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Un hombre culpable

La aparatosa caída de Jordi Pujol viene a confirmar que en España todas y todos somos proclives a corrompernos.

Boris Izaguirre
Marta Ferrusola y Jordi Pujol durante la fiesta de CiU en Castellar del Vallès en 2003.
Marta Ferrusola y Jordi Pujol durante la fiesta de CiU en Castellar del Vallès en 2003.VINCENS GIMÉNEZ

Terenci Moix publicó Chulas y famosas en 1999. Su protagonista, Miranda Boronat, comienza la novela así: "Hallábame yo pía y contrita en el entierro del honorable Jordi Pujol, presidente que fue de la Generalité de Catalogne… Ni los laureles acumulados por el prócer local, ni la habilidad demostrada por los embalsamadores, conseguían evitar que algunas partes empezaran a descomponerse, proyectando sobre las montañas de Montserrat un desagradable olor a marisco fermentado". Terenci escribió una gran novela pero jamás pudo imaginar que Pujol iba a ser deshonorable mucho antes que embalsamado.

La aparatosa caída de Jordi Pujol viene a confirmar que en España todas y todos somos proclives a corrompernos. El efecto del batacazo de Pujol ha pasado por varias etapas. Estupor, la primera. Vergüenza y pena, la segunda. Desde el miércoles ya muchos salen con el “pero si siempre lo hemos sabido. Nadie se atrevía a decirlo porque no interesaba. Había que hacer patria”. En una cena de escritores se dijo que “todo esto se pudo parar si le hubieran hecho caso a Maragall cuando salió con aquello del 3% que se quedaba CiU de cada contrato público”. ¿Era así tal cual? “Fue hace casi diez años”, sugirió la fuente. Hace diez años no estábamos tan puestos en noticias catalanas. Más bien analizábamos a Isabel Pantoja y sus novios con bigotes. O a ETA y sus horrores.

“Todo el mundo tiene una historia con los Pujol, muchos no quieren reconocerlo”, me confesó ese escritor. Yo voy a contar la mía: La última vez que coincidí con la señora Ferrusola. En la inauguración de la clínica de cirugía estética del doctor Iván Mañero en Sant Cugat. Mañero es célebre por su labor solidaria pero también por la cirugía de reasignación de género. “Y la de reconstrucción vaginal”, me asegura una célebre manicurista. “Una de mis clientas se la ha hecho allí y el otro día nos la enseñó en la peluquería. Fue un milagro. Parecía una muñeca”.

En Sant Cugat aseguran que esa misma operación se la ha hecho una glamurosa princesa alemana que ya no vive en España. El dia que coincidí con Ferrusola en esa clínica, muchos se preguntaban qué estaría haciendo allí. Cariñosa y maternal, Ferrusola hablo conmigo en castellano. El diseñador Peter Aedo, que la escoltaba, le dijo: “Marta, es la primera que la escucho hablar en castellano”. No era tan verdad. Seguro que Marta no hablaba ni negociaba en catalán durante sus viajes a México. Hay un idioma en el que los corruptos españoles, sean de la nobleza real o baturra, de la Plaça de San Jaume o de la Calle Génova, se manejan a la perfección: el ingles. Tanto Jordi Pujol Ferrusola como el señor Correa del caso Gurtel e Iñaki Urdangarin gustaban de bautizar sus empresas presuntuosas con nombres anglosajones.

Estaría bien que los hijos de Pujol concibieran la canción del verano 'Papi, ¿será que lo quiero en negro?'

Correa, más lírico y colorista, ponía Orange Market o Forever Young, mientras que Pujol Ferrusola prefería una síntesis del catalán y el inglés que habría hecho reír al querido Terenci Moix: Marketing i Inversions. O la más futurista Project Marketing Cat. Lo que de verdad quieren los hijos privilegiados de cualquier nacionalismo es hablar inglés. Siempre se dijo que los latinos le adjudicábamos al inglés una seriedad extra para los negocios, fundiendo negocio con corrupción.

Hay efectos colaterales y mucha gente herida por estos negocios. “Es como si el seny (ese sentido común del que los catalanes se sienten tan orgullosos) jamás hubiera existido”, lamenta Ramón Freixa, el laureado restaurador catalán con quien me encontré en Madrid. Ha sido una semana de encuentros. Rajoy con Mas, aunque Artur llego algo desinflado. Rajoy también se encontró seductor con Sánchez, el bello Pedro por el que podría suspirar la revista ¡Hola!. Y Sánchez con Felipe VI, muy en rollo hipsters con poder. Supimos tras ese encuentro que Pedro Sánchez fue compañero de la Reina en el instituto. O sea que la saneada relación Socialismo-Corona se mantiene ya sin necesidad de transición ni Rubalcabas. Entre tanto buen encuentro hubo un desencuentro. Fue la pelea de Orlando Bloom con Justin Bieber por Miranda Kerr en el restaurante Cipriani de Ibiza. Bieber ha tonteado con Kerr calentando los celos de Bloom y los caballeros llegaron a las manos en la puerta del local. “Cipriani Ibiza es un lugar complicado” reitera una anfitriona pitiusa. “Incomodan tantas rusas con poca ropa y la tarjeta de crédito en la mirada. Y ahora, peleas entre estrellas. Espero que esto no llegue al Cipriani de Madrid”. No se nos ocurre quién las pueda protagonizar. ¿Ana Botella versus Cristina Cifuentes? Cada vez disimulan peor su desencuentro. Cifuentes no evita verse mas alta y rubia. Botella la esquiva con una falda de flecos sioux que parecían estar haciendo señales de humo. “Apártenla, me quita votos”.

Al final de la semana un poco de jet se traslado a Mallorca para el encuentro anual con la familia Volkers en su gala benéfica, con partido de polo y una visión privilegiada de la montaña cayendo sobre el mar. Mientras todo el mundo hablaba de los Pujol, alguien se intereso por Kiko Rivera y su hit del verano, que podría no ser suyo sino de un venezolano que quiere cobrar los derechos. Sería buena iniciativa que los hijos de Pujol concibieran una banda, The Pujols y una canción del verano: Papi, ¿será que lo quiero en negro?.

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