, pues el hospital san Joan de Deu colabora en programas concretos desde 2004. "Fue a raiz del capítulo en Roma que se pidió que los hospitales de Europa se fueran hermanando con los del Sur para propiciar el desarrollo". Y mucho más.

"Un día nos dimos cuenta de que no había casi niños admitidos en el hospital, que no había médicos pediatras, y pensamos que nuestro soporte se podía ofrecer también en ese campo. Iniciamos un programa para formar médicos locales". Pasa Aguiló a enumerar algunos males frecuentes de los pacientes: "Los accidentes domésticos en los niños abundan. Por caerse en el fuego sobre el bote de hervir el agua o por ingerir sosa caústica que se usa mucho para jabones y es incolora... Pero lo que más pequeños mata es la malaria. La tasa de muerte hasta los cinco años es muy alta". A recordar algún personal del centro: Peter, el gerente; Linus, de farmacia; el sierraleonés Michael, que se encarga de la escuela de enfermería; García Viejo, de las operaciones de adultos, los partos, la obstetricia...

Tanta escasez hay, repite Juanos cuando el cirujano desaparece de nuevo para otra intervención, que aquí apenas hay medicamentos y las más simples pruebas diagnósticas no son lo que mismo que en Occidente. Aquí, son complicadas, en los análisis de sangre a veces no puedes ni mirar la función renal, ni hepática, ni el PH, ni los iones en sangre… “Sólo el hematocrito… y eso si hay luz”. De nuevo. Porque no la hay las 24 horas del día, no, repite. Y sonríe, como para asegurarse que nos ha quedado claro. Y nos queda: aquí quien manda es el generador.

Como tampoco pueden los sierraleoneses cocinar, ni enfriar bebida, ni poner lavadoras automáticas que, por supuesto, no existen para la mayoría de la población de este rincón del África subsahariana en el que habitan casi siete millones de personas. “Tener que comprar gasóleo encarece mucho la actividad de un hospital, por eso, lo que están en manos de religiosos o ONGs, que pueden obtener medios de fuera, salen adelante, pero para los públicos, los pocos que hay, resulta imposible”, dice.

“Desgraciadamente creo y veo que el país ha ido para atrás en estos últimos tiempos: porque no ha habido gobiernos limpios, porque la guerra ha llevado al desastre destruyendo las pocas infraestructuras que existían, porque desde fuera se han realizado inversiones inadecuadas que han empobrecido al campesino más que ayudarle a crecer, porque el clima es cada vez más inestable, porque no hay mercado ni subvenciones para nada… ". Es un círculo diabólico, asegura. "La pescadilla que se muerde la cola: mala alimentación, problemas de salud, no puedes trabajar y tu familia no se alimenta… Te admiras cada día, cada minuto de que la gente se mantenga en pie”.

Pacientes esperando en el hospital de Lunsar, Sierra Leona. Fotografía de Álfredo Cáliz

“Todo se mantiene porque aquí la gente tiene unas ganas de hacer impresionantes”. Es Marta Clapes ahora quien lo comenta en su consulta repleta de mujeres con niños. La pediatra catalana se apoya en la pared, bajo un cártel que indica cómo protegerse de la malaria (el gran mal), y cuenta que para los partos la gente suele arreglárselas en casa y los que les llegan suelen venir complicados siempre, casi nunca vaginales. Ante una urgencia, surge otro problema: no hay sangre. “Poquísima. Aquí no hay cultura de donarla. Para ellos es algo mágico. Hay que buscar a la desesperada entre los familiares, mirar el VIH, la hepatitis…". Las condiciones de las mujeres en este país son increíblemente duras: "Como si sufrieran un castigo divino, como si alguien se quisiera cebar en este grupo concreto", sigue Juanos.

“Aguantan el dolor aquí de una manera para nosotros inconcebible”. Se ve en sus rostros castigados, mientras esperan por los pasillos y las salas de espera, cuerpos tumbados en camillas espartanas (un palo atado a una tela, camillas nativas, las llaman), unas pocas madres a la espera del parto, otras con sus hijos ya en brazos, hombres con filariais (elefantiasis) que han hecho kilómetros y kilómetros andando.

Se abre la puerta otra vez del quirófano. Otra vez una mujer sangrando, llena de vendas. Es la operada de hernia, cuenta Juanos mientras un matrimonio se avalanza sobre nosotros sin dudarlo: cada uno de los miembros de la pareja lleva en brazos una criatura recién nacida; el hijo mayor, de unos siete años, una tercera. Parto triple. Ofrecen a los bebés, los dan, los regalan… ¿Cómo mantener a tres hijos nuevos en un país donde la renta ni llega ni existe la mayoría de las veces? ¿Cómo sacarlos adelante en un lugar donde no hay ni un metro siquiera de tendido eléctrico, donde para encontrar un médico se deben recorrer cinco horas de camino en coche o caminar cada día hasta cuatro horas ida y vuelta para poder ir a la escuela, donde los enfermos o heridos de toda condición se arrastran a duras penas por los caminos polvorientos, descalzos, bajo el calor insufrible o la lluvia impenitente…? ¿Cómo?

Marta Caples, en el Hospital de Lunsar, Sierra Leona. Fotografía de Alfredo Cáliz.

Septiembre de 2014

La epidemia de ébola nos ha hecho regresar, con pesar, a esa visita al hospital de Lunsar y a Sierra Leona. Nos devolvió enfermo al leonés Manuel García Viejo, ese médico para todo afanándose en el quirófano salvando un día y otro día la vida a otros. El vacío que deja es inmenso.

Imágenes del hospital, de los departamentos de maternidad y pediatría, y de García Viejo, dirigiendo. El vídeo está en holandés, pero se entiende la mar de bien.

Comentarios

Hace 100 años en españa estabamos igual o peor.
Se le deberia homenajear de algun modo. Quiza se podria bautizar a la cepa madrileña del ebola como Garcia Viejo. O, por dar merito a quien lo tiene y por razones de eufonia, llamarla Garcia Viejo-Mato.
Hace 100 años en españa estabamos igual o peor.
Se le deberia homenajear de algun modo. Quiza se podria bautizar a la cepa madrileña del ebola como Garcia Viejo. O, por dar merito a quien lo tiene y por razones de eufonia, llamarla Garcia Viejo-Mato.

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Sobre la firma

Lola Huete Machado
Jefa de Sección de Planeta Futuro/EL PAÍS, la sección sobre desarrollo humano, pobreza y desigualdad creada en 2014. Reportera del diario desde 1993, desarrolló su carrera en Tentaciones y El País Semanal, con foco siempre en temas sociales. En 2011 funda su blog África no es un país. Fue profesora de reportajes del Máster de Periodismo UAM/El País

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