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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Podemos y el soberanismo

¿Qué tienen en común dos fenómenos tan dispares para sembrar tanto pánico?

Josep Ramoneda

Cuentan los periodistas que el viernes día 5 cenaron en Milán con Emilio Botín, que les expresó su preocupación por Podemos y por Cataluña. Manifestaba un sentir extendido en la clase dirigente económica, social y política que se refleja a diario en los medios de comunicación. Pero ¿qué tienen en común dos fenómenos tan dispares para sembrar tanto pánico? Podemos representa el intento de transformar políticamente los movimientos sociales que rompieron la utopía de la invisibilidad y dieron rostro y palabra a las víctimas de la crisis, metiendo una cuña en el bipartidismo que es hoy la expresión de un régimen cerrado, opaco y gripado. El soberanismo catalán es una mezcla de partidos convencionales (pura clase dirigente en el caso de CiU) y de movilización popular, que tomó cuerpo durante el tripartito, encontró un catalizador en la campaña contra el Estatuto catalán de 2006 y dio el salto cualitativo en la manifestación del 11 de septiembre de 2012 que puso la independencia en primer plano y provocó la ruptura entre CiU y el PP. Distintos son sus orígenes, su composición, sus imaginarios y sus objetivos, pero ambos generan inquietud creciente en las élites porque lo que tienen en común es que piden otra distribución del poder. Y el poder no se toca.

Lo que tienen en común es que piden otra distribución del poder. Y el poder no se toca

Esta es la realidad. Después todo se encubre con enfáticos discursos y solemnes apelaciones de principios: la lucha por el poder siempre pasa por la hegemonía ideológica. Dice John Gray que “los humanos son diferentes porque habitan un mundo imaginado, creado por sus propias ideas, mitos y fantasías, que toman como reales”. Y pone como ejemplo el modelo de vida liberal, “cuyo encanto”, dice, “consiste en que permite a la mayoría de la gente renunciar a la libertad sin saberlo”.

Los partidos de gobierno desempeñan un papel equívoco: deberían representar a los ciudadanos, pero por encima de todo buscan su neutralización. El mito de las mayorías silenciosas revela el sueño del gobernante: la desmovilización de la ciudadanía. El campo de juego se ha cerrado tanto que cuando la ciudadanía ha buscado en la política la defensa de sus intereses se ha encontrado que ésta estaba de otra parte. Reclamar poder político, reclamar reconocimiento y voz, reclamar un control más efectivo de los que gobiernan no es delito, es democracia. La resistencia a perder poder lleva a responder con la intransigencia, con el desdén, con la descalificación permanente. Como el hundimiento de la casa Pujol demuestra, parte del soberanismo está plenamente implicada en el deterioro del régimen del que forma parte. Pero mucha gente se ha ido a la independencia con la ilusión de probar algo nuevo, y muchos ciudadanos han votado a Podemos como grito contra una democracia blindada. Éstos son los síntomas que hay que atender. O sigue la deriva hacia el autoritarismo posdemocrático de un régimen demasiado vertical, o avanzamos hacia una democracia más horizontal, más propia de una sociedad abierta. 

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