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La presión del bisturí

Expuestas a la crítica, algunas ‘celebrities’ no toleran que se mienta sobre su cuerpo

Isabel Valdés
Thalia, en la fotografía que subió a su cuenta de Instagram.
Thalia, en la fotografía que subió a su cuenta de Instagram.

Todavía no se puede volver atrás en el tiempo. Y envejecer es algo tan inevitable que parece irrisorio puntualizarlo. Aunque la lucha está ahí. Ellas la combaten mucho más; en España, el 88% de las operaciones de cirugía estética se realizan a mujeres —según datos de la Sociedad Española de Cirugía Plástica Reparadora y Estética, SECPRE—. Si a la lucha contra el paso de los años le sumamos la fama, la presión por aparentar lo que ya no se es se multiplica. ¿Pero qué pasa cuando lo que parece ser obra de un cirujano, en realidad no lo es?

El 12 de agosto, la cantante Thalía publicó en su cuenta de Instagram una fotografía junto a un tarro de cristal con cinco huesos. “Para mis amorosos fans filipinos, aquí está la prueba. Mis famosas costillas, las he guardado conmigo todos estos años”, decía su mensaje. Fue su forma de responder a los rumores que levantó hace poco una presentadora filipina sobre una supuesta operación de la mexicana para estrechar su cintura.

La perfección continua que se les exige a las celebrities puede llegar a rozar la tiranía. “El factor estético es fundamental en sus carreras”, aclara Santiago de Mollinedo, de la agencia de marketing Personality Media. El doctor Gustavo Sordo, cirujano plástico y miembro de SECPRE, lo normaliza: “Es posible que existan ciertas expectativas en alguien que vive de su imagen para que la mantenga. Y es lógico hasta cierto punto que usen la tecnología que tienen a su alcance”.

A Michelle Pfeiffer su dermatólogo le ordenó tirar el espejo de aumento que tenía en el baño; “el mejor consejo que nadie me dio”. Y es que según aseguró el pasado año la actriz, de 56 años, la imagen “es tan fundamental que puede causar estragos en la psique”. Aunque la californiana dice haber aceptado ya que el tiempo pasa para todos, incluso para aquellos cuyos rostros aparecen en pantallas de más de 10 metros de largo: “Hay menos presión cuando lo reconoces. Ya estoy más cerca de los 60 que de los 50 y creo que, para mi edad, estoy bien”.

Revelar la relación médico paciente es ilegal. Y lo más importante, inmoral

Aunque esa realidad es más difícil de ver para otras. El cambio que ha sufrido el rostro de Nicole Kidman gracias al bótox le ha valido las críticas de medios de comunicación y fans. Y sobre todo de sus detractores, que aseguran que ha perdido expresividad. Hace unos meses, reconoció haberse equivocado y negó seguir usando bótox: “Fue un error, fruto de la presión y del deseo de lucir mejor. Algo que les pasa a muchas actrices en Hollywood. No he vuelto a usarlo y lo que se ve ahora es fruto de una vida sana, de alejarme del humo del tabaco y de dormir las horas que puedo: nada de cirugía”.

Obcecarse con el cambio físico lleva, en muchas ocasiones, al desastre estético. El doctor Sordo aclara que la obsesión por las operaciones no es común: “Generalmente existen uno o dos deseos de cambio a lo largo de la vida”. La naturalidad es, como asegura el tópico, la clave. “Es lo que siempre recomendamos”, afirma Mollinedo. Aunque las celebrities no tienen que anunciar cada paso que dan, “siempre están expuestas al rumor, a la crítica, incluso a la ofensa”, concluye el experto.

Kate Winslet, reconocida luchadora por aceptar su cuerpo, ha estado en varias ocasiones en la diana de los rumores ofensivos. El periódico Grazia publicó que había acudido a un médico dietista para controlar su peso. Tuvo que rectificar. En 2008, Daily Mail la acusaba de mentir sobre el ejercicio que hacía para mantenerse en forma. La oscarizada actriz les demandó al considerar que el artículo dañaba su “reputación personal y profesional”. El tabloide la indemnizó con 28.000 euros y una disculpa en sus páginas.

Megan Fox publicó una imagen para probar que no se ha inyectado botox.
Megan Fox publicó una imagen para probar que no se ha inyectado botox.

A la altura de Winslet está Emma Thompson, que ha reiterado en varias ocasiones que el bótox sería una traición a todo en lo que cree: “No le veo ningún sentido. Tengo 50 años y pienso, ¿qué tiene de malo? Me encantaría poder lavar el cerebro a todas las mujeres del mundo y explicarles que no importa su aspecto. Es una obsesión insana”. Y muchas son las famosas que no quieren que se les cuelgue ese sambenito. Penélope Cruz lanzó un comunicado para desmentir que hubiese hecho dieta Dukan; la actriz Megan Fox publicó en su Facebook varias fotografías con la frente arrugada para demostrar que ella no se había inyectado bótox —aunque viendo su cambio físico con los años, es más que probable que se haya sometido a otras cirugías—; Kim Kardashian y Jennifer López han tenido que asegurar que sus respectivos traseros son naturales. Cuatro mujeres que también viven de su belleza y que han tenido que desmentir en alguna ocasión haberse hecho algún cambio con la hoja de un bisturí. Por orgullo o por privacidad, para el doctor Sordo “tienen derecho a comunicar aquellos aspectos sobre sus biografías que deseen”.

Los cirujanos, la mano detrás de los éxitos o los fracasos plásticos más comentados, no se sienten heridos por ser negados: “No somos más que el técnico que soluciona los problemas que le plantea el paciente. Tenemos que estar ocupados en dar el mejor servicio, no de la publicidad gratuita que nos pueda dar un personaje”. El derecho a contar que ellos respiraron a 30 centímetros de sonrisas millonarias no existe: “Ni para gente reconocida ni para la que no lo es. Revelar la relación médico paciente es ilegal. Y lo más importante, inmoral”.

Roza lo inmoral hacer bromas relacionadas con este tema, según el experto de Personality Media, “que no deja de ser un tema médico, un tema muy delicado como es la salud. Hay un dicho perfecto para este caso que es: más vale parecer tonto que abrir la boca y demostrarlo”. Según Mollinedo, en este caso, Thalía lo borda.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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