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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Encrucijada afgana

Las elecciones presidenciales anticipan una era incierta que culminará con la retirada de la OTAN

Las elecciones de hoy en Afganistán para relevar al presidente Karzai después de 12 años —que requerirán segunda vuelta si ninguno de los aspirantes supera el 50% de los votos— suscitan entre los afganos la esperanza de que algo sustancial pueda mejorar. Y anticipan el temor a que la anunciada retirada a finales de año de los 50.000 soldados de la OTAN desemboque en una guerra civil. Los comicios, incluso si no son desfigurados por el terrorismo talibán o el fraude —como el orquestado por el corrupto Karzai en su reelección de 2009— serán solo un paso para un país acostumbrado a ser peón del gran juego geopolítico.

Occidente no ha sido capaz de aportar una solución política o militar en Afganistán tras muchos años de sangre (miles de soldados y civiles muertos) y gastos exorbitantes. El intento de imponer una Constitución democrática a un país multiétnico y visceralmente tribal no ha funcionado. Y se ha ignorado que no se puede derrotar a un enemigo que dispone de un santuario fronterizo, en este caso el poderoso y decisivo Pakistán. Lo que comenzó en 2001 con Washington decidido a hacer un escarmiento histórico por el 11-S acaba con EE UU y sus aliados debilitados y divididos. Nadie puede asegurar que el país centroasiático no vuelva a convertirse en paraíso del terrorismo islamista.

Las realidades de este escenario se imponen a las figuras de los aspirantes a la presidencia. Las diferencias entre Abdullah, candidato opositor y teórico favorito, Ashraf Ghani y Zalmay Rassoul (el preferido por Karzai para cuidar sus intereses), todos antiguos altos cargos gubernamentales, están relativizadas por los hechos. En Afganistán persisten rivalidades políticas inmanejables; la presión talibán es mayor que nunca; y la dependencia de la ayuda económica exterior, que se reducirá drásticamente con la salida de la OTAN, es decisiva para evitar el colapso de Kabul.

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El país que dejarán las tropas lideradas por EE UU —en una retirada que no es culminación de un objetivo, sino certificación de un fracaso— es un Estado tambaleante, donde los logros de la intervención no han sido ni remotamente proporcionales al esfuerzo. Incluso si el nuevo presidente firma con Obama el acuerdo que Karzai ha rehusado para mantener la presencia de unos miles de soldados de la OTAN, es más que improbable que el Ejército afgano, que pierde por deserción más hombres de los que recluta, sea capaz de frenar la explosiva insurgencia fundamentalista.

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