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La gran ‘benefactora’ del sexo con fustas y azotes

Bajo la apariencia de “una señora decente” se oculta la ‘dominatrix’ más reputada de Francia. A sus 83 años Catherine Robbe-Grillet tiene un seudónimo, Jeanne de Berg,a través del cual materializa deseos, propios y ajenos, en cuidadas y privadas ceremonias sexuales en las que da rienda suelta a su fantasía. Su vida será película

Catherine Robbe-Grillet, en un hotel de París el pasado mes de febrero.
Catherine Robbe-Grillet, en un hotel de París el pasado mes de febrero. ERIC HADJ

Ella elige el lugar: la cita es en el hotel Régina de París, uno de esos históricos palacetes con un encanto de otro tiempo. Aquí se rodó Belle toujours, la secuela que Oliveira realizó de Belle de jour, de Buñuel. Catherine Robbe-Grillet es hoy la más reputada maestra de ceremonias sadomasoquistas de Francia. Iniciada como sumisa por su esposo, el fallecido escritor y cineasta Alain Robbe-Grillet, las relató primero en Cérémonies de femmes (1985), bajo el seudónimo de Jeanne de Berg, años después de publicar la novela erótica L’image (1956), entonces censurada. De la clandestinidad ha pasado a una popularidad que aún le sorprende. “De camino me ha parado una chica joven y alta toda emocionada. Me ha dicho que le he iluminado el día”, cuenta según llega.

A sus 83 años, desborda vitalidad y felicidad, y sigue materializando sus fantasías y las de los demás. “En cierto sentido me siento como una benefactora”, dice al respecto. Mide poco más de metro y medio —“¡la mayor dominatrix de Francia es minúscula!”, bromea—, es divertida y muy educada. Multiplica además los proyectos de toda índole. El último fue a finales de marzo en Estambul con la artista francesa Dominique González-Foerster y Tristan Bera. Y la cineasta sueca Lina Mannheimer ultima una película sobre su vida, La ceremonia, para la que la ha seguido durante años.

“Me definiría como una señora mayor muy decente —pone cara seria—, en la que no se fijaría uno por la calle, que detrás de esa apariencia muy decente tiene unos deseos y unas formas de ser que no lo son”, resume. “Esa dualidad es bastante divertida y se materializa por el hecho de que tengo dos nombres: el de mi estado civil y mi seudónimo. Y es necesario. En el día a día soy bastante alegre. En las ceremonias, para nada. No podría ser Jeanne de Berg siempre. Sería muy pesado… ¡para todo el mundo!”.

Hace algo más de medio siglo que publicó su primera novela erótica relatando una experiencia sadomasoquista. Entonces utilizó el masculino de su nombre falso, Jean de Berg. “Todos pensaban que solo un hombre podía haber escrito algo así”. Cuando salió Cérémonies de femmes, hizo una aparición misteriosa en el programa literario de Bernard Pivot Apostrophes, con el rostro cubierto por un sombrero de velo de encaje negro que dejaba en evidencia su punzante mirada de ojos verdes. “Quería desmontar algunos tópicos sobre el sadomasoquismo. Era la ocasión de decir que puede haber amor y por supuesto pasión en estas relaciones”, explica ahora. No fue hasta 2002 que reveló su identidad, para entonces ya un secreto a voces, en Entretien avec Jeanne de Berg.

Tras enviudar, comparte su vida con una actriz de 51 años que le juró lealtad

“Cuando salió Cérémonies…, pensé que recibiría cantidad de cartas de mujeres diciéndome que hacían lo mismo, pero no. He de decir que para poder hacer este tipo de cosas hay que tener cierta disponibilidad de tiempo… y de cerebro, como diría alguno”. Cada una de estas particulares fiestas privadas —no autoriza espectadores ni fotografías, ni acepta nunca dinero— las prepara con esmero. Elabora un guion detallado y elige una temática. Se define como un director de orquesta o escenógrafo que aborda cada velada con cierto nerviosismo antes de entrar a escena. Las más logradas están en su Libro de felicidad, un cuaderno de hojas blancas unido con un delicado hilo rojo.

“La comparación que me gusta hacer es la de la ceremonia del té. Si va a Japón, a un templo, verá que es toda una ceremonia en la que cada gesto está codificado y todo es muy refinado”, explica. “Eso es lo que hago yo: transformar algo que podría ser banal en algo que no lo es para nada. Y, sobre todo, intento que se entre en una experiencia casi mística: para ello la música es básica”.

La última la celebró en casa de una amiga, articulada en torno al tema del castigo. Seleccionó ocho cuadros del siglo XVIII en los que se utilizan cuatro elementos diferentes: un ramo de rosas, las cuerdas, las fustas y el azote. Entre los cinco participantes había una joven primeriza, comisaria de arte, a la que puso, como siempre, previamente a prueba. Le pidió que se colocara de noche en un lugarde los muelles del Sena. Al paso de un barco, iluminada por el foco, tenía que abrir su abrigo y mostrar su pecho al descubierto, y un amigo debía fotografiarla desde la embarcación. “¡Pasó primero una lanzadera de la policía! Pero no sucedió nada, seguro que se echaron unas risas… Ella siguió adelante con su prueba y la cumplió”.

Cuando no está ocupada con los preparativos —pasan unas semanas entre los encuentros, “¡tengo otra vida!”, dice—, disfruta de la escritura de su diario, los viajes, la lectura, el cine y el teatro. Vive a caballo entre su apartamento de Neuilly, en la periferia elegante de París, y el “pequeño castillo” de Le Mesnil-au-Grain en Normandía, en el que su marido, ingeniero agrónomo de formación, pasaba horas cuidando de sus amplios jardines. Desde que falleció en 2008, Catherine Robbe-Grillet comparte su vida con la actriz sudafricana Beverly Charpentier, de 51 años, quien le hizo un juramento de lealtad. “Tenemos muchos intereses comunes, es alguien con quien no me aburro nunca. Toco madera [lo hace], pero tengo mucha suerte”.

La tuvo también con su marido, con quien compartió una atípica historia de amor. La cuenta en varias publicaciones, empezando por su diario, Jeune Mariée: Journal 1957-1962 (2004), sobre sus primeros años de matrimonio, y más recientemente, con la publicación de las cartas de la pareja y en Alain (2012). Alterna escenas de pareja típicas con otras más excéntricas, como el manuscrito de cinco páginas que el padre del nouveau roman le dejó en un cajón titulado Contrato de prostitución conyugal que ella nunca llegó a firmar. Explica sin tapujos los problemas de virilidad de su esposo, que le dio carta libre para dar rienda suelta a su imaginación con otras personas y al que relataba luego sus experiencias. “En este mundo tan tristón, en el que todas las mujeres son víctimas, en el que las parejas se deshacen, quería decir que sí, que las cosas se han desarrollado bien, que han sido felices”.

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