La casta Susana
Para unos Pablo Iglesias es el Nuevo Mesías con Pelazo, para otros, el Diablo que viste de Alcampo. Pero si alguien ha ganado las europeas de carambola, chiripa, lo que se dice de potra, ha sido Susana Díaz


Ya lo dijo Galileo: nos rige la ley del péndulo. Todo lo que sube, baja, ¿o no, Serena Williams? Todo lo que va, vuelve, ¿o no, Ana Mato? Y, o nunca pasa nada, o pasa todo al mismo tiempo, ¿o no, Rafael Blasco? Porque no me negarás que esta semana ha sido de infarto. Tras meses de calma chicha —admitámoslo, paisanos: la tragedia de las niñas de Nigeria, el dramón de los refugiados sirios y el follón de los ucranios nos subleva lo justito—, se ha desatado la tormenta perfecta. Y eso que, con tanta Champions y tanto derbi lisboeta, nos queríamos perder las europeas. Ni la que suscribe, que te predice un sirimiri a diez días vista por gentileza de su osteoporosis menopáusica, vio venir el tsunami de Podemos. Y eso que estaba más cantado que el Happy de Pharrell Williams, según cacarean ahora todos los augures. Es lo que pasa cuando se infravalora al contrario, se le ningunea y se le condena al ostracismo. Que viene un advenedizo, te monta un partido en dos días, te patenta un logo que parece un condón dibujado por un lactante, y te da con cinco eurodiputados en los morros, ¿O no, Cañete y Valenciano?
Pero tranquilos, que no voy a endosaros mi análisis del escenario que han esbozado las urnas, eso tiene otro precio y ya lo tengo apalabrado para la TDT de la urba. Que sí, que vale. Que para unos Pablo Iglesias es el Nuevo Mesías con Pelazo, para otros, el Diablo que viste de Alcampo; y para los cursis sin fronteras, el triunfo de David contra Goliat, etcétera. Pero si alguien ha ganado las europeas de carambola, chiripa, lo que se dice de potra, ha sido Susana Díaz. Tenías que verla crecerse palmo y medio ante las cámaras mientras Rubalcaba encogía dos tallas de camisa oficiando sus propias exequias en directo.
Que Susana no tenía ninguna vela en ese entierro lo dejó meridiano vistiéndose la noche electoral con lo primero que pilló en el ropero. Una túnica de novicia con un rosetón en el frontis que la hacía talmente La Dolorosa Socialista Obrera Española con el corazón saliéndose del pecho y el millón de votos conseguidos en su feudo como ofrenda a su Ejecutiva. Heme aquí, hermanos, hágase en mí según vuestra voluntad, parecía musitar la nueva novia de España, humildísima, a sus correligionarios. Que toméis nota de cómo se gana sin bajarse del bus, colegas, entendieron todos. Y vaya que si tomaron. Bastó con que Madina y Chacón, siempre tan díscolos, protestaran contra el rodillo de su propio aparato para que salieran todos los barones a bendecir a voces a la baronesa más influyente del momento, incluida Tita Thyssen-Bornemisza.
Así que mientras escampa o llega el Diluvio, la Esperanza de Triana se deja idolatrar con esa sonrisa de Gioconda bética que se le ha puesto desde que tocó poder del bueno. Ni una consigna, ni una bronca, ni una voz más alta que otra, que para eso están los móviles y los recaditos con los esbirros. Impecable, mayestática, como cuando fue a ver a Mas vestida en plan Máxima de los Países Bajos. De homóloga a homólogo. Sin complejos, sin empacho, sin vergüenza. Como un barón cualquiera, con be y con uve. Iglesias, Pablito, yo que tú la iba incluyendo en tus diatribas. Ya lo dijo Felipe González el otro día: “Sí, soy de La Casta, ¿qué pasa?". Y para casta, casta, Susana.
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