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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sin Francia

El problema de la socialdemocracia es demostrar que habría otra política distinta de la que Alemania nos ha obligado

Jorge M. Reverte

Cayó París. Una vez más cayó ante la potencia de las armas alemanas. Y lo hizo quizá en el momento más inoportuno para quienes esperaban de Francia una política alternativa a la que Angela Merkel ha conseguido ya imponer a toda Europa. Austeridad para todos, lo que conduce a una socialdemocracia herida de gravedad.

El problema fundamental de la socialdemocracia es demostrar que habría otra política distinta de la que Alemania nos ha obligado. No solo porque es muy difícil mostrar a los ciudadanos los mecanismos que llevarían a mejorar sus vidas machacadas, sino por un serio problema de credibilidad: los socialdemócratas alemanes se convirtieron en aliados fundamentales de Merkel para que esta impusiera su discurso sobre el pacto fiscal. Y Martin Schulz, el cabeza de filas, el candidato socialista a la presidencia de la Comisión Europea, es alemán.

Claro que hay matices: en el discurso de Martin Schulz y los socialistas europeos hay puntos que corrigen la despiadada política de los populares. Por ejemplo, la atención a las políticas de empleo en los países deprimidos, la inversión en los territorios devastados para mejorar la situación de sus habitantes. España no es, ni mucho menos, ajena a eso. Entre las diez regiones europeas con mayor desempleo hay siete españolas. Es cierto, eso es más que un matiz, pero tiene que concretarse con acciones muy concretas y de difícil venta en una campaña electoral.

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Hay otra importante cuestión en lo que nos jugamos en las elecciones de mayo: la de la profundización democrática de Europa. La puesta en valor del Parlamento, su decisiva participación en la decisión sobre la presidencia de la Comisión Europea es uno de los retos fundamentales para que Europa sea algo más, para que Europa sea, de veras, un objetivo que los ciudadanos puedan percibir como beneficioso. Y en eso no hay divisiones entre los distintos socialdemócratas europeos. La profundización de la democracia tiene que ser vendida de forma convincente. Porque los ciudadanos elegimos parlamentarios, y de ellos tiene que surgir la legitimidad del poder.

En las elecciones de mayo nos jugamos la profundización democrática de Europa

La tercera cuestión tiene que ver con la política doméstica. Y es la de los nacionalismos. Ante su potente ofensiva, dentro del ámbito de los problemas europeos, caben dos opciones: la de la ignorancia o la del discurso finalizador. Es posible que las dos sean buenas (si es que de esto puede salir algo bueno), pero la segunda puede tener un interés redoblado: el discurso de Artur Mas es un discurso suicida: si obtiene más fuerza, más acelerará su destrucción, porque legitimará una organización europea que va a ser implacable con los partidarios de la secesión.

La socialdemocracia europea se enfrenta a las alternativas populares, encabezadas por Merkel, que no son sino más de lo mismo, sin piedad; se enfrenta a un racimo de propuestas particularistas que resumen su presencia en el euroescepticismo; por último, a las propuestas a su izquierda, cargadas de razones, aunque también sobrecargadas de voluntarismo y atomizadas. ¿Cómo vender todo esto en un país que pide a gritos soluciones concretas y visibles a corto plazo? Sin Francia está complicado.

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