Diego, el centenario sexualmente más activo de las Galápagos
El de la foto de arriba es Diego, una tortuga gigante de la isla Española, una de las más secas y áridas del archipiélago de las Galápagos, por donde ando de viaje estos días.
Diego es un tipo famoso en las islas porque con 120 años ha tenido casi 1.000 hijos, un perfecto donjuán, pero con caparazón.
Española, como el resto de islas de este archipiélago perdido en el Pacífico ecuatoriano, sufrió durante un siglo el expolio de piratas, balleneros y mercantes que hacían escala en las islas para llevarse galápagos gigantes como latas de carne fresca para las duras travesías a vela. Se calcula que en 10 años desaparecieron más de 150.000 tortugas gigantes, el emblema que da nombre a las islas.
La carnicería fue tal que en algunas islas los galápagos se extinguieron y en otras quedaron apenas unos supervivientes. Cuando en 1959 el archipiélago fue declarado parque nacional y la conciencia ecologista llegó por fin a este remoto lugar de la tierra -que de tanta ayuda fue para Charles Darwin-, en la isla Española por ejemplo solo quedaba 11 tortugas gigantes hembras y dos machos aún de corta edad para procrear.
Las tortugas gigantes de esta isla son además diferentes a las del resto de islas porque como Española es tan árida y hay tan poca vegetación, los galápagos tuvieron que ir evolucionando para hacer sus patas más largas y abrir un hueco en la parte delantera de su caparazón por el que estirar el cuello a fin de alcanzar las hojas verdes que estuvieran más altas en los escasos arbustos. Le llaman caparazón “silla de montar”. Es uno de esos guiños de la evolución que han hecho de las Galápagos una especie de Arca de Noé de la prehistoria.
Las 11 hembras y los dos machos jóvenes fueron llevados al centro de cría que hay junto a la Estación Científica Darwin, en la isla de Santa Cruz, para tratar de salvar la especie. Pero el problema era cómo dejar preñadas a las hembras. En esas estaban cuando en 1975 llamaron del zoo de San Diego (EEUU): tenían un ejemplar adulto y macho de tortuga gigante de la Española, aunque nadie recordaba cómo había llegado a sus instalaciones. El ejemplar fue trasladado a Santa Cruz y bautizado como Diego.
El pobre, después de llevar una vida solitaria y aburrida durante décadas en la jaula de un zoo se vio en semilibertad y rodeado por 11 hembras ansiosas así que… Bueno, podéis imaginar el resto de la historia. La supervivencia de la subespecie de galápago gigante de la isla Española (chelonoidis hoodensis) está ya más que asegurada.
Desde que murió el Solitario George, Diego es el macho más longevo del que se tiene constancia en las Galápagos. El más viejo, y el más bravucón: hay que tenerlo a él solo en un recinto porque ataca a todo el mundo, incluso a sus cuidadores.
La increíble historia de Diego es solo una más de las muchas que puedes escuchar mientras recorres estas islas encantadas, uno de los viajes más fabulosos que puedas hacer en tu vida si lo que te gusta es ver animales. Te contarán también que erradicar las cabras asilvestradas(que introdujo el hombre) de las islas no habitadas (unas 9) ha costado 10 millones de dólares y cinco años de esfuerzo a un equipo especializado neozelandés que tuvo que recurrir a francotiradores desde helicópteros, porque era imposible seguirlas por tierra dado lo abrupto de este terreno volcánico.
O que pese a la superpoblación y los problemas que trajo consigo el hombre, aún se siguen descubriendo especies nuevas: en 2009 (anteayer, en términos biológicos) se describió por primera vez un nuevo tipo de iguana terrestre de color rosa que solo vive en la caldera del volcán Wolf, en la isla Isabela, y de la que nadie conocía su existencia. Se calcula que como especie llevan 5,7 millones de años en ese lugar.
En fin, que como os decía estoy estos días por las islas Galápagos. Un destino complejo y no precisamente económico, pero que merece cualquier esfuerzo porque es una experiencia única.
En el siguiente post os cuento cuáles son las islas más recomendables para empezar el viaje y cómo organizarlo.
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